Cuando me dispuse a volver a ver Gremlins creí estar seguro de saber a lo que me enfrentaba, al fin y al cabo la cinta de Joe Dante se había convertido ya en un clásico casi desde el mismo día de su estreno en el no-tan-lejano año 1984, y sus 106 minutos de duración llenos de auténtico espíritu navideño y gremlins locos adictos a la nicotina estaban, o eso creía yo, grabados a fuego en mi retina tras haber devorado la cinta incontables veces durante mi infancia.
Aun así nada podía prepararme para lo que me esperaba, y tras haber vuelto a disfrutar de las peripecias de Billy y Gizmo solo me queda rendirme ante la evidencia y admitir, no con poca sorpresa, que Gremlins es una película inmortal que no ha hecho otra cosa que mejorar con el tiempo y cuya alocada mezcla de humor y terror (o algo así) continua siendo tan efectiva como siempre. ¿Estamos ante la película navideña definitiva? No tengo ni idea, pero es ridículamente divertida.
Para los que no lo sepáis, Gremlins nos cuenta la historia del joven Billy (Zach Galligan), un protagonista adolescente prototípico de los que solo sabían hacer en los 80 que, de buenas a primeras y como inesperado regalo de Navidad recibe al misterioso y adorable “Gizmo”, un bicho monísimo que su padre ha adquirido en una misteriosa tienda del barrio chino y que además viene con reglas de uso que nunca, jamás, bajo ninguna circunstancia debes romper.
Por supuesto, Billy se acaba saltando las reglas a la torera, (a saber: no dejar que el Mogwai se moje, que no le de la luz del sol y no darle de comer a partir de media noche) un error que no se perdona y que, como era de esperar, desemboca en un pequeño ejército de gremlins locos con ganas de juerga que el pobre Billy, junto al pobre Gizmo y su “amiga” Kate (Phoebe Cates), se verá obligado a detener.
El argumento puede parecer el típico del de una película navideña para toda la familia y, de hecho, eso resulta ser durante los primeros minutos de la cinta que, marcados por un ritmo perfecto y unos personajes tan divertidos como arquetípicos, consigue prepararnos de forma excelente para la histeria colectiva que se apodera de gremlins y humanos por igual durante la segunda mitad de la película y que marca un punto de inflexión para la obra, que pasa de bucólico cuento de navidad para todos los públicos a desmadre navideño algo gore en tan solo unos minutos.
Quizás me lo debí de oler cuando la madre de Billy mete a un gremlin en el microondas y a otro en una batidora, pero resulta que Gremlins es mucho más violenta de lo que recordaba, y sus numerosas escenas salpicadas por violencia dirigida tanto a los pequeños monstruitos como a ciertos seres humanos, me hacen entender a la perfección las quejas de padres ofendidos por tal afrenta que, allá por 1984, desembocaron en una importante modificación del sistema de calificación por edades estadounidense, casi nada.
Dejando de lado la ya olvidada polémica, debo decir que me ha sorprendido sobremanera lo estupendamente que funcionan dichas escenas violentas en la película y que, sin llegar a ser demasiado explícitas en ningún momento, acaban por convertir a la cinta en una suerte de comedia negra la mar de divertida a la que el hecho de haber sido concebida en los 80 no hace sino aportar aún más cachondeo y momentos cómicos involuntarios.
Y es que Gremlins puede tener muchas virtudes: desde su ritmo endiabladamente dinámico que no deja ni un respiro, al excelente diseño de los gremlins o su sorprendentemente efectiva mezcla de tonos, pero ante todo, y como ocurre con toda obra, Gremlins es un producto de su tiempo, y los numerosos detalles y decisiones creativas tan típicas de los 80 que impregnan toda la cinta acaban funcionando como inesperado homenaje a la década y a su forma de hacer las cosas, con escenas tan inverosímiles e inolvidables como la de los gremlins cantando villancicos o la de los mismos bebiendo, fumando y apostando en una taberna.
Otro aspecto a destacar son las actuaciones, nunca destacables pero tan divertidas y exageradas que en ocasiones consiguen dar la vuelta y regalarnos personajes y momentos tan geniales como la inexplicablemente malvada Ruby Deagle (Polly Holliday) o la ya mítica historia de como la pobre Kate llegó a odiar la Navidad.
Puede parecer una tontería, pero acaban siendo estos pequeños detalles (y una generosa cantidad de nostalgia) los que hacen de esta película una aventura tan encantadora como inolvidable y en la que sus sencillas reflexiones sobre el consumismo y el espíritu navideño quedan inevitablemente relegadas a un segundo plano cuando los cabroncetes verdes se ponen a hacer de las suyas, llevándose toda la atención y dejándome con la duda de si estoy ante una metáfora un tanto gamberra de cómo la sociedad occidental corrompe todo lo que toca o si simplemente Dante y Spielberg querían hacer una película de monstruos pendencieros muy cachonda.
Sea como sea, Gremlins se perfila como un clásico incombustible de visionado obligatorio aún más divertido ahora que en el momento de su estreno y cuya naturaleza navideña invita a re-visionarla cada año (¿recordáis?) con motivo de estas consumistas fiestas para recordarnos que los regalos no lo son todo y que, pase lo que pase, no debemos dar de comer a un mogwai después de media noche.
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Gremlins
Destaca en:
- El diseño de los Gremlins
- Y los propios Gremlins
- La mezcla tan acertada y efectiva de comedia familiar y gore “light”
- Funciona estupendamente como inesperado homenaje a los 80
- Las actuaciones llegan a ser tan exageradas y cachondas que dan la vuelta y acaban siendo geniales...
Podría mejorar:
- ...lo que no quita que sean algo cutres
- Tiene una gran cantidad de situaciones y personajes muy cliché que, hoy por hoy, están demasiado sobados
Un comentario
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