El tándem formado por la guionista Isabel Peña (El Reino, Antidisturbios) y el director Rodrigo Sorogoyen (El Reino, Antidisturbios) siguen refinando su estilo con As Bestas (2022). Un neo-western rural (¿western neo-rural? Lo que digan los modernos) que se corona como una de las mejores películas del año.
As Bestas cuenta la historia de Antoine (Denis Ménochet) y Olga (Marina Foïs), una pareja de franceses con un sueño muy concreto: abrir una casa rural en una aldea de la Galicia profunda. Pero Antoine y Olga no cuentan con el carácter de los hombres de la zona, forjado en un clima inclemente con raciones diarias de miseria moral e intelectual. La llegada de las eólicas (empresas energéticas que prometen dinero a los vecinos a cambio de vender la aldea) lo cambiará todo. Antoine se negará a firmar el acuerdo y se convertirá en el blanco del odio de los vecinos. La disputa con Xan (Luis Zahera) y Lorenzo (Diego Anido), dos peligrosos y salvajes hermanos, convertirá la vida de Antonine en una bomba de relojería.
Todo esto (que bien podría haber ocupado la primera media hora de cualquier película más convencional) no se narra en el film: se deduce a partir de unos diálogos muy bien construidos y cargados de sentido. Es el primer pase de manos del guion de As Bestas, que juega la poco conocida carta del cuarto acto.
As Bestas se corona como una de las mejores películas de 2022.
La estructura en cuatro actos es propia del western revisionista (¿neo-western neo-rural?), una tradición en la que As Bestas se enclava perfectamente. Como en otras ocasiones, el referente de Peña/Sorogoyen es un título esencial de la filmografía norteamericana. Antes, Seven y Serpico en Que Dios nos Perdone y Antidisturbios. Ahora, Perros de Paja y Deliverance.
Tanto en el western como en las películas de Sam Peckinpah y John Boorman, así como en As Bestas, un impulso atávico y oscuro subyace bajo la superficie de una naturaleza semisalvaje amenazada por el progreso. El conflicto civilización vs barbarie vertebra la trama de la película, y a este respecto resulta muy interesante el (breve) comentario final sobre el matriarcado.
Los personajes de Ménochet y Zahera representan este conflicto. Dos tercios de la cinta pivotan en torno al duelo entre estas dos personalidades antagónicas. Antagónicas solo en apariencia, puesto que Antonine y Xan tienen mucho más en común de lo que a ellos mismos les gustaría admitir.
Este punto daría para un ensayo entero. Este redactor no descarta un futuro delirio, pero por el momento baste decir que las interpretaciones de Denis Ménochet y especialmente Luis Zahera sostienen un duelo magistralmente construido en el que el sueño de uno representa la pesadilla del otro.
La ambivalencia (o la necesidad de la misma) con respecto al tema y los personajes es una constante en la filmografía de Peña/Sorogoyen. Es la gran fuerza de El Reino y Antidisturbios, incluso de Negación, la pieza fallida del tándem para Apagón.
Esta necesidad de ambivalencia hace que para Peña/Sorogoyen sea fundamental (es fundamental en la narración de cualquier historia, pero nos entendemos) la elección del punto de vista. En As Bestas el asunto tiene un punto positivo y un punto negativo.
Punto positivo: un asalto a la emoción. As Bestas funciona como un tiro si de implicación del espectador estamos hablando. Punto negativo: cierto sensacionalismo. En El Reino el tándem optaba por el mismo recurso del “asalto a la emoción”, pero desde un ángulo más difícil, más obtuso, más incómodo. La perspectiva del malo, del paria, del marginado.
En algunos aspectos, As Bestas peca de complaciente.
En As Bestas el punto de vista corresponde a Antoine, la personificación, podríamos decir, del burgués urbanita. Xan, por su parte, es la personificación de lo que la filosofía define como “alteridad”. Es decir, el otro como respuesta a uno mismo, sin identidad más allá del reflejo. Las características definitorias de la identidad de Xan (pertenece a una clase social baja, es un hombre atribulado y patibulario, con una relación de dependencia emocional con su madre y su hermano) son un contrapunto a las características definitorias de la identidad de Antoine (un profesor con una buena posición social, un hombre tranquilo y pacífico, capaz de mantener una relación de apego sana con su familia).
El cinismo podría llevarnos a pensar que la elección de este punto de vista (francés bueno vs español malo) responde a una estrategia comercial: As Bestas se estrenó en Cannes y en los cines de toda Francia mucho antes que en España. Al fin y al cabo, a lo largo de la Historia España ha representado la alteridad de Francia, como Francia ha representado la alteridad de España.
Por fortuna, la habilidad de Peña y Sorogoyen no sólo consigue salvar esta visión extraña y extrañada del conflicto de clases. Dotando de inesperados matices a Antoine (quien también es arrogante, complaciente, ensimismado y egoísta) y a Xan (es inteligente, magnético y, después de todo, tiene motivos más nobles para hacer lo que hace que Antoine), la guionista y el director construyen un apasionante duelo de personalidades.
En relación con todo esto que hablamos vuelve a salir a colación el cuarto acto. No resulta nada fácil integrar un trasvase del punto de vista con tanta naturalidad como en As Bestas, pero ciertas pistas (la secuencia inicial recreando la tradición de la rapa das bestas, el final de Antoine) nos indican que la película terminaba originalmente al final de su tercer acto.
Un final seco y duro, que deja poso. Al añadir un cuarto acto, Peña y Sorogoyen (con envidiable maestría y profesionalidad, eso sí) ofrecen un final más digerible para el espectador. Uno se pregunta si esta concesión era necesaria.
Donde no se puede poner ningún pero ni coma es en la dirección de Rodrigo Sorogoyen. El pulso y el saber narrativo de este titán de la realización es admirable, un milagro de pericia, observación y estudio de la tensión que por algún motivo todavía no se estudia en las escuelas de cine.
As Bestas deja secuencias e interpretaciones para el recuerdo.
La conversación de Antoine y Xan en el bar, así como la discusión de Olga y su hija Marie (Marie Colomb) entran con honores en la galería de secuencias antológicas filmadas por Sorogoyen, junto con el final de El Reino o el comienzo de Antidisturbios.
Para el recuerdo quedará la interpretación de Luis Zahera, por suerte alejado de los histrionismos que a veces lastran su trabajo. Es el tercer personaje que Zahera interpreta para Sorogoyen (Alonso en Que Dios nos Perdone, Cabrera en El Reino), y podemos aventurar que, si todo marcha bien, el cine español llegará a contar con un tándem tan sólido como el de Scorsese/De Niro.
La fotografía de Alejandro de Pablo, el montaje de Alberto del Campo y la música de Olivier Arson (todos ellos colaboradores habituales de nuestro hombre) demuestran que la apuesta de Sorogoyen por cimentar (en el tiempo y la experiencia) un equipo convierte un buen guion en una película redonda.