Hay películas que, en su momento, tanto crítica como público encontramos muy chorras. Destino de Caballero (A Knight’s Tale, 2001) fue una de ellas. Entre sus anacronismos históricos, su no muy claro posicionamiento entre la comedia y el drama y sus toques de musical con temas de la cultura pop…no sabía uno muy bien qué opinar.
Con el tiempo, Heath Ledger se hizo un hueco en nuestros corazones al enarcar al fabuloso Joker en la trilogía de Nolan y ya cuando se supo la noticia de su suicidio (“suicidio”, ¿suicidio?) todo el mundo se volcó en buscar sus obras y ponerle en un lugar muy alto, como le correspondía.
Y quizás eso hizo que Destino de Caballero fuera mirada con mejores ojos. Por mi parte, una servidora es muy amante de las películas de época y, aunque está claro que aquí se lleva a cabo una modernización del género tanto en lenguaje, como en vestuario, como en muchos otros aspectos, su atrevimiento en ofrecer una versión libre del género de caballería es lo que hace que esta película sea diferente de otras que, si bien más fieles o con más rigor histórico, pueden resultar una más entre tanta ficción medieval.
Así pues, nos encontramos en el s.XIV, Edad Media, donde William (Heath Ledger), un joven escudero, tras morir su señor, decide sustituirle como caballero en las justas con el fin de prosperar junto a sus amigos pajes Wat (Alan Tudyk) y Roland (Mark Addy) y la herrera Kate (Laura Fraser). Lo que se convirtió en un intento desesperado de no morir de inanición acabó siendo una apuesta por cambiar su estrella, sobre todo cuando conoce al poeta y heraldo Geoffrey (Paul Bettany), a la noble Jocelyn (Shannyn Sossamon) y al conde Adhemar de Anjou (Rufus Sewell). El primero alimentará sus sueños, la segunda será su ser amado y el tercero su rival.
Conseguir tus sueños es una cuestión de actitud.
El guion no se complica la vida a la hora de mostrar en conversaciones muy claras por dónde tira el tema principal de la película y cuál es el camino que se sigue hasta llegar a su objetivo. La identidad construida por encima de la heredada, la nobleza de espíritu por encima de la nobleza de sangre, el esfuerzo y la lucha por lograr tus sueños frente al destino marcado por tu nacimiento. Un montón de ideas preciosas en una época en la que el noble moría noble y el siervo moría siervo.
Todo ello hace de Destino de Caballero una película muy optimista y con un gran valor emocional. Muchos de nosotros desearíamos cambiar nuestra suerte y trabajamos para que ello pase. En el film, donde William usurpa la identidad noble de un caballero para poder justar en la lid, su valor como ser humano parece ligado, no a aquello que anida en su corazón, sino a lo que se lee en los títulos. Así pues, una y otra vez, aun con todos sus fallos, que son plenamente visibles (tozudez, orgullo…), William es mostrado como una persona con valores, con gran respeto por la moral, la amistad y con una visión de la mujer que va cambiando a medida que las chicas van entrando en su vida, demostrando con ello que en más de un aspecto es una película que quiso romper moldes.
Una comedia algo desaprovechada en pro del mensaje fácil.
Lo malo de todo esto es que, pese a tener personajes carismáticos (que sale James Purefoy, ojo, quien irónicamente tiene el mismo problema que William, pero a la inversa), ser muy divertida, poseer un ritmo que engancha y superar por bastante lo de “peli de sobremesa”, todas las enseñanzas que nos muestra parecen hechas para lerdos. A veces me cuesta asumir que su director, Brian Helgeland, sea el mismo que el de sutiles películas como L.A Confidential o Mystic River, pese a que estoy muy de acuerdo con su crítica al sistema establecido de clases que plasma en el film. Pero no hay lugar para la reflexión, ni para hacernos nosotros las oportunas preguntas. Ello la hace posicionarse como una comedia facilona para un público poco exigente en la que parece que prima más la aventura y el romanticismo que ese tema tan importante que es la identidad del ser humano.
En ese sentido, aunque el resultado es muy equilibrado, entiendo la confusión de la gente cuando visionó una película de la que en breve celebramos sus 20 años de existencia entre nosotros, al ver anacronismos históricos creados únicamente como elemento humorístico. Lo que no puede negarse es que, si querían acercar a la gente a un género que ya va haciéndose algo casposo, lo consiguieron. Es predecible, tiene un guion simplón, pero es divertida, tiene un buen montaje, las escenas de justas a caballo son geniales y sirve como película de cabecera para cada momento de esos en los que nos decimos a nosotros mismos: me rindo, no puedo luchar más.
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