Denis Villeneuve se apunta con Dune: Parte Dos o Dune 2 (2024) a una lista que a estas alturas de la película uno creería imposible. Esta lista podría tener por título: cineastas abonados a las producciones enormes que no dejan de ofrecer grandes películas sin dejar de lado ni la economía ni la calidad. Es un título largo, pero me vale.
En esa lista yo metería a gente como Christopher Nolan o Guillermo del Toro. También podría incluir nombres como los (por desgracia no tan) imperecederos Scorsese, Eastwood o Spielberg. Pero las batallas con las que tuvieron que bregar los cineastas del Nuevo Hollywood fueron bastante diferentes a las luchas de los años del streaming y los superhéroes.
Pero dejaré la reflexión histórica para otro momento más apropiado y diré algo de más utilidad para el que lee esto. Si te gusta la ciencia ficción, tienes que ver Dune 2. Si te gusta el cine, tienes que ver Dune 2. Y si te gusta que te cuenten una buena historia, tienes que ver Dune 2.
Si te gusta que te cuenten una buena historia, tienes que ver Dune: Parte Dos.
En general, lo más sensato que puede decirse de esta película es que potencia los aciertos de la primera parte y no deja crecer (aunque tampoco fumiga) sus errores.
Los aciertos. Un trabajo de síntesis en el diseño visual bastante extraordinario, por la complejidad de la empresa y el scope de la historia. Un reparto donde todos (desde las nuevas estrellas como Zendaya, Florence Pugh o Austin Butler, hasta los veteranos como Javier Bardem, Christopher Walken, Rebecca Ferguson o Josh Brolin) brillan a gran altura. Una banda sonora y una fotografía excepcionales.
Sigo. Un guion donde los temas complejos (el colonialismo, la religión, el peso de las herencias familiares, etc.) no opacan la emoción ni el desarrollo de los personajes. La dirección y el montaje, Dios mío… ¡la dirección y el montaje!
Una cuestión que no me parece ni un acierto ni un error. Más bien algo discutible: la obsesión de Villeneuve por contemporaneizar a los freemen, convirtiéndolos en una especie de talibanes afganos.
Y ahora, los errores. Un Timothée Chalamet irregular (al menos ya no es una tabla) que oscila entre líder mesiánico (cuando la fotografía lo realza) y adolescente abofeteable (la mayor parte del metraje). Lo planteo de este modo. Paul Muad´Dib es una especie de Osama Bin Laden. ¿Verías razonable un biopic de Bin Laden protagonizado por Timothéé?
Por otro lado, fuentes femeninas cercanas a mi persona me han comentado en repetidas ocasiones la similitud de Timoteo con un dios griego. Quizás lo que yo percibo como un error de casting sea una hábil maniobra comercial de Villeneuve para conseguir que Warner le financie una superproducción de ciencia ficción protagonizada por un fundamentalista islámico (y blanco).
En fin, que esto molesta, pero lo que a mí personalmente más me fastidia es lo siguiente. Los aspectos más lisérgicos del libro se han dejado de lado en estas adaptaciones.
Los aspectos más lisérgicos del libro se han dejado de lado en estas adaptaciones.
Esto sea dicho con matices, porque es cierto que en montaje y a nivel (más o menos) subtextual se plantea que la especia es un trasunto del LSD. De modo que es un problema de grado de exposición y de presencia en pantalla. Para entendernos, si en el Dune de Villeneuve, Paul es Bin Laden (una jugada bastante arriesgada para Warner, todo sea dicho) en el libro de Herbert, Paul es Timothy Leary. Vaya, que es un profeta y un apóstol del LSD.
Y quizás alguien en algún momento pueda explicar por qué en los ’60 obras como Dune, Forastero en tierra extraña o Los tres estigmas de Palmer Eldrich podían ser disfrutadas por el gran público y en nuestros tiempos una obra de esas características resulta tan impracticable como escalar el Everest con las manos atadas a los pies.
La respuesta, intuyo, tiene que ver con las batallas de las que hablaba al principio, e intuyo también que no será una respuesta agradable ni complaciente.
Denis Villeneuve está especializándose en adaptar referentes de la ciencia ficción (Ted Chiang, Philip K.Dick, Frank Herbert) y en Dune: Parte Dos nos sorprende sintetizando un mundo heredero tanto de Giger (en lo visual) como de Juego de Tronos y Bailando con lobos (en lo temático). Una película para todos y para ninguno.