Imagino que cuando William Golding escribió El señor de las moscas en 1934 no imaginó hasta qué punto influiría su obra en la gente y la literatura del siguiente siglo. Posiblemente, ni siquiera fue consciente de cómo su propia obra fue influida por esa primera novela, hasta llegar a moldear de la manera en que lo hizo su último libro, La lengua oculta (1996) publicada póstumamente.
El hecho fue más allá de transmitirnos su bien conocido pesimismo por la naturaleza humana, o cómo se refleja en el ser humano los conceptos del Bien y del Mal. La lengua oculta, novela en la que trabajó hasta el día de su muerte, y por tanto un poco incompleta, es casi una alegoría de cómo puede actuar el ser humano en momentos de crisis, sean estas de la índole que sean.
Por ello, de primeras no tiene tanta importancia la época, el género o la trama escogidas para mostrarnos cómo cambia el ser humano, pero sí que resulta un acierto porque, al ser la protagonista de esta historia una pitia ubicada en el Oráculo de Delfos, la historia deja de ser únicamente humana para jugar entre los mundos de lo humano y lo divino. El hombre es más consciente de sus limitaciones, mientras que los dioses se sienten tan lejanos como cercanos, tan terrible es su naturaleza.
Esta originalidad en la elaboración de su novela (filosófica, muy crítica, un poco intrigante) es un rasgo típico de William Golding, pero a aquellos ajenos a su obra podrá parecerles que la obra tiene poco que contar (quizás por su carácter de casi-borrador) y que lo que cuenta lo hace de una forma confusa. A menudo, cuando pienso en esta obra, me acuerdo del estilo narrativo del maestro Osamu Dazai, puesto que tanto Golding como él describen las emociones de su personaje principal como si este viviera en una nebulosa donde sólo se encuentran ellos y sus emociones. Hay algo de patoso en esta forma de narrar, como un niño que no acierta a entender qué ocurre a su alrededor y, por tanto, lo describe de la manera más natural que puede. El resultado es una literatura carente de belleza, pero muy inmersiva.
Arieca: ni esclava ni libre.
Arieca ha nacido en una familia etólica, de Fócide, muy cerca del propio Delfos y su famoso Oráculo. Ella nació en una época en la que Grecia había sucumbido frente a los romanos y Alejandro Magno todavía se veneraba como a un dios. Una época de cambios, en la que se intentaba vivir en paz pese a no sentirse todavía cómodos con la ocupación. Y ella, poco moldeable, patosa, carente de belleza y gracia, llamó la atención del Honorable Iónides, responsable del Templo, quizás por entrever poderes en ella, y se la llevó para que fuera la próxima pitia y restaurara no sólo el poder del Oráculo, sino la vieja gloria de Grecia a través de su símbolo más fuerte.
Casi toda la novela trata sobre cómo el cínico Iónides intenta que la inocente Arieca asuma su papel de representante del dios. Tal y como postulaba Golding acerca de las creencias religiosas, el papel de Arieca sería el resultado de creer todavía en la inocencia del ser humano, mientras que el del Sumo Sacerdote Iónides sería el de asumir un papel altruista, pero indefectiblemente más práctico. Dicho de otra forma, ¿es la mentira justificable si con ello conseguimos un bien mayor?
La lengua oculta (título que alude a cómo la pitia debe ocultar nombre y rostro) es una reflexión sobre cómo el hombre acude a escuchar una profecía, una respuesta a sus plegarias, y los integrantes del templo se debaten entre “dejar hablar al dios” o ayudarle directamente con sus palabras.
Y es una lengua oculta, pero también es poderosa. Uno de los temas principales de la novela es pues cómo las palabras pueden moldear los destinos de las personas. Igual que lo hacen ahora, igual que lo han hecho siempre, pero con el añadido de ese trasfondo religioso tan importante para la época, que Golding mezcla con elementos del cristianismo, pero de forma velada (al autor le encantaba hacer esto, pero todavía no ha llegado Jesucristo a nosotros). No es un dilema violento como puede pasar en otras novelas suyas como Los herederos, Pincher Martin o El señor de las moscas. Aquí la lucha es sobre todo interna y en Arieca causa mayor desazón puesto que se la cree poseedora de una cualidad que ella no se cree capaz de desarrollar.
¿Qué podemos encontrarnos con La lengua oculta?
En el más sencillo de los casos, La lengua oculta es una breve novela de 165 páginas ambientada en la literatura clásica (uno de las ambientaciones favoritas de Golding), llena de mitología, simbolismo y en plena decadencia de un estilo de vida. No creo que todos disfruten con su lectura, su comienzo es tortuoso y por momentos poco interesante, pero a medida que Arieca se convierte en Damisela, la gran sacerdotisa de Apolo y que los problemas acechan al Oráculo de Delfos, la novela va cogiendo ritmo y mostrando tanto la fragilidad de esa civilización antigua, como las ambigüedades propias de los escépticos en la raza humana.
William Golding nos habla de los turbulentos años del s. I A.C, de los peligros de la dominación romana, de la explotación, de las distintas formas de entender la fe (la parte más interesante, a mi entender). Todo por boca de una profetisa octogenaria que recuerda su vida como si apenas fuera suya; un personaje femenino que ya no esperábamos ver en el autor, y a través del cual se nos habla del destino de un país que parecía hallarse en manos de una mujer que, irónicamente, se siente siempre a merced de los hombres, de los sacerdotes y de los dioses.
La lengua oculta
Destaca en:
- Aúna todos los elementos propios de las obras de William Golding.
- Su reflexión acerca de la decadencia del Oráculo es muy interesante.
Podría mejorar:
- Se nota que es un borrador porque hay escenas que se sienten incompletas.
- El comienzo no es tan fluido como necesitaría una novela que trata temas tan complejos.