Yo quiero ser objetiva, de verdad que sí, pero releer Dolores Claiborne (1992) cuando ya has visto la adaptación al cine de 1995, con Kathy Bates como protagonista (que en España fue llamada Eclipse total), es leerte un libro teniendo a esta actriz en la cabeza todo el rato. Cualquiera que haya visto Misery es incapaz de volver a ver una adaptación de Stephen King a la gran pantalla y no pensar que, sin duda, si aparece Kathy Bates, será una gran película. Sin embargo, y en contra de lo que casi es un cliché establecido en el mundo del cine, es posible que con Dolores Claiborne estemos ante la primera novela de Stephen King que es peor que su adaptación al cine.
Dolores Claiborne no es sólo el nombre de la novela, también es el nombre de la protagonista de esta truculenta historia y digo truculenta no porque haya mogollón de sangre y asesinos sueltos pensando que les queda algo de trabajo por hacer, sino por el estilo del libro, tan alejado de las novelas de Stephen King que solemos leer y que hace tan incómoda su lectura, como más adelante ahondaré. Incluso, la propia historia es bastante atípica.
Dolores, ama de llaves durante unos 40 años de la caprichosa e irascible Vera Donovan, en la perdida de la mano de Dios isla de Little Tall, es acusada de la muerte de su anciana señora, debido a las continuas disputas que en la isla se les conocían. La vida de ambas mujeres está marcada por la soledad, el desprecio de sus hijos y la muerte de sus respectivos maridos, ambos muertos en extrañas circunstancias. En el caso de Dolores, su marido, Joe St. George, era violento, lascivo y alcohólico y, aunque en la isla muchos sospechan que la propia Dolores fue la que lo asesinó, nunca se ha podido probar.
El retrato de una mujer atormentada
Así, la novela comienza con la acusación a Dolores por parte de la policía del asesinato de Vera y la confesión de ésta de sí ser la causante de la muerte de su marido pero de no tener nada que ver con la muerte de Vera, resultando de ello un relato muy personal, narrado por Dolores como único personaje, en el que desgrana toda la historia.
En sí mismo, el libro resulta agotador, como si el interrogatorio y confesión en que consiste la novela tenga que ser demoledor tanto para Dolores como para nosotros, lectores. No hay capítulos, ni saltos de página ni nada que aligere la trama; sólo la quisquillosa voz de Dolores narrando, quejándose, contándonos la historia de su vida, dejando que nos asomemos a un rincón del mundo donde la mediocridad, la rutina y la angustia son los patrones habituales.
El personaje de Dolores Claiborne es, sin duda, el adecuado a deconstruir en este análisis. En parte porque es el único personaje de la novela (pese a que se incluyen retazos de conversaciones con diferentes personajes en algunos momentos) pero también porque es desde sus ojos desde los que Stephen King quiere que leamos el libro. El punto de vista de una mujer que se mueve entre la fragilidad y la fuerza, entre la inteligencia y la mediocridad, entre la brillantez y la torpeza.
Stephen King y el terror de lo cotidiano
Dolores nos narra la historia de lo que pasó y de cómo los secretos la obligaron a callarse, como si esa isla fuera una cárcel y sus habitantes no pudieran salir del pozo (metafórico, ¿eh? Que no estoy haciendo una alusión a los hechos) en el que están metidos. Sin embargo, y al contrario que en la gran obra que habla de este hecho, Historia de una escalera, aquí los hijos sí huyen del pasado, de los errores de los padres, de la ignorancia y el atraso que supone quedarse en Little Tall. Es posible que cometan otros errores, de eso no cabe duda, pero, pese a sus pasados traumáticos (que en general son los que producen que se aceleren los acontecimientos) intentan salir adelante cometiendo así su único y gran pecado: abandonar a sus madres.
Las madres son las que se sacrifican, las que callan, las que padecen y sobre las que acaban recayendo todas las culpas. El amor maternal es lo que hace a Dolores tanto actuar como callar, pero también la furia alimentada tras años y años de aguantar la violencia de género, una violencia machista que, en aquella época y en ese rincón del mundo tan aceptado era por la sociedad y, sobre todo, por las propias mujeres.
Es en ese marco donde Vera, la mujer fuerte e independiente, pero también sufridora en silencio, viene para romper con algunos tabús establecidos. Por supuesto, no hablamos de divorcio, que igual, si existiera la posibilidad de divorcio, nos quedamos sin novela; pero el autor no quiere ir por esos derroteros porque no es tanto una historia de liberación-salvación como una historia de liberación-venganza. La libertad que estas mujeres buscan es la de saborear su victoria y la de la manumisión del yugo de sus maridos, por lo que su salida, ya que la sociedad y la ley no las protegen, es protegerse ellas mismas.
Se le han encontrado paralelismos con El juego de Gerald porque las dos novelas comparten el fenómeno del eclipse solar. Tampoco es algo excesivamente relevante porque Stephen King suele enlazar unas obras suyas con otras. De hecho, encontramos alusiones en Dolores Claiborne a otras obras del autor como Rita Hayworth y la redención de Shawshank, La tormenta del siglo, Pesadillas y alucinaciones y Cujo y ninguna de estas referencias acaba por darnos material con el que seguir reflexionando. Por mucho miedo, asco o cualquier sentimiento que Stephen King nos quiera mostrar en sus obras, es con Dolores Claiborne con la que nos deja angustiados. Y así, volvemos al tema de la incomodidad que genera este libro, uno de los libros más densos que he leído de Stephen King y uno de los que más me ha aburrido.
¿Hay conformismo en Dolores Claiborne?
La razón es que gran parte del libro transcurre entre los vaivenes mentales de una mujer arisca y con el carácter avinagrado que no para de quejarse de todo lo que la rodea y que, para hacerlo, deconstruye cosas tan poco interesantes como las formas en las que su señora tenía de molestarla. La novela es una continua queja de lo que Dolores tiene contra el mundo y, aunque me parece intachable la forma en que la prosa de Stephen King desgrana el cerebro de una casi anciana, desde el punto de vista del entretenimiento choca contra el mismo muro una y otra vez.
Hay poca enseñanza moral en las acciones de dos mujeres que deciden matar para solucionar sus problemas. Me cuesta enfrentarme a las decisiones de los personajes de cualquier novela porque vemos sus dificultades bajo el prisma del espectador mudo y eso me hace callarme mis opiniones, pero cuando se trata de decidir acerca de la vida y la muerte de las personas, siempre hay que andarse con pies de plomo pues, ¿quién tiene derecho a ser juez y verdugo de la vida de los demás? ¿acaso no había más salidas? Es la razón por la que presento poca empatía hacia Vera y Dolores, dos mujeres unidas por los secretos, por el dolor que les causaron los hombres, pero también por las acciones que podrían haber tomado otro camino. Quizás su castigo haya tenido que ser aguantarse a ellas mismas, convivir entre ellas, mientras la isla, con sus recuerdos, acaba siendo su propia cárcel. Pero esto es sólo mi punto de vista. Tampoco estoy aquí para juzgar lo que habríais hecho vosotros.
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