Dune (Frank Herbert, 1965) es, en el mejor sentido de la expresión, un libro hijo de su tiempo. En sus páginas se mezclan de manera orgánica, mesiánica y psicodélica temas tan dispares como el ecologismo, la religión, el imperialismo y la ficción político-económica.
Quizás eso explique el porqué de su peculiar travesía por el desierto (y perdonad el chiste) en lo que a adaptaciones a otros medios se refiere. Después de Jodorowsky, Moebius, David Lynch y Bill Sienkiewicz ha tenido que llegar Dennis Villeneuve (Incendios, La llegada, Blade Runner 2049) y presentar una película digna de tal nombre. Pero, ¿hasta qué punto es la producción de Warner Bros una buena adaptación?
Dune (Dennis Villeneuve, 2021) es, en esencia, la historia de un mesías. Paul Atreides (Timothée Chalamet en el film) es el heredero de los Atreides, una casa noble que acaba de ser recompensada por el emperador galáctico Shaddam IV con el control del planeta Arrakis (llamado Dune por los nativos, representados en la película por Javier Bardem como Stilgar y Zendaya como Chani). Arrakis es el único planeta donde puede encontrarse la melange, una especia de gran valor.
La casa Atreides está comandada por el honorable padre de Paul, Leto (Oscar Isaac), y su concubina, la Dama Jessica (Rebecca Ferguson); esta última es parte de la Bene Gesserit, una suerte de secta compuesta por sacerdotisas que han perseguido durante siglos la perfección genética, con el objetivo de traer al mundo al Kwisatz Haderach; es decir, el mesías, Paul.
Un aspecto muy importante en el libro y que en la película se insinúa pero no se explica, es que este Kwisatz Haderach ha nacido de la unión prohibida de una virgen (Jessica) y un hombre santo (Leto). Nos encontramos, por tanto, ante el retorcimiento del tropo de la Inmaculada Concepción.
Sea como sea, el regalo del emperador es un presente envenenado: lo que en realidad pretende Shaddam IV es desatar una guerra entre los malvados Harkonen (Stellan Skarsgard como Vladimir Harkonen y Dave Bautista como Glossu Raban) y los Atreides, para de este modo acabar con la familia de Paul, la única casa que podría rivalizar con su poder imperial.
¿Es Dune una buena adaptación?
Digamos en primer lugar lo básico: Dune es un espectáculo visual de primera magnitud que requiere de ciertas condiciones para ser disfrutado en plenitud. Hacía años que este redactor no veía una película tan consciente de su potencial como cine destinado exclusivamente a las salas. La atmósfera, el ritmo, las localizaciones de Noruega y Abu Dabi, la fotografía, el vestuario, el diseño sonoro. Todo en esta película fluye y deslumbra mientras dirige la historia a través de la visión de un Villeneuve que merece con toda justicia el título de cineasta.
Eric Roth (Forrest Gump, El dilema, Munich, la futura Killers of the flower moon) construye un guion admirable en su claridad y su capacidad de síntesis, una gesta solo al alcance de los más grandes. Como no podía ser de otra manera, el guion sacrifica aspectos que en el libro tienen gran importancia y simplifica la complicada personalidad de algunos personajes (particularmente sangrante es el caso de Paul Atreides; aunque sospecho que esto tiene más que ver con Timothée Chalamet y su decidido interés por convertirse en una tabla).
No obstante, Roth consigue hacer accesibles para el profano los temas más importantes de la novela original, sin que estos pierdan un ápice de complejidad o interés. Es más, estos temas incluso de actualizan de manera convincente a nuestra contemporaneidad.
En el Dune de Frank Herbert (como he apuntado más arriba, un libro hijo de su tiempo), la melange sirve como metáfora de las drogas capaces de abrir las puertas de la perfección. La odisea de Paul Atreides es, por tanto, una aventura en busca de un saber que está más allá de la civilización y el progreso. En este sentido, Dune se acerca a otros clásicos contraculturales de la época como El Señor de los anillos o la saga de Don Juan escrita por Carlos Castaneda.
En la película de Villeneuve las intrigas políticas y las guerras desatadas por el control de Arrakis funcionan como símil de un problema más acuciante: los conflictos desatados en Oriente Medio por el control del petróleo.
Incluso la fotografía y el arte de la película (obra respectivamente de Greig Fraser y de la dupla Gergely Rieger/David Doran), así como el montaje (Joe Walker) y la banda sonora (Hans Zimmer), remiten a esta nueva concepción. A este respecto, el trabajo de estos tres hombres (colaboradores habituales de Villeneuve) es una proeza en (de nuevo) su capacidad de síntesis.
Con una técnica que solo puede ser definida como alquimia, consiguen que la frialdad de la casa Atreides (hijos estéticos de los Habsburgo y la elegancia austrohúngara), la calidez de los fremen (un pueblo análogo a los lakota, los yaqui o los afganos; elija el lector la opción que más le agrade) y la oscuridad del infierno industrial de los Harkonen formen parte del mismo universo visual. En ese sentido, la Dune de Villeneuve triunfa donde fracasó la extravagancia de David Lynch.
Dune de Villeneuve triunfa donde fracasó Dune de Lynch
No obstante, no podemos dejar de señalar como ciertas recientes declaraciones de Jodorowsky: la propuesta visual de esta Dune es aséptica y en ella no hay casi espacio para los complicados meandros surrealistas/psicotrópicos que bañan el libro de Herbert, la propuesta de Jodorowsky y el film de Lynch.
La melange como peyote. La melange como petróleo. Todo cambia, pero todo sigue igual. ¿O quizás no? Porque el papel de mesías blanco que asume Paul Atreides con respecto a los fremen sigue siendo igualmente problemático para nuestra sensibilidad contemporánea.
El propio Dennis Villeneuve ha comentado que “Dune arremete contra la narrativa del salvador blanco”. Más allá del titular, lo cierto es que algunas decisiones como otorgarle a Chani (Zendaya) la potestad sobre la voz en off (y, al parecer, el protagonismo de la futura segunda parte) parecen encajar con esta línea de pensamiento.
Pero si uno quisiera ponerse cínico, no podría dejar de advertir que (despojada la novela original de sus aspectos trascendentes) uno está viendo en realidad un remake de Bailando con lobos o Pocahontas.
Algunas conclusiones
No podemos terminar sin antes matizar que es cierto que nos vendieron esta película no como la obra contemplativa que es, sino como una trepidante historia llena de acción. Aunque creo que salimos ganando con el cambio, debido a su ritmo pausado, su inconclusividad (a saber la de películas futuras que tendremos de Dune), su tráiler engañoso.. podemos concluir que no es una película que vaya a gustar a todos.
Como siempre, será tarea del espectador avisado decidir si al visionar Dune quiere posicionarse del lado de los buenos espectadores y los malos cínicos, o del lado de los malos espectadores y los buenos cínicos. En cualquier caso, una película capaz de potenciar esta clase de debates y análisis merece (al menos) varios visionados.
Dune
Destaca en:
- El apartado visual y técnico, y la dirección de Dennis Villeneuve.
- La (necesaria) simplificación de la cosmología de la novela original.
- Esta simplificación no idiotiza la historia de Frank Herbert.
- Funciona como primera parte, pero también como obra única.
Podría mejorar:
- La interpretación de su actor principal.
- Se ha dejado de lado el aspecto psicotrópico de Dune.
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