Con ese nombre cualquiera podría hacer asociaciones raras. Pero no, no puedes comprender El astrolabio de hielo (2011) separando cada palabra e imaginándote que va de labios, estrellas y cubitos de hielo. Estamos hablando de una novela gráfica salida de la perturbada mente de Luca Blengino (guión), Antonio Palma (dibujo) y Hubert (color) en lo que se ha convertido en uno de mis favoritos dentro de los “cómics turbios a releer cuando quiero conquistar el mundo”, junto a Siegfried y From Hell.
Y si os he picado la curiosidad, esta historia de intrigas políticas, amores turbios y héroes anónimos ambientada en la Roma del s.XVI os enganchará tanto como a mí. De hecho, se te hará un poco corto, tanto en su precipitada conclusión, como en las ansias de saber más cosas acerca de los protagonistas. Fiamma, una prostituta de Roma, Basir, un matemático al servicio del gran Saliman, Rolf, el soldado tuerto, y Cora, la hija de un comerciante, son los personajes que, de una forma u otra, se ven involucrados en la búsqueda de “Las Efemérides perdidas”, un tratado astrológico (de ahí el nombre de El astrolabio de hielo) que alguien ha robado de la biblioteca del Vaticano. Lo cual implica también a la Iglesia, y a la parte corrupta que habita en ella. Y todos detrás del libro para encontrar el Astrolabio.
Y con tanta gente queriendo encontrar el libro de marras que cambiará nuestra concepción del mundo, es inevitable que haya muchas muertes, tanto en escaramuzas como en batallas. Roma es asediada por las tropas de Carlos I de España y V de Alemania y pocos saben el oculto secreto que entraña esta acción.
Así, El astrolabio de hielo y sus 120 páginas es para mí como una novela de detectives. Un argumento complejo, para un cómic que, sin embargo, muestra más imagen que texto. Y es precisamente la belleza sobrecogedora de sus imágenes la que encumbra esta obra por encima de otras que hayan podido surgir. Vamos, que me alegro de haberme fijado en ella.
Realmente parece que la historia es una excusa para componer una pintura de Goya. Quizás no por la composición, pero sí por los colores y el tratamiento de las personas. Claroscuros que dan cuerpo a pavorosas escenas, episodios terrosos con un dibujo tan detallista que emula un realismo casi de fotografía. Igual de hecho usó fotografías para inspirarse, de tan perfectas proporciones que observamos en los personajes, lo cual es poco habitual en los cómics, que siempre han sobresalido por ofrecer ventajas que otras formas de expresión no poseían.
Pero si realismo es lo que buscaba, realismo es lo que nos ha dado. Se nota que le gusta pintar personas (quizás no tanto paisajes, lo cual es raro en un cómic de origen europeo, más concretamente italiano), pero poco importa porque los personajes están tan bien creados, son tan profundos y complejos, míseros hasta casi decadentes, que estamos mirando la propia Roma Renacentista, con toda su gloria y su podredumbre.
Espero que disfrutéis tanto como yo de El astrolabio de hielo y que tanto su oscurantismo, como su sordidez, sean capaces de dejaros tan fascinados como a mí. Tener en cuenta que lo sombrío también puede brillar y, en este caso, lo hace con luz propia.