Para empezar con la entrega que auguramos en “No me toquéis las explosiones”, vamos a meternos un poco con un tema que no he visto criticado todavía, si acaso algunas líneas: esos maravillosos cielos extraterrestres, con varios planetas o lunas descomunales adornando el firmamento, que los personajes parecen dedicar poco o ningún tiempo a contemplar. Y claramente es algo que cumple una mera función estética. Sin embargo, si yo viera algo así, mi primer pensamiento sería: “Estoy a punto de morir“. Y ahora pasamos a explicar el porqué….
Las distancias en términos astronómicos, por fortuna o por desgracia, son enormes. Las que rigen nuestro sistema solar y todos los demás. Nuestro humilde planetita de poco más de 12.000 km de diámetro está a 150 millones de kilómetros del Sol. Y Marte, cuando le da por pasarse muy cerca, no lo hace a más de 55 millones de kilómetros. Con un par cálculos hechos con un idioma que no mencionaré aquí, sale que ver Marte a esa distancia es como ver a una suegra estándar Mk II a aproximadamente 15 km. Sí, eso mismo. O sea, que veis un punto.
¿Qué ocurre si veis el planeta con un tamaño apreciable (como el de la Luna)? Ahí, sin meternos en detalles, digamos que está lo suficientemente cerca como para que tú seas un satélite del susodicho, o al revés. O está en trayectoria de colisión y el fin es inminente… Así, como caso práctico, citar el planeta responsable del eclipse en Pitch Black (llamémosle X). Hay una preciosa escena donde un X descomunal sale por encima del horizonte y tapa una estrella roja, sumiendo todo en la oscuridad y desatando el infierno. Minutos antes, se ve una representación del sistema solar en cuestión, donde X aparece girando solico en la inmensidad, y eventualmente eclipsando al mundo donde nuestros héroes han naufragado.
Pues va a ser que no.
Algo tan grande y tan cerca, por huevos tiene que tener atrapado gravitacionalmente al mundo donde se desarrolla la historia. No puede ir por su cuenta. Y sería la estrella la que se movería poco a poco y desaparecería tras X. Todo cuerpo extenso (o sea, luna que no ves como un punto) orbitando algo muy grande tiende a quedarse mirando, con el paso de los siglos, al cuerpo en torno al que gira. Por eso la Luna siempre muestra la misma cara, y desde allí la Tierra parece flotar siempre en el mismo lugar (depende del lugar de la Luna en el que estés). Pasa lo mismo con el resto de planetas. Así que X debería haberse visto desde el principio. Que por cierto, el sistema de anillos doble es totalmente imposible…pero ya lo explicaremos en otro artículo.
Éste es un caso donde con decir que han caído en un satélite de X se hubieran ahorrado el azote del purista científico. Otro caso donde, bueno, podemos hacer una feliz excepción, es en la película Stargate. Cuando salen de la pirámide tras cruzar el portal, se ven alrededor 3 preciosas lunas de tamaños un tanto dispares. Lunas que aparecen bastante juntas en el cielo (vamos, que no hace falta bizquear mucho para verlas todas a la vez). Y, si la memoria no me falla, todas con la misma cara que nuestra Luna (curioso, eh?)… pues también va a ser que no.
Que aparezcan así no es algo tan excepcional. Por perspectiva, es perfectamente razonable ver dos o más lunas aparentemente juntas, cualquier habitante de Júpiter os lo podrá confirmar. Pero la distancia real a la que se encuentran cambia mucho de una luna a otra. Si todas aparecen con un tamaño parecido, entonces una o varias tendrán un tamaño muchísimo mayor o mucho más pequeño… y hay un límite para ello. Si tu luna es del tamaño de tu planeta, ¡ya ha dejado de ser una luna!…. y el resto de las lunas se habrán chocado entre sí hace tiempo, incapaces de saber a quién hacer más caso.
Por otro lado, aún considerando que pudiera ser posible, la posición de las lunas cambiaría con el tiempo, y la bonita estampa se rompería en unas horas, cada luna siguiendo su órbita y quizás teniendo que esperar meses antes de poder ver las tres de nuevo de un vistazo… Sin embargo, en el caso de Stargate las dichosas lunas en triángulo sobre la pirámide eran el símbolo que marcaba la posición del planeta en el portal, así que en este caso podemos considerar esta herejía científica más o menos justificada…
Para cerrar, decir que si estuvierais en Ío, satélite de Júpiter, al susodicho lo veríais ocupando una porción de cielo alrededor de 1500 veces mayor que la que ocupa nuestra Luna desde aquí… y aún amenazando siempre en el mismo lugar, su rostro estaría cambiando constantemente gracias a su violenta atmósfera y al brillo del propio sol. Rayos más largos que nuestro planeta serían perfectamente visibles en su cara oscura. Éste es un cielo real, que no he visto en ninguna película. Ojalá lo podamos disfrutar algún día.
“Algo tan grande y tan cerca, por huevos tiene que tener atrapado gravitacionalmente al mundo donde se desarrolla la historia. No puede ir por su cuenta”
No soy un experto ni mucho menos, pero por lo que nos contaban en bachiller, si se trata de un meteorito que viaja “errante” que pasa cerca del planeta, el planeta no tiene por qué quedar atrapado al meteorito si la velocidad de éste es mayor que la velocidad de escape que se determine de la fuerza de atracción entre las dos masas, ¿no?
¡Hola, gracias por tu pregunta!. En efecto, así es, la diferencia está en que un asteroide es un objeto muy pequeño en comparación con un planeta (un asteroide medio de 10 km de radio tiene una masa un billón de veces inferior a la de la Tierra) y puede pasar al lado de un planeta a gran velocidad sin apenas interferir la órbita del planeta, sin producir efectos de marea drásticos y sin perturbar a todo el sistema solar de paso. Pero aunque el planeta no lo capture, sí que cambiará su órbita (depende de las velocidades relativas, distancia, masas, etc..). Con un planeta eso no pasa. Es demasiado masivo, movimientos erráticos perturban los de todos los demás objetos. Es algo normal cuando el sistema solar está recién formado y todo es caos. Pero al cabo de unos cuantos miles de millones de años (y para que unos monstruos te evolucionen en un planeta, asunto que es materia para otro artículo, no parece que te puedas permitir infinito menos tiempo), todo planeta errático ha terminado chocándose con otro, o cayendo a la estrella, o expulsado del sistema solar, o con una órbita estable. La Luna se supone fue formada por el choque de un planeta del tamaño de Marte con una Tierra primitiva que era más pequeña, cuando todavía estaba caliente la cosa.
En el improbable caso que dos planetas, uno gigantesco (X) y otro pequeño (el de nuestros héroes), terminasen en órbitas “estables” y muy cercanas entre ellas (un millón de kilómetros de diferencia, por ejemplo), y saltándome requirimientos de estabilidad orbital que son arena de otro costal, se necesitaría una diferencia de velocidades mayor a la velocidad de escape.
Si el planeta X fuera Júpiter, a un millón de kilómetros esa velocidad sería de 15 km/sg… Teniendo en cuenta que en nuestro sistema solar, la velocidad cambia unos míseros 42 km/sg entre Mercurio y Neptuno, cuyas órbitas difieren casi en casi 4.400 millones de kilómetros, no se puede esperar un cambio apreciable en sólo un millón de kilómetros. Eso sin contar otras lindezas como efectos de marea, el estar dentro del área de influencia, etc… digamos que a esa distancia, esa órbita estable dejaría de serlo.