Es como hacer trampa. Creas un misterio, con asesinatos, pocos o ningún sospechoso, un ambiente tétrico, una situación personal dolorosa… y suena genial. Pero luego ves que muchas explicaciones pueden darse porque los fantasmas esto o las meigas aquello… y, con todo mi respeto hacia el folklore popular, es jugar en la liga de los fáciles. Algo así me pasa con La Puerta (2020).
Manel Loureiro nos deleitó hace una década con una trilogía sobre zombies. Por esa misma regla de tres, llegamos a pensar, no se sabe por qué, que cualquier obra de ficción que escribiera estaría muy bien documentada, destacaría por su inventiva y seguiría creándonos expectación en cada momento de tensión.
El problema de La Puerta ni siquiera radica en estos rasgos que atribuíamos a Manel Loureiro y que echamos de menos; sino al hecho de que ahora acude a demasiados clichés de las historias de misterio, contados de forma que no empatizas, creando la sensación de que esta obra ya la conoces.
No quiero ser injusta. La mayoría de las historias ya están contadas y la de La Puerta puede ser tan buena como cualquier otra. Es el cómo lo que me rechina. Que Raquel Colina sea una recién llegada a un pueblo en el que se comete un asesinato es una forma bien válida de comenzar una historia. Pero la sensación de falta de sorpresa, la poca inmersión en la historia, el creciente desinterés en la trama… es lo que hasta a mí me sorprende, que soy capaz de encontrarle interés a casi cualquier lectura.
La llamada Puerta de Alén, un conjunto megalítico considerado la entrada al mundo de los muertos, es el origen de los misteriosos asesinatos que se producen periódicamente.
No es que Manel Loureiro lo haga mal. Él tiene su historia, con su introducción, nudo y desenlace y, en principio, está todo bien atado. La idea de ambientar la novela en esa Galicia que él tan bien conoce es, sin duda, un acierto, y toda la ambientación que crea está dedicada tanto a mostrarnos esa parte de la Galicia más supersticiosa y mística, como a crear el ambiente propicio para el thriller de misterio. De primeras, la parte de la ambientación la aprueba.
Por otro lado, nos presenta una novela con pocos personajes, con una protagonista un poco petarda y un compañero, Juan Vilanova, demasiado majete, ambos policías destinados a un mismo caso. La química entre ellos es excelente y, como seguramente opinará el resto de lectores, encontrarte una relación de camaradería con personajes que se salgan un poco de la norma es tanto un alivio como una grata sorpresa.
El resto de personajes, sin embargo, no están igual de bien trabajados. Quizás, si es que vas a recurrir a trasgos, cocas y a la Santa Compaña pues no te preocupa demasiado dar profundidad a secundarios y antagonistas, pero la clave para que no se te vaya la cabeza una y otra vez a explicaciones mitológicas es precisamente trabajarte la parte de los personajes.
Manel Loureiro se posiciona en la ficción para escribir su novela nombrándola thriller policíaco con folklore popular y le añade el sobado y desagradable tema del cáncer para justificar las acciones de su protagonista.
Los thrillers policíacos juegan en una tierra de nadie hasta que se decantan por la siguiente etiqueta. Clasificarlos como ficción o no ficción acaba inclinando mi estado de ánimo porque sé en qué banda está jugando el autor. Poco me importa estar leyendo a Umberto Eco o a John Le Carre, que a Stephen King o a Arthur Conan Doyle. Unos elegían el terror y el misterio, otros elegían el estilo policíaco con pistas y personajes carismáticos. Si eliges las meigas, está claro que estás eligiendo el primer camino, así que inevitablemente tiene que gustarte ese susto al estilo slasher.
Creo que uno de los mayores dilemas lo tuve al principio de la novela y lo mantuve durante todo el libro. Sabemos (por la sinopsis) que Raquel viaja al pueblecito gallego (la acción ocurre entre Viascón y Fosco) en su momento de máxima desesperación para encontrar a una curandera milagrosa (en gallego, una menciñeira) con la que espera hacer desaparecer el cáncer de su hijo Julián.
Manel Loureiro juega con la seguridad de que cualquier madre en este momento histórico (cualquiera, en el mundo entero) daría lo que fuese por la cura para su pequeño hijo. Total, a día de hoy la gente sigue creyendo en auténticas tonterías, así que el argumento es totalmente válido y poco tengo que reprocharle a Manel (excepto mi propio desagrado hacia aquellos que explotan el cáncer para dar pena en cualquier contexto) que use precisamente ese recurso para justificar tanto las estupideces que hace su protagonista, como el curso que toma su historia.
Por otro lado, el autor también consigue con este punto de inicio crearnos a nosotros la pregunta (¡y qué grato es que un libro te haga reflexionar!) de qué habríamos hecho nosotros en el caso de Raquel.
Sé que me ha chirriado mucho la grandilocuencia de las escenas en las que Raquel demuestra el amor que siente por su hijo, mientras va justificando cada acción que toma. Es por eso que incidir una y otra vez en lo mismo, no me ha gustado, me parece jugar con el lector.
Sin embargo, entiendo que la narrativa pueda resultar fresca, por lo que lamento terminar la reseña diciendo que el final me ha decepcionado. Quizás por la conjura esta de meigas y fantasmas, que tan poco creíble hace muchas escenas. ¿Es porque no me interesa lo paranormal? No, en literatura acepto todo. Sobran reflexiones repetitivas, sobra prosopopeya y, desgraciadamente, su ritmo desigual con la pérdida de fuelle hacia el final del libro, serán lo que más noten los lectores con desagrado. La Puerta es entretenido para pasar el rato, pero requiere que uno no sea demasiado exigente con la lectura.
La Puerta
Destaca en:
- Ambientación adecuada.
- Buena química entre los dos protagonistas.
- Lectura rápida.
- Explotación hasta la saciedad del tema del cáncer.
Podría mejorar:
- Final flojo.
- Abuso de las descripciones.
- Acude mucho a los clichés, lo que redunda en una trama predecible.
- Ritmo desigual en la narrativa.