El problema de Big Eyes es que, fuera de culturizarte conociendo la biografía de una artista de los años 50 en EEUU, no aporta nada. Puedo entender que Tim Burton sintiera un interés personal en los cuadros de Margaret Keane, con tanta pintura de niños de ojos grandes. Son tan perturbadores que si me encerraran en su estudio con luz tenue ríete tú de la niña de El Exorcista. Muy del estilo al que nos tiene acostumbrado Tim Burton, con su creación de mundos góticos y turbulentos (aparte de imaginarios, por supuesto). Supongo que por eso los fans del director se habrán sentido un poco decepcionados con este biopic sobre una petarda que pintaba cosas a escondidas y cuyo marido fue aprovechándose de su timidez patológica para vender los cuadros como si fueran suyos. Y la historia no es de mentira, no hay mundo paralelo, ocurrió tal cual.
Así pues, después de hacernos a la idea de que vamos a ver una película costumbrista nos centramos en la obra de la artista. Pese a haber estudiado sobre el tema y ser una entusiasta del arte, no me considero ni siquiera aficionada en materia de esta industria, pero dado que estamos en EEUU en la época de los 50 me imaginaba que me iba a encontrar con una pintura que no se sabe muy bien de dónde viene. Tengo la teoría de que básicamente algún yanqui viajaba, veía algo, y cuando vuelve a su tierra reproduce algo parecido. Pero claro, hay que renegar del antiguo continente así que decimos que en EEUU, país de cultura pop, Margaret Keane ha desarrollado un expresionismo abstracto y pop art.
Aún así, no dudo de que su lucha, aunque fuera interna, influyó en que su obra fuera como es. Un modesto arte de salón se acaba convirtiendo en un icono de la cultura pop y, posterior y levemente, de la cultura gótica. Sin embargo, se queda tanto en la superficie, abordando la industria del arte desde su punto marketiniano, la angustia de una mujer decente que no quiere mentir, la trayectoria artística, el status de la mujer en la época, y por supuesto, las obras kitsch, que lamentas que una película que hubiera podido ser una buena reflexión sobre la vida en general y el arte en particular , se convierte en algo parecido a “yo, de joven, haciendo cosas”. Un guion más sólido habría sacado más partido de las actuaciones de los personajes y del drama que debió suponer sentirse como muerta en vida.
Pero mis esperanzas vuelven a dirigirse a encontrar otra cosa por la que salvar a Big Eyes y se centra en las actuaciones de los protagonistas. Tenemos dos actuaciones que por su cantidad de apariciones, eclipsan a las de cualquiera que se atreva a aparecer. Mi queridísima Amy Adams, que me enamoró en La gran estafa americana, me decepciona esta vez, usando un registro muy lineal en toda la película y cuya expresividad, sobre todo en los momentos de sorpresa, se limita a competir con sus cuadros de niños de ojos grandes.
Es de entender, pues, que el perturbador Christoph Waltz es el que lleva todo el peso de la película, aterrándonos con su sociópata comportamiento tanto como nos asustó en Malditos Bastardos. Os juro que cuando lleva a cenar a una ilusionada Margaret a un restaurante, sólo se me ocurría que diría “no, no, no, espera la nata”.
Una época complicada para la mujer
Y entonces, por último, dirigimos nuestra mirada a la imagen de la mujer en los años 60. Esa mujer que todavía tiene muchas trabas para vivir al margen de los hombres. Una época en la que el divorcio, la soltería, o el trabajo sin el amparo de un hombre, no tenían cabida. Pensé que asistiríamos a la lucha brutal de una mujer porque se la reconociera públicamente como la gran artista que era, quizás incluso plantearla como un precursor icono feminista, pero Big Eyes nos muestra una mujer apocada que, pese al acto de rebeldía de la primera escena, vuelve al redil casi de inmediato. ¿Que la cosa termina por otros derroteros? Bueno, pese a ser una biografía no voy a spoilear, pero el final previsible y tópico nos deja con la sensación de que podrían haber hecho un documental (al fin y al cabo, la fotografía de Bruno Delbonnel bien lo vale) y el resultado habría sido más interesante.
Correcta, pero no emociona
Nunca he dudado de que el arte, sea del tipo que sea, tiene que hacernos sacar de las entrañas lo que llevamos dentro y, si nuestras capacidades lo permiten, plasmarlo. Considero que en el séptimo arte debe ocurrir igual y, si la vida de una señora, que resulta que pintaba, te fascina, deberías, sin caer en el amarillismo, transmitirnos tu embeleso. Pero Big Eyes no acaba de posicionarse y acabas no sabiendo qué pensar. Obviamente es un drama, pero pasa tan ligeramente de puntillas que no consigue conmoverme.
Correcta, bien ambientada, buena banda sonora, un Jason Schwartzman correcto, una Krysten Ritter insultancial, pero al final, las frases de Terence Stamp como el crítico John Canaday, resumen los atributos de la película cuando habla de los cuadros de los niños de ojos grandes y los comparan con una obra kitsch.
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