Miyazaki y el estudio Ghibli estaban disfrutando del éxito de “La princesa Mononoke” (1997) cuando Hayao decidió hacer una película totalmente diferente que no le supusiera tanto esfuerzo psicológico. Lo cierto es que dado el resultado me cuesta ver que supusiera menos realizarla, porque a día de hoy todos conocemos “El viaje de Chihiro” (“Sen to Chihiro no Kamikushi” 2001) y estamos de acuerdo en que es una película compleja, diferente de todo lo hecho anteriormente, y con una gran riqueza esperando que la analicemos.
Chihiro y sus padres, durante el viaje a su nuevo hogar, quedan atrapados en un mundo fantástico que, por primera vez, resulta el malo de la historia. Las prohibiciones, los peligros y la pérdida de identidad serán sus enemigos en este viaje en busca de la confianza en una misma. Chihiro, una niña simplemente normal, tendrá que madurar de golpe.
Pocas veces encontramos una película de aventuras infantil que no te da ni un respiro durante las más de dos horas que dura. Las acciones se desarrollan unas detrás de otras sin hacer uso tanto como en otras películas de los diálogos con frases épicas. Es una película más sutil, menos directa en su moraleja, y quizás por ello más compleja. Era fácil ver el mensaje ecologista en “La princesa Mononoke“, o los valores de la amistad en “Ponyo en el Acantilado” (2008), pero “El viaje de Chihiro” tiene un toque místico bastante confuso, por lo que siempre me resulta difícil recomendar su visionado a los más pequeños.
Sí que se supone que es la historia de una malcriada niña que ve cómo para sobrevivir en ese nuevo mundo fantástico tiene que ser útil, tiene que trabajar y hacerse un nombre (un concepto muy japonés), pero el toque filosófico con el que está impregnada esta visión hace que cueste percibir el verdadero objetivo de la película.
También es una película diferente porque carece del sentido del humor y el toque “adorable” que siempre tienen los personajes de Miyazaki; sobre todo los femeninos. Así, Chihiro espabila enseguida, pero lo hace a través de la tenacidad, la determinación, y apoyándose en aquellos que su instinto le dice que son buenas amistades; éstas le recompensan en parte con la sabiduría del trabajo: constancia y disciplina. A pesar de tratarse de una película atemporal, es notable cómo “El viaje de Chihiro” da una lección a ninis y desencantados de la vida: el trabajo, el esfuerzo y la honradez siempre tienen su recompensa pero, ¡ojo! siempre y cuando tus ideales marquen el camino correcto. Chihiro lucha por volver a casa, pero también por rescatar a sus padres, por salvar a sus amigos y en general por deshacer los entuertos que ve surgir a su alrededor.
Los elementos que integran la película no son siempre los que solemos ver en las películas de Ghibli. Cierto, la protagonista es una niña, por supuesto tiene que haber algo que vuele, y el animismo propio del folklore japonés está constantemente presente; sin embargo, el universo que rodea a la protagonista es diferente. Notemos que en “Mi vecino Totoro” (1988), existían los mismos ingredientes y sin embargo el punto de partida era diametralmente opuesto: la familia está unida, el ser humano es bueno y la magia existe si eres puro de corazón. Es por ello que “El viaje de Chihiro“, continuista espiritual de esta película, resulta todo un mazazo en la cabeza. En el resto de las películas, surgen problemas, pero son ajenos a las protagonistas. Ellas son buenas, siempre están alegres y superan las adversidades con un espíritu luchador que Chihiro, al comienzo, no tiene. Carece de la heroicidad de sus congéneres porque es una niña con problemas (acordes a su edad) y que no sabe cómo resolverlos.
Eso es lo que le hace estar malhumorada todo el tiempo. Es en el trabajo en la casa de baños para divinidades, y en el miedo a perder su identidad, cuando descubre que cumplir con su deber puede darle alegría. Hay que tener muy en cuenta que Chihiro ha ido a parar a un universo donde las palabras casi están prohibidas, la comunicación es muy reducida y la identidad de todos ellos se pierde cuando ellos mismos se olvidan de quiénes son. Haku, el personaje masculino al servicio de la malvada bruja Yubaba, ha olvidado su verdadero nombre, y es por eso que recomienda a Chihiro que, aunque le hayan asignado el nombre de Sen (de ahí el título en japonés, mirar arriba) si no quiere perder su identidad, no debe perder el nombre. En un mundo como el de hoy en día, donde la comunicación está tan extendida y a la vez tan malograda, es complicado de entender cómo uno puede perder su humanidad al perder la capacidad de expresarse, pero metafóricamente hablando, si uno se encuentra en la búsqueda de uno mismo, saber quién es, por qué se llama como se llama, es de vital importancia. Y es que la identidad es uno de los temas más importantes que se tratan en “El viaje de Chihiro“. El dios errante, “Sin Cara” (representación del Japón moderno consumista) es extremadamente infeliz a pesar de todo su oro porque no ha encontrado su lugar en el mundo, su verdadera identidad.
#ElViajeDeChihiro nos muestra un viaje al autoconocimiento Clic para tuitearDespués de todas estas reflexiones sobre la película es fácil adivinar que “El viaje de Chihiro” se sale mucho de la tónica del resto de las películas de Ghibli; no en vano ganó el Oscar a Mejor Película de Animación y el Oso de Oro de Berlín (2002), y es que es densa, profunda y muy comprometida con la sociedad y los tiempos que se vivieron en ese momento. Un viaje al interior de uno mismo, al afrontar de los miedos, a dejar de ser un niño para pasar a ser adulto. Igual que Chihiro, nosotros perdemos nuestra identidad a veces y sólo con tesón y honestidad podemos recuperarla y/o forjar una nueva, más fuerte y mejor.
(8 / 10)
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