No hay nada de malo en que La Catedral del Mar (2006) fuera la versión española de Los Pilares de la Tierra (1989); al fin y al cabo, cada uno tiene derecho a escribir sobre lo que quiera y, si lo hace bien, a recoger los frutos, pero sí que más de uno podría directamente quejarse, y así ha ocurrido, de que es una copia brutal y descarada del best seller de Kent Follet y bebe de todas sus buenas ideas para desarrollarse. Por supuesto, eso sería un poco injusto para con La Catedral del Mar de Ildefonso Falcones, como ahora explicaré, pero no se puede negar que Los Pilares de la Tierra es una obra mucho más compleja y con un alcance más universal en cuanto a valores que transmitir y una Edad Media que retratar.
Sin ir más lejos, está claro que, mientras en Los Pilares de la Tierra todos los personajes tienen mucho protagonismo, (de ahí que resulten planos, porque no da tiempo a ahondar en todos ellos), en La Catedral del Mar hay un personaje principal, y luego una docena de secundarios. Decantarse por esta segunda opción da pie a que se pueda excavar mucho más en las personalidades y empatizar con cada uno de ellos. Y ello es un punto positivo, se mire por donde se mire.
En este sentido, además, La catedral del Mar se divide en dos partes: la parte de Bernat Estanyol, el campesino payés huido de sus tierras en busca de la libertad que proporcionaba vivir en Barcelona un año; y la de su hijo Arnau, y su vida en la Barcelona del s.XIV, teniendo como centro de sus penas y alegrías la en obras Catedral del Santa María de la Mar. El resto de los personajes interactúan con ellos y son parte de sus historias, haciendo fácil su lectura.
Quizás la parte histórica de Los Pilares de la Tierra sea más confusa que en La catedral del mar. Esto es así porque en la primera, la parte histórica es sólo un trasfondo adecuado para encajar la novela, mientras que en la segunda los hechos históricos, en concreto los catalanes, están irremediablemente unidos a la historia de los personajes. Así, el autor ahonda, a veces demasiado, en las leyes de la tierra, los nobles y la realeza, así como las costumbres del comercio, las guerras que se sucedieron (a veces a raíz de ello, y otras consecuencia del orgullo de los príncipes y reyes), los gremios y, dominando el buen hacer de la gente, la religión. Todo ello se da cita de forma brillante (que no exacta, que mira que no se inventa cosas para cuadrar mejor su novela) para una mejor inmersión dentro de la lectura.
Si sois de esos que acudís a cualquier libro denominado best seller probablemente os aburráis con las explicaciones. Si os interesáis mínimamente por la Historia y os gusta este género literario, lo encontraréis, no sólo entretenido, sino didáctico. Eso sí, como ya mencioné antes, no os lo toméis todo al pie de la letra. Se habla mucho de reinos catalanes cuando por aquella época no existían tales reinos. Es posible que el autor haya querido ensalzar ese trocito de tierra perteneciente a la Corona de Aragón por exigencias de la trama, o para inculcar un sentimiento nacionalista de orgullo en los personajes, con vistas a justificar el oprobio al que a veces las vicisitudes les someten.
Este orgullo, que si bien se da en todas las clases sociales, está dirigido a un apartado en particular según se trate de los reyes (orgullo a su persona), la aristocracia (orgullo simplemente por ser noble, ergo, ser “diferente”), o la más conmovedora de todas, el orgullo de los bastaixos, los descargadores del muelle que llevaban gratuitamente las piedras destinadas a ser parte de los muros de la Catedral de la Mar. La Catedral del pueblo. En la novela se describe con un fervor que casi se contagia el profundo sentimiento religioso de amor por la Virgen de todos los habitantes de la Ribera, que colaboraban en su construcción.
Sin embargo, lo que más me llamó la atención de la puesta en escena son las claras dificultades de aquellos que han nacido en los estamentos más bajos o desfavorecidos (en alusión claro está a los judíos) de la sociedad barcelonesa. No hay duda de que, pese a que muestran que con trabajo y esfuerzo se puede llegar a cualquier lado (como el tío de Arnau, Grau Puig, o el esclavo moro Sahat) no es exactamente la moraleja que ofrece el libro. Cierto, Bernat y Arnau luchan por, no sólo sobrevivir, sino obtener cierto nivel de prosperidad, pero ya no el destino, sino las leyes, los enchufes, los férreos estamentos, la Inquisición y, por supuesto, los enemigos que van creándose por el camino, son los causantes de que este esfuerzo, todo su trabajo, no tenga los frutos que merecen. Y no sólo ellos, sino Aledis, Francesca, Hasdai y otros, no reciben el pago de lo que se merecen.
No quiero decir con esto que sea una novela fatalista. Tampoco es un dramón. Falcones nos muestra una prosa ligera mezclando complejas conversaciones con otras sencillas haciendo que la lectura sea liviana, pero no fútil.
En general, con sus inexactitudes históricas, su…¿por qué no llamarlo “homenaje” a Los pilares de la tierra? y su interesante trama, La Catedral del Mar es una gran obra digna de que le dediquemos tiempo a leerla. La pasión con que relata las costumbres, lo bien hilvanada de las historias particulares, y lo cercano de sus personajes la desmarcan de otras obras del género cosa que, en los tiempos que corren, es harto difícil.
(7,2 / 10) [amazon_link asins=’849908804X,8425354234,8499893740,8466341781,B0053CBJQY,849062402X’ template=’ProductCarousel’ store=’generacionfri-21′ marketplace=’ES’ link_id=’9b5cdbe9-52f1-11e8-97a4-61c276b2937a’]
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