TEATRO KABUKI EN MADRID: un espectáculo de Heisei Nakamuraza

En este mundo de consumo tan rápido, de ocio fugaz, de redes sociales y publicaciones que nos ofrecen mini dosis apuradas de información y en el que el estilo de vida es una carrera contra el tiempo, el teatro kabuki es un remanso de paz, un deleite para los sentidos, así como, en palabras del propio gran actor de teatro Kabuki, Ennosuke III, “una explosión de energía y belleza, una demostración de las ganas de vivir”.

Esta contraposición de energía y serenidad, de belleza y contención, de vivencia y contemplación, son patrimonio de un arte que se remonta al siglo XVII y que, gracias a los eventos por el 150 Aniversario del Establecimiento de Relaciones Diplomáticas entre Japón y España, nos llega a Madrid en forma de espectáculo, con la compañía de Heisei Nakamuraza, una de las más prestigiosas de Japón, ofreciéndonos un programa que mezcla tradición y modernidad, en un despliegue de lo que sólo se puede denominar Arte con mayúsculas.

Para todo aquel que, como Generación Friki, viaja habitualmente a Japón y está en constante contacto con la cultura nipona, el teatro Kabuki no le será desconocido; sin embargo, una representación fuera de sus fronteras sigue siendo algo poco habitual. Se trata de un espectáculo con raíces tan arraigadas en el folklore japonés que su ritmo y puesta en escena suponen un gran shock para el profano y, pese a que sin duda disfrutará del espectáculo, ser amante y conocedor de la cultura japonesa es una ventaja, puesto que te hace descubrir en el teatro Kabuki una clase especial de belleza.

Personaje “Zorro blanco transformado en Tadanobu Sato” de la obra Fushimiinari toriimae.

 

Auténtica belleza

Quizás sería más adecuado hablar de auténtica belleza, más que de especial belleza, puesto que el teatro Kabuki, de movimientos suaves y medidos, con cada paso de los actores practicado hasta la saciedad para resultar perfecto, nos ofrece belleza contenida a través de la danza, la música, la escenografía, el canto del narrador o vocalista y, en ocasiones, el texto de los actores.

No debemos olvidar que la palabra Kabuki se compone de tres elementos: Ka (cantar), Bu (bailar) y Ki (habilidad), por lo que la suma de estos tres kanjis refleja a la perfección lo que se representa en escena.

¿Qué se representó en escena?

Es complicado describir con palabras algo que debe observarse con los sentidos. Obviamente, no se pueden hacer vídeos ni fotos durante la representación. Por no poder, no debería ni aplaudirse en medio de la representación tanto para no desconcentrar a músicos y actores como para no romper la solemnidad del momento. Cierto es que es complicado explicarle a un español que debe contener su entusiasmo hasta el final o que podríamos hacer uso del “donde fueres, haz lo que vieres” (básicamente aplaudían cada vez que salía o entraba un actor a escena por el hanamichi), pero, para poder vivir la experiencia de la manera más adecuada, unas indicaciones por el altavoz en este sentido seguramente habrían resultado eficaces.

150 años de relaciones Japón-España resumidas en estos displays dentro del teatro.

 

Por otro lado, conocer de antemano el significado tanto de las obras como del maquillaje, vestuario e interpretación ayudan a disfrutar del teatro Kabuki mucho más que si uno va sin información. Por ejemplo, durante la representación de la obra Renjishi se observa que el padre va maquillado de rojo y negro, representando el bien o la heroicidad, y que el hijo usa un maquillaje denominado Mukimi-guma, caracterizado por los rayos rojos alrededor de los ojos, mostrando así el fuerte carácter del personaje.

Obviamente no es labor de las compañías de teatro el facilitar el entendimiento de las obras, pero llevo tiempo acudiendo a representaciones de zarzuelas donde las canciones están transcritas en la parte superior del escenario, para que los espectadores puedan entender los textos y me parece una gran idea. Dado que la intención es dar a conocer esta expresión tan sublime del arte japonés tradicional que es el teatro Kabuki, y como muestra de buena voluntad, quizás sería buena idea facilitar de alguna manera el texto de las canciones a los espectadores, ya sea antes o durante el espectáculo.

La primera representación: Fuji Musume

Nakamura Shichinosuke es el actor u onnagata (varón especializado en roles femeninos) que interpreta en esta ocasión a la ninfa de la glicinia en esta obra que se remonta a 1826. Su danza es una representación que alterna la belleza con el amor, pasando del ensimismamiento al éxtasis por embriaguez.

Al contrario de lo que popularmente se cree, la intención de los onnagata no es imitar a las mujeres, sino expresar simbólicamente la esencia de la feminidad. Las posturas (o katas) que adopta Shichinosuke, el vestuario y maquillaje, la canción que expresa los pensamientos y emociones del personaje y la música de los nagauta-shamisen crean una atmósfera perfecta para disfrutar de una representación de Fuji Musume que, por lo menos a mí, se me hizo muy breve, incluso con los tres cambios de traje en escena que incluía esta obra.

La segunda representación: Renjishi

Los intérpretes de esta obra son otros dos hermanos de la familia Nakamura, Kankuro y Tsurumatsu, en esta recreación del monte de la deidad budista Manjushri, cuya montaña separa el mundo de los humanos del de los espíritus. Padre (Kankuro) e hijo (Tsurumatsu) son actores de la escuela Kyougen que, con marionetas de cabeza de león en la mano nos cuentan la leyenda en la que un león arroja a sus hijos al fondo de un valle anunciando que sólo cuidará del que consiga volver de allí.

Se trata de una obra muy pasional, en la que el amor es representado de forma severa pero profunda. El baile está lleno de energía que tiene su cénit en la escena final en la que, padre (con peluca blanca) e hijo (con peluca roja) bailan una coreografía ondeando sus melenas de león simultáneamente, en un auténtico ejercicio de equilibrio, fuerza y coordinación.

Armonía, serenidad y un duro entrenamiento

Sería absurdo pensar que detrás de obras de este calibre y con un teatro tan ceremonial como es el Kabuki no hay un intenso entrenamiento detrás. Cualquiera que acuda a ver estas obras se dará cuenta de la sincronización de los músicos, de la discreción de los ayudantes vestidos de negro (símbolo de invisibilidad) que salen a escena y de cantantes e intérpretes que se mantienen un discreto segundo plano con sus hieráticas posturas.

Si se tratara de cualquier otra cosa me daría miedo que se equivocaran, pero precisamente con los japoneses lo más que hacía era preguntarme (como he hecho tantas otras veces tanto estando en Japón como comparándolo con cuando yo hago artes marciales) cómo son capaces de estar en posición seiza tanto tiempo, ¡y sin mover ni un músculo! De hecho, los músicos no movían ni un músculo que no fuera estrictamente necesario para tocar los shamisen, las flautas o los tambores.

Puestecillos con artesanía tradicional japonesa y ambiente antes de la representación

 

Obviamente, no se trata de un espectáculo para todo el mundo, pese a que yo le recomendaría a cualquiera que no se perdiera esta experiencia. Es muy de agradecer que, tanto el comité de espectáculos en España como la Embajada de Japón se hayan puesto de acuerdo para traernos un pedacito del arte japonés más tradicional a España y que la compañía Heisei Nakamuraza y Teatro El Canal lo hayan hecho posible. Estas cosas sólo hacen que me entre morriña por volver a Japón y la espera para la siguiente vez se me haga muy, muy larga.

About Susana "Damarela" Rossignoli

Susana Damarela es fundadora de Generación Friki. Gran apasionada de la lectura y el cine, puede leer un libro cada día de la semana sin despeinarse. Como novelista ha publicado La Ciudad que Olvidamos (2024) y está centrada en la publicación de nuevos títulos. También le encanta el deporte, el rock, las juergas y el kalimotxo. Sus juegos favoritos son el Tetris y el Starcraft II.

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