Somos unos frikis. Nadie puede negarlo. Hemos leído “El Hobbit” montones de veces. Claro está “El señor de los anillos“, “El Silmarillion“, “Cuentos inconclusos” y todo lo que pudiéramos encontrar de J.R.R. Tolkien (sin tener que esforzarnos demasiado, por supuesto). Pero si no era por escrito, nos veíamos la serie de animación de turno, o las películas, incluyendo la que salió hace unos pocos días, o jugábamos a los videojuegos o al rol.
Sin embargo, cuál no sería mi sorpresa cuando en una de mis periódicas visitas a la biblioteca encuentro ahí, destacando, casi obscenamente, como retándome, diciéndome “esto sí que no lo conoces, ¿eh?”, un libro de cuentos, muy anterior a “El Hobbit” (1937), escrito por la temprana mano de Tolkien y publicado póstumamente en 1976 por una de sus nueras, dedicado a sus cuatro hijos, y ya apuntando maneras.
Apuntando maneras porque aunque parece únicamente una serie de cartas que Tolkien escribía a sus hijos, en realidad es la creación de un mundo de fantasía, a partir de (obviamente) un personaje de fantasía como es Papá Noel. Así, a medida que “papá” Tolkien escribe, año tras año desde 1920, amorosas y navideñas cartas a sus hijos fingiendo ser el gordo vestido de rojo repartidor de regalos a velocidad supersónica (¿cogería esa idea Peter Jackson para su recreación de Radagast el Pardo con las liebres esas supersónicas y el trineo?); aumenta el mundo de Papá Noel con variopintos personajes (elfos, gnomos rojos, hombres de nieve, duendes y, por supuesto, el largamente mencionado en “Las cartas de Papá Noel“, Oso del Polo Norte) que revelan ese interés que ya sentía desde siempre John Ronald Reuel Tolkien por las historias con criaturas mágicas, misteriosas y mitológicas.
Pero no en balde Tolkien era ilustrador. Acompañan a cada carta hermosas (o cutres, para qué lo vamos a negar) ilustraciones, a modo de bellas estampas o de escenas divertidas en las que o Papá Noel o el Oso del Polo Norte son protagonistas, pero siempre acompañando el texto, quizás para llamar aún más la atención de sus hijos. Tengamos en cuenta que el primero tiene 3 años cuando el novelista empezó a escribir las cartas, y el cuarto hijo tenía ya los nada tempranos 14 cuando dejó de escribirlas. Es inevitable también que la temática y los prometidos regalos se vieran afectados por la situación política y económica que se estuviera viviendo tanto en casa como en el país.
En definitiva, os encontraréis en esta edición de 1983 de “Las cartas de Papá Noel” (digno de mención es que la edición posterior de 1999 es la que incluye todas las cartas e ilustraciones) breves cartas con dibujos a página completa, de historias llenas de creatividad, diversión, y ese toque Tolkien entre inocente, pícaro y explicativo que cualquiera que haya leído “El Hobbit” puede reconocer. Sin duda una lectura ligera tan navideña como friki que encantará a mayores y pequeños (puesto que no hay spoilers para ellos).
(7 / 10)