La diferencia entre ir a ver una película al cine o ir a ver a su director es algo que todos hemos vivido. Un director es su marca, tienes la relajación mental de saber lo que te vas a encontrar. Incluso cuando lo que esperas encontrar son sorpresas. Hayao Miyazaki, como si desempolvara un viejo film de los 90, o se levantara de un letargo autoimpuesto, pone sobre la mesa El Chico y la Garza (Kimitachi wa Do Ikiru ka o The Boy and the Heron, 2023), una obra tan controvertida como inesperada. Una autobiografía. La del hombre que está buscando su sucesor. La del artista que nos muestra su legado.
Y decide hacerlo al más puro estilo Alicia en el País de las Maravillas. Con una fantasía onírica tan hermosa como funesta. Y no es para menos pensarlo, puesto que parece que nuestro querido director se prepara para su propia muerte. Y en el proceso desea que todo el mundo, no sólo él mismo, seamos capaces de percibirlo con total claridad.
Resulta casi morboso, teniendo en cuenta no sólo que hablamos del gran Miyazaki, sino de un hombre “en perfecto estado de salud”; únicamente, eso sí, que ya es bastante mayor. Y mira que tenemos obras tan crudas como La Tumba de las Luciérnagas (hasta comparte temas y tramas con El Chico y la Garza: Segunda Guerra Mundial, orfandad), pero esta, quizás por ser sentida como la propia elegía del autor, se percibe más oscura y pesimista.
Supongo que, simplemente, no hay nada más triste que ver a tu faraón, en vida, erigir su propio mausoleo. Y El Chico y la Garza han resultado ser una pirámide llena de secretos y misterios, no todos agradables.
Nuestro problema con las expectativas.
Creo que todos esperábamos otro tipo de película. Más tradicional, un “Ghibli clásico” realizando otra proeza estilo La Princesa Mononoke o, por qué no, otro Porco Rosso. Y nos encontramos una especie de confusa y metafórica El Viaje de Chihiro… pero con una vuelta de tuerca. Con una narrativa confusa, con cambios de escenarios bruscos, subtramas y aparición de personajes que, particularmente, son lo que menos me ha convencido de la película.
No tiene tanto que ver con que esperara una película de desarrollo lineal, o dividida en tres actos, como la sensación de estar dentro de un particular inframundo griego creado por un japonés con mucha imaginación. Un Hades al que Mahito Maki, el protagonista, llegará acompañado de un particular psicopompo, una garza real.
Si en la cultura asiática la garza simboliza la longevidad y la buena fortuna, en la mitología popular, la garza encarna la independencia, la sabiduría y la perseverancia. Cualidades que Mahito debe perseguir para superar sus traumas. De la misma manera, la abundancia de pelícanos alude a su completa soledad y a su consiguiente reafirmación en lo incomprendido que se siente.
Miyazaki no se detiene aquí, sino que, a modo de guiño para los veteranos en Ghibli, crea los warawara, lindos seres herederos de los susuwataris de Mi Vecino Totoro o de los kodama de La Princesa Mononoke, por poner los más representativos.
Mucha metáfora, muchísima segunda lectura y un ritmo voluntariamente contemplativo. Este problema nuestro con las expectativas antes de ir al cine nos puede pasar una mala jugada al encontrarnos con un ritmo creado a propósito para ser lento (recordemos que, en la animación, la historia puede ser todo lo rápida o lenta que queramos). Es muy posible que nuestra impresión sea que en el primer tercio de historia no ocurre nada. Y el aura de tristeza que impregna las escenas casi empaña la belleza de los paisajes creados por el Studio Ghibli de los que podríamos estar disfrutando mientras.
Basta ya de madrastras malvadas.
El Chico y la Garza, como no podía ser de otra manera, engloba diferentes historias. Algunas tocan temas habituales de Miyazaki: la Naturaleza, los mundos de ficción, la infancia… pero yo ahora me quiero centrar en uno de los más destacables, los lazos familiares, reflejados en este caso por la clásica reacción ante la llegada de un nuevo miembro a la familia tras la desaparición de otro. En este caso, la madrastra.
Y el mundo (o Disney) nos ha acostumbrado a un tipo de madrastra malvada. De forma déspota e inhumana, esta mujer (no se sabe por qué, nunca es un hombre) odia de forma incondicional a su hijastro/a, negándole todo tipo de amor y relegándole a un papel de criado. En muchas ocasiones, cual fiera leona, antepone sus propios cachorros llegando a realizar actos abominables.
¿Por qué la literatura y la televisión habrán querido buscar semejante antagonista? Quizás porque no hay nada más doloroso para un niño que perder a su madre y, encima, verse despreciado por el reemplazo.
Hayao Miyazaki nos recuerda en El Chico y la Garza que durante buena parte de la Historia de la humanidad los hijos han perdido a los padres de forma constante y habitual. Ya fuera por guerras, por enfermedades u otras causas, la presencia del nuevo progenitor siempre ha existido. Y eleva la figura de la madrastra a su lugar sublime: el de la delicada posición de amar a un hombre que ya amó a otra mujer y al hijastro que, de forma evidente, se comporta de forma hostil con ella. Una mujer valiente, fuerte y amorosa que da lo mejor de sí misma.
Un cambio en el protagonista.
Estamos habituados a protagonistas femeninos. No. A los mejores protagonistas femeninos que ha dado la Historia del Cine. Ya no comparativamente con los vomitivos personajes femeninos de Disney (hasta hace un suspiro), sino en general. Pero, esta vez, Miyazaki nos trae un niño de 12 años, Mahito Maki, para que no quede duda de que se trata de una obra con tintes autobiográficos. Un niño que, aun rodeado de mujeres, se siente desamparado.
La película hace desfilar delante de él no sólo a su madrastra, sino a 7 ancianas sirvientas que le tratan como un rey. Aparte, los personajes que van interactuando con él son principalmente mujeres, todos mostrando su sabiduría a un Mahito que intenta encontrar, ya no su lugar en el mundo, sino simplemente la paz consigo mismo.
Y de paso, el director tiene tiempo de incluir guiños a películas del Estudio como Arriety y el mundo de los diminutos (esa escena costumbrista comiendo) o a El Castillo Ambulante, con la presencia de Himi, la mujer de fuego.
Alicia en el País de las Maravillas
La historia original de Alicia fue escrita por el ilustre Lewis Carroll en 1865 y, sinceramente, guarda más similitudes con El Chico y la Garza que la supuesta obra en la que está basada, un libro de 1937 llamado ¿Cómo vives? (efectivamente, Kimitachi wa Do Ikiru ka) escrito por Genzaburo Yoshino en el que se sigue la evolución de un adolescente a través de su relación con su tío.
Si alguna similitud le podemos encontrar, es la parte de crecimiento psicológico de un adolescente a través de las interacciones con diferentes personajes. No es poco, pero suena tan genérico que, por una vez, casi aplaudo la decisión de cambiar el nombre de la película de su original Kimitachi wa Do Ikiru ka, a El Chico y la Garza.
👺Un viaje interior también podemos verlo y vivirlo en El Viaje de Chihiro. 👹 |
Aquellos que concebimos el viaje de Alicia (onírico, terrorífico, dantesco, catártico…) como una aventura transformatoria, como la particular Odisea de una niña en busca de su Ítaca, como la epopeya de Dorothy Gale en busca de su tierra de Oz, no podemos dejar de ver en la historia de Mahito Maki las mismas similitudes con estos ejemplos (e incluso alusiones directas, véase la presencia de un Rey de los Periquitos y sus súbditos, sustituyendo a la Reina de Corazones y los naipes).
Quizás porque Miyazaki ahonda en sus propios recuerdos es capaz de plasmar la confusión de la mente de un pre-adolescente que no sólo tiene que enfrentarse a su propio yo en proceso de cambio, sino que es sacudido por tantas desgracias y tan juntas.
Una vez más, la música.
El inmortal Joe Hisaishi participó con su música en 1982 en una película anime sobre El Mago de Oz en la que a día de hoy se sigue considerando la versión más cercana al libro. 40 años más tarde ofrece su talento al servicio de una sucesora espiritual como El Chico y la Garza creando una música intimista, discreta, como un tapiz que decora una habitación constantemente en cambio y que intenta no tapar los acontecimientos que se están sucediendo en pantalla, sino acompañarlos.
Tarea difícil para plasmar sentimientos tan complejos como son el corazón y mente de un adolescente. Uno sentiría la tentación de dejar fluir la música más atronadora y temperamental, pero Hisaishi decide dejar que la fantasía onírica de Miyazaki sea la que nos cautive, decantándose por mostrar la fragilidad del protagonista. Maravillosa al piano Ask Me Why, como una pregunta constante a la espera de una tranquilizadora respuesta. Arrullador con su White Wall. Enigmático interpretando The Blue Heron.
Una obra poco tranquilizadora.
El Studio Ghibli siempre ha estado a la vanguardia en cuanto a nivel técnico se refiere. Cada obra suya era, no sólo un derroche de color, precisión y carisma fotográfico, sino un avance del medio a otro nivel. Quizás por ello desilusiona pensar que El Chico y la Garza, aunque mantiene el nivel, no ofrece nada nuevo. Han pasado 10 años desde El Viento se Levanta y simplemente han usado las técnicas que conocían. No es decepcionante en absoluto (jamás puede decepcionar una animación tradicional hecha con tanto mimo), pero sí que se visualiza un estancamiento que nos hace decir que no, que ya no son lo mejor que hay ahora… y menos después de ver el trabajo de Makoto Shinkai.
De cualquier manera, el Studio Ghibli y Hayao Miyazaki siempre nos instigan a realizar un viaje interior con cada película que estrenan. Si Mahito debe superar sus traumas y madurar, nosotros queremos embarcarnos en esa aventura con él. Esa es la magia que nos ofrecen. Una magia que acabará haciendo de El Chico y la Garza una obra atemporal.
El Chico y la Garza
Destaca en:
- Su mensaje sobre el duelo infantil.
- La creación del mundo de fantasía en contraposición con el mundo real.
- Su buen hacer técnico.
- El nuevo enfoque de las madrastras.
Podría mejorar:
- La certeza de la despedida de Hayao Miyazaki.
- El estancamiento a la hora de evolucionar a nivel técnico.
- La confusión del montaje, no gustará a todos.
- Aviso: no es la obra con la que uno debería empezar a visionar Ghibli.
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