Casa de muñecas (Henrik Ibsen 1879) es la obra de teatro que, si no hubiera sido escrita en su momento por Ibsen, alguien habría acabado haciéndola. Rebelde, escandalosa, en su momento sus afirmaciones y su crudo desenlace hicieron temblar todas las butacas del teatro y, a día de hoy, no es difícil que más de uno ponga el grito en el cielo. Eso es lo que diferencia, no una buena obra de una mala, sino una gran obra de una imperecedera. Los temas que toca Casa de muñecas (amor, chantaje, fidelidad, búsqueda de uno mismo, supervivencia, cosificación de la mujer) son universales, pero el tratamiento que ofrecen al espectador es tan novedoso que parece como si fuera la primera vez que se tratan.
Nora es la esposa y madre perfecta. Alegre, cariñosa, vive a la sombra de su marido, Torvald Helmer, cumpliendo su papel para con lo que la sociedad espera de ella. Sin embargo, esconde un secreto: años atrás, falsificó una firma para conseguir dinero con el que curar a su marido enfermo, quedando a merced de un prestamista.
Su acto de amor no justificaba en aquella época el haber pedido prestado dinero (y más aún el haber actuado a espaldas de una figura masculina de autoridad) puesto que el honor del marido estaba en juego, así que Nora esconde esta deuda y va devolviendo los pagos trabajando a escondidas y privándose de todo gasto.
El mayor peligro que podemos tener cuando vemos una película de época, o leemos un libro de antes de la revolución femenina, o asistimos a una obra de teatro clásica, es creer que las cosas antes eran como ahora en materia de igualdad de derechos. Por supuesto que no ignoramos que las cosas antes eran diferentes para el sector femenino, pero no somos realmente conscientes de que lo que ahora es escandaloso, antes era la normalidad. Por ello, debemos situarnos en el contexto histórico y no dejar que nuestro progresista sistema se indigne ante unos hechos que consideramos anormales.
Pero esta obra va de la revolución de una mujer ¿verdad?
Sí, y de una manera radical y en todos los sentidos, pero el contexto histórico en el que se representó esta obra no era así, era una sociedad en la que las mujeres no sólo debían obediencia a sus maridos, sino que conocían y aceptaban su papel dentro de la sociedad, y desde luego que no tenía que ver con traer el pan a casa. De hecho, uno de los personajes femeninos, Cristina tiene que trabajar, y ello es casi visto como algo malo. Por todo esto esta obra, casi un estandarte de la revolución feminista, resultó tan chocante, tan trastocadora.
Así, Casa de muñecas resulta una crítica a las normas matrimoniales del s.XIX. Posiblemente Ibsen se basó en la cultura noruega que conocía, pero también vivió mucho tiempo en Italia y Alemania, lo cual nos lleva a pensar que esta situación podía darse prácticamente en toda Europa.
Y de esta forma ha sido representado en teatro hasta nuestros días, pero también el cine le ha ofrecido un amplio espacio en forma de películas, sobre todo a lo largo de los años 70. Quién sabe si como crítica, otra vez, a las normas matrimoniales que se vivieran en aquel entonces. Nora se presenta como una revolución, un personaje femenino de gran relevancia para la literatura tanto de la época como de ahora, al igual que Jane Eyre (1847), Madame Bobary (1857), Ana Karenina (1877) y otras mujeres descritas en la literatura, que escandalizaron por su conducta y posiblemente insuflaron en la mente de otras mujeres la idea de equiparar, no sólo sus derechos a los de los hombres, sino que aquello por lo que se podía condenar a una mujer, también podía ser condenable en el hombre.
Y es que no todas las acciones que emprende Nora son justificables. Su radicalismo es cuestionable, sus secretos son cuestionables, sus decisiones en lo que atañe a su familia son cuestionables. Y que, mal que nos pese, Nora no es una heroína, quiere descubrirse a sí misma, pero sus acciones pueden llegar a ser egoístas; y todos podemos ser Nora si no nos damos cuenta.
(8,5 / 10)- Reseña ganadora del “Concurso de Reseñas 2015” de la Editorial Universo La Maga
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