La idea de usar a Bucéfalo, el caballo de Alejandro Magno, como vehículo para contar la historia del gran general era una estupenda idea. Siendo sinceros, era complicado que la trama fuera sobre el propio caballo, del que sólo se conocen media docena de anécdotas, así que lo más lógico es que el libro, de nombre simplemente Bucéfalo (2009, en algunos casos Bucéfalo: memorias del caballo de Alejandro) fuera una excusa para hablar del macedonio.
Sin embargo, hasta ahí llegan las buenas ideas y ya me duele decirlo porque, como algunos sabéis, soy una gran fan de Alejandro Magno y no voy a poder recomendaros la lectura de este libro.
En materia de los grandes nombres de la Historia informarte mucho sobre ellos supone leer una y otra vez las mismas anécdotas, las mismas frases lapidarias, ver nombrados a los mismos autores como referencia de sus grandes gestas y/o miserias… Con Alejandro Magno no es diferente, así que la mayoría de las veces me centro en intentar disfrutar de la lectura cuando se trata de novelas y de aprender algo diferente cuando son ensayos. Bucéfalo pertenece a la primera categoría, y su mayor acierto consiste en contar la historia de Alejandro a la par que su misma historia, dado que el caballo acompañó a su amo durante casi toda su existencia.
Pero, pero, peeero…
Sin embargo, y aquí comienza una larga lista de peros, pretende condensar todo el conocimiento sobre la vida de Alejandro como si realmente tuviera que narrar sin dejarse ni un solo hecho por contar. Esto provoca que la novela se sienta como una amalgama de hechos que hay que meter con calzador, careciendo de la armonía de otras obras que tratan sobre el mismo personaje.
La sensación de confusión persiste a lo largo de toda la novela máxime cuando el autor carece de habilidad literaria para redactar con fluidez. Las frases se sienten torpes, los conectores usados de forma inadecuada, el cambio a la del tú-usted-vos constante (que bueno, no existía ni el vos ni el usted en aquella época, pero ese es otro tema) y una vez tras otra tienes la sensación de que ha hecho corta y pega con momentos importantes de la historia de Alejandro (sobre todo en lo referido a la descripción de las batallas) y, más aún, de una forma que me horroriza, reconozco frases y expresiones usadas por otros autores, como Mary Renault (del que el autor parece que hasta ha plagiado ideas), sacadas de su El Muchacho Persa.
La habilidad para unir hechos históricos no es algo al alcance de todo el mundo. Cuando novelamos la biografía de un militar es inevitable que algunas partes puedan resultar más pesadas. Este hecho no suele darse en ninguna de las grandes novelas y ensayos de Alejandro porque los autores contemporáneos del general describieron al detalle tanto sus hazañas militares como su día a día personal. Por consiguiente, casi cualquier trabajo de investigación que hubiera que tenido que hacerse ya está hecho, por lo que un hipotético escritor a día de hoy sólo necesita hilar bien la historia que quiere contar basándose en los trabajos y estudios anteriores.
Así se ven las referencias del autor.
La ficción conlleva licencias que una novela que pretende un rigor histórico no tolera. En el caso de Bucéfalo no deberíamos encontrarnos con dudas puesto que el autor hace hablar a un animal, como si de una fábula se tratase. Mas el despliegue de medios del que hace gala para convencernos de que él mismo es un estudioso que conoce al dedillo la biografía de Alejandro Magno nos asegura que desea que Bucéfalo sea considerada dentro de estas grandes obras en las que en la contraportada destacan las dos mágicas palabras: rigor histórico.
Pero el estilo de Eloy M. Cebrián es más cercano al de Arriano (Historia de las expediciones de Alejandro), Plutarco (Alejandro), Quinto Curcio Rufo (Historia de Alejandro Magno) o Pseudo Calístenes (Vida y hazañas de Alejandro de Macedonia) en el que la prosa era lo de menos ante la necesidad de plasmar los hechos. No dudo del trabajo previo que habrá realizado el autor para documentarse (al tema de los plagios me remito, perdón, “homenajes”), mas para escribir una buena novela de ficción histórica es mejor no leer a Joséphine Dedet y su Roxana o a Nicholas Nicastro y su Alejandro Magno Imperio de Ceniza y centrarse en emular a los grandes autores en materia de Alejandro como son John Warry, Klaus Mann, M. Bertolotti, Mary Renault o Nicholas Hammond.
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La lista de autores es muy extensa, os lo aseguro, pero cuando tratamos las biografías de los grandes personajes de la Historia y, por Dios, en pos de que no vuelvan a hacer una película tan terrible como Alejandro Magno de Oliver Stone (por mucho que insistan en que se basó en la obra de Robin Lane Fox), es necesario no sólo fijarse en el estilo literario de Valerio Massimo Manfredi (trilogía de Aléxandros), que sí, que ha vendido muchos libros, sino también en el rigor histórico y la meticulosidad de Steven Pressfield (La conquista de Alejandro Magno, La conquista afgana).
Su propia concepción de Alejandro
Todo esto conlleva que la novela ha querido plasmar su propia concepción de Alejandro Magno, darle una personalidad que aporte algo diferente a lo ya escrito. Per se, este hecho me parece admirable, no en vano cuando visualizo una nueva película sobre el Joker estoy abierta a reinterpretaciones sobre el personaje. Con las biografías, dado que se trata de personas reales, las dosis de imaginación deben ser contenidas dentro del círculo imaginario del realismo.
Digo esto porque una personalidad no puede ser cambiada de la noche a la mañana. El autor propone un Alejandro que duda de su propia religiosidad (página 191, por ejemplo), cuando todos sabemos que Alejandro jamás habría dicho que los dioses no existen. Era un hombre profundamente religioso. También era colérico, todas las fuentes lo confirman, pero era justo y los actos por debajo de su dignidad le pesaban más que a otros contemporáneos suyos. Por eso, describir episodios como insultos a su médico (página 267) no resultan muy creíbles.
Inmerso en su visión, Eloy M. Cebrián da una y otra vez un carácter a Alejandro que dista mucho de la realidad, pero también inventa personajes como un ficticio nieto del gran Marco Furio Camilo (el ilustre dictador apodado El Segundo Fundador de Roma) que no aporta nada a la trama, como no sea para hacer usar a Alejandro técnicas militares romanas que todavía no se habían inventado en aquella época. También reinterpreta a otros personajes como Mennón, al que da una muerte ridícula, o a Parmenión (página 252 y muchas otras) a quien el autor parece empeñado en querer hacerle quedar como un necio y un inútil, siempre contrario a cualquier cosa que dijese Alejandro.
Este último caso me parece especialmente nocivo para la novela puesto que si algo tiene una biografía es que no requiere de antagonistas. No necesitas un malo para que la trama se enrede. Y la vida de Alejandro da para mucho.
Pero se centra en lo que no es importante.
El cuadrúpedo Bucéfalo aparece menos en la historia de lo que querríamos. De hecho, hay un gran trecho de historia en el que directamente te olvidas de que él es el narrador. Cuando llegas a la página 276 no puedes por menos que exclamar ¡hombre, el caballo de nuevo! Y todo para explicarte en las siguientes páginas, sin ninguna razón ni fundamento, el patrón oro.
Esto la novela lo repite constantemente, creando momentos de gran extrañeza. ¿Por qué el caballo está describiendo los materiales de un palacio? ¿acaso no se da cuenta de lo absurdo que es? (página 282). Si un tema vas a tener que meterlo con calzador, no lo metas.
Vamos metiendo al caballo en su establo.
Me gusta el glosario que el autor ha incluido al final de la novela. Me gusta la recuperación del lenguaje en materia de objetos, conceptos y costumbres griegas, macedonias o persas. Algunas veces puedes notar incluso algo de poesía oculta bajo una mala prosa, pero tampoco podemos esperar más de un libro con una edición tan mala (cortesía de Ajec) que pasa por alto el hecho de que hay texto repetido en la página 366.
Bucéfalo es una novela sin corazón. Desaprovecha durante 402 páginas la estupenda idea de usar al caballo favorito de Alejandro Magno como narrador de la historia del gran estratega, y pasa por la Historia reinventando los hechos y narrando hasta la náusea detalles que no nos importan. Es una lástima, porque me consta que Eloy M. Cebrián tiene una larga trayectoria como escritor y hasta ha ganado algunos premios, pero con Bucéfalo nos ha dado una coz de la que es difícil recuperarse.
Bucéfalo
Destaca en:
- La idea de usar a Bucéfalo para contar la historia de Alejandro Magno es muy buena.
Podría mejorar:
- Prosa mal hilada, aburrida y densa.
- Reinterpretación libre de la Historia y del personaje de Alejandro.
- Un caballo muy humano, quizás demasiado.
- Lectura densa y aburrida.
- -Diálogos poco trabajados, parece una lección de historia y no una novela.
Un comentario
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