Creo que lo más duro de este libro es saber cómo acaba su autora. Leer sus sueños, metas, esperanzas, su anhelo de vida y de obtención de amor, y saber que no llegaría a ver el final de la guerra. El Diario de Ana Frank es una obra que emociona lo inimaginable sencillamente por eso: lo escribió para desahogarse, para alejarse de las diarias discusiones, para poder encontrar un poco de paz en medio, no sólo de su aparatosa y terrible situación, sino también en medio de los cambios que sufre todo adolescente. No dejé de pensar ni por un momento que Ana Frank se encontraba inmersa desde el principio, a pesar de su evidente madurez, en aquello que llamamos la “edad del pavo” y que genera en el joven que la padece sufrimientos por el desconocimiento del mundo que le rodea, desconfianza ante los adultos que hasta entonces fueron su sostén, (que ya no son omniscientes) y soberbia por creer que ya pertenece al mundo de los mayores.
Así pues, la historia de una niña obligada a ocultarse en un desván secreto con 7 personas más durante dos años no es un relato épico sobre supervivencia, tampoco es una novela con sus evidentes enredos y catarsis, mucho menos una narración sobre el Holocausto; es sencillamente una pasional crónica de la vida diaria de Ana Frank, una niña obligada por las circunstancias a madurar antes de lo que la vida le habría exigido si hubiera nacido en otro país, o quizás con otra religión, (al fin y al cabo hay una marcada evolución a medida que Ana va descubriendo su propia existencia y la de los demás, por supuesto resaltando la de Peter); y de la que todos podemos tomar ejemplo por una simple razón: nunca perdió la esperanza.
Honestamente, no quiero entrar en la vieja polémica de si el Diario es auténtico o no, o si su interés reside única y exclusivamente en el morbo del dramatismo de saber, como ya indiqué en el primer párrafo, que ya sabemos cómo acaba su vida; primero porque de tan sobado resulta aburrido, y por otro, no creo que vaya a ser yo precisamente la más adecuada para juzgarlo (y conozco ese párrafo del Diario en el que comenta que espera que su Diario sea publicado). He estado en la casa-refugio en Holanda, he visto cómo vivían y he contemplado los escritos de Ana a lo largo de esos 25 meses, y no pude por menos de constatar lo que conocía por el libro, aunque éste haya sido adaptado para su publicación: Ana Frank fue una luchadora. Y eso es lo único que me importa. Cierto, estuvo escondida, pero muchos de sus compañeros de refugio habían perdido toda esperanza, eran entes muertos vagando por la casa. ¿Quién se atrevería a decir que Ana no era consciente de lo que ocurría fuera de su desván y que por ello vivía en un mundo de fantasía? Ella misma describe la situación que se vivía en Alemania, en Holanda, en toda Europa (por las noticias que le traían, por la radio y por los periódicos), y conocía el destino de tantos judíos, o simplemente simpatizantes de su propia causa, o incluso los homosexuales y sacerdotes, que estaban huyendo de Hitler y sus nazis, y muchas veces acababan en los campos de concentración o fusilados delante de sus familias.
No, no se puede tomar a la ligera este Diario por mucho que esté escrito de manera tan simple (o simplemente ingenua). Su mayor atractivo está en su mezcla de madurez y candor adolescente. Es inevitable que nos sintamos identificados con ella en muchos pasajes puesto que es un alma abierta, libre de que nadie trastoque sus pensamientos. Es la mayor gracia de los diarios, ¿no opináis igual?
Quizás es porque yo también escribo (o lo intento) y también deseé cosas como las que Ana Frank describe en su Diario: “Quiero llegar a ser periodista. Estoy persuadida de que podré escribir. He escrito algunos cuentos que no están mal y las descripciones de nuestra vida en las habitaciones del refugio tienen cierta gracia. En mi Diario hay algún pasaje interesante, pero…aún no sé si realmente tengo talento para eso“.
En esa entrada del día 4 de abril de 1994 Ana habla de lo mucho que le gustaría ser periodista o escritora, y de cómo anhela permanecer en algo escrito después de su muerte. Realmente lo ha conseguido, ¿verdad?.