Tengo que estar muy agradecida a que Fences (2016) sea una adaptación de una famosa obra de teatro, escrita por August Wilson en 1983 y por la que ganó el premio Pulitzer. Y tengo que estar agradecida porque si no hubiera sido por su éxito nunca se hubieran interesado en realizar una película sobre ella y, aquellos que no tuvimos/tenemos oportunidad de ir a verla en su original elemento nos habríamos perdido visionar una obra llena de matices en la que sin duda se hace presente aquel dicho de “menos es más”.
El argumento y lo que realmente nos cuentan son cosas totalmente diferentes. Por un lado, es la historia de un hombre negro, Troy Maxson (Denzel Washington) que ya ha pasado de los 50 años y cuya lucha por sacar a su familia adelante le pasa factura a la hora de rememorar las decisiones de su vida. Por otro, es un retrato de una persona cualquiera, como tú o como yo, y lo gris que puede volverse nuestro yo interior cuando la vida te azota.
El hecho de las decisiones que tomamos cuando la adversidad llama a nuestra puerta es el motivo por el cual reflexionamos sobre esta película y se hace interesante analizarla. Y la única forma de analizar convenientemente Fences es a través de la deconstrucción, tal y como lo haríamos con una obra de teatro.
¿Es una buena adaptación?
Pues nos encontramos ante una obra al más puro estilo de las películas de Laurence Olivier, en las que se sentía el teatro con letras mayúsculas; ello hace que no se note la adaptación demasiado, sino que directamente es como si hubieran cogido el libreto de la obra y le hubieran puesto la palabra guion. El resultado es que elementos como la música, el ambiente, la fotografía, el uso de los planos, los cambios de escenario, etc, no tengan gran relevancia en la película. En películas adaptadas de obras de teatro como Oscar (1991) se guioniza el libreto y el resultado es maravilloso, realmente ni lo notas, pero aquí se palpa a la legua que es una obra de teatro.
Ello nos lleva a la pregunta de ¿podrían haberla adaptado más al cine utilizando los recursos de que éste dispone? Sin duda, pero tampoco es necesario y no hace que la película sea peor. Quizás el motivo de ello sea el enorme respeto de Denzel Whashington (también director de la película) por la obra original o su influencia al haber sido también el actor que la representó en Broadway. Sin duda, el análisis que hago de Fences será por ello diferente de lo habitual, pero espero que no por ello sea menos interesante.
¿Tiene una buena historia?
Pues es de esas películas que apenas dicen nada y te lo cuentan todo. No ves claramente un nudo, sino una introducción muy larga con varios momentos claves y luego una precipitación de acontecimientos en un tiempo muy breve para luego llegar a una consecución pausada y organizada.
No es una historia de racismo, lucha social, amor o en la que haya una intención clara. Es una historia que ahonda en la naturaleza del ser humano a través del personaje de Troy y de su relación con la vida, la muerte y sus miedos.
La importancia de sus personajes
Es una obra de teatro, así que la mayor importancia está en los actores y su interpretación. No son los premios que han ganado o a los que optan las razones por las que deducimos que las actuaciones son impresionantes. Tanto Denzel Whashington como Viola Davis, así como los secundarios: sus hijos, Cory (Jovan Adepo) y Lyons (Russell Hornsby), su hermano Gabriel (Mykelti Williamson) y su amigo Jim Bono (Stephen Henderson), realizan actuaciones armónicas, conectadas, viscerales y profundas que nos hacen llegar a ver más allá del típico drama familiar que se nos muestra en pantalla. Y todo para que lleguemos a la raíz del problema: el padre es una mala persona.
Suena muy categórico decirlo así, y más cuando sabemos que por regla general las personas son más complejas que eso, y su calificación suele ser moverse entre grises, no ser malas o buenas per sé. Pero la intencionalidad de la película es hacernos dudar de ello, fingiendo mostrarnos a un hombre bueno, trabajador, gran amigo, amante de su familia, duro pero cariñoso, ocultándonos la verdadera realidad de la mala persona que lleva dentro.
Y hasta sus malas acciones intentan estar justificadas por un contexto histórico marcado por el racismo como era la década de los 50 en Pittsburgh. Realmente no sabemos si el Movimiento Negro había comenzado ya o no porque sólo dicen “década de los 50” (quizás aquellos que sepan de beisbol afroamericano profesional sepan situarlo exactamente, no digo que no) pero, aunque sabemos que el racismo existía, en la película se halla más en la cabeza de Troy que en la historia en general.
Pero es este racismo y la dureza de la vida la que hace que Troy Maxson se haya construido un mundo a su medida y con el que puede lidiar. No sabemos cuáles de sus méritos son reales o cuáles son parte de esa mentira que él mismo se ha creado, y los que le rodean le permiten vivir esa especie de fantasía. Como decíamos hace dos días cuando hacíamos la crítica de Jackie, ¿quién no desea que le recuerden mejor de lo que era? Es la misma necesidad que nos hace desear ser mejores que nuestros predecesores o desear tener una vida mejor.
Sin embargo, Troy vuelve a cometer los errores de su padre y otros nuevos, demostrando ser aún peor que él, sin que el espectador sea consciente de ello porque nos ha presentado en la introducción a un hombre alegre, que ama a su esposa, que da suma importancia al trabajo y cuyas regañinas a su hijo mayor están justificadas porque no hay trabajo indigno. Se nos ha mostrado el deber por encima del placer, la familia como el bien más preciado a conservar y la dignidad de la vida sencilla. Incluso la valentía del sacrificio de unos padres por los hijos.
El peso del paso del tiempo
Pero detrás de todo ello, está el verdadero mensaje de la película, perturbador, devastador y la vez de una sencillez que no desentona con el tono del film. Me volvieron los mismos sentimientos que cuando leí Historia de una escalera (1947) con toda la sencillez y crueldad de los dramas cotidianos.
En Fences, todos están en el mismo barco pilotado por Troy, quien cree que ha dejado sus sueños atrás por el deber, ignorando que con su déspota comportamiento arrastra a todos, impidiendo que ellos también logren sus sueños.
Temas como el sentido de la vida, la dignidad de nuestros actos, el miedo a la vejez, a la muerte y a la pérdida de virilidad, los sueños rotos, la “excusa” del racismo para autojustificarse, el choque generacional, y otros tantos temas son tratado en Fences, reflejados en personajes hastiados, cansados, que fueron luchadores y quizás lo quieren seguir siendo. Todos zarandeados por el atormentado y acomplejado Troy, que cada vez es peor persona y que no es capaz de vivir con honestidad y recibir amor de todos los que le rodean, siendo no obstante estos remordimientos los límites en los que se mueve el personaje para ser más humano.
La grandeza de esta película es que, con un ritmo fluido, unas actuaciones sobresalientes, y unos diálogos que van desde lo intrascendente hasta lo demoledor, y poco más, nos hace reflexionar acerca de nuestros fantasmas, nuestros temores, nuestras fences (rejas en español) tanto físicas como mentales, que nos autoimponemos para justificar nuestros actos.
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