A ver, rara es. Horns no es la típica película de “mi novia ha aparecido muerta y me culpan de asesinato”. Tienes que mezclar las clásicas películas donde en el fin del mundo, en un pueblo perdido, alguien investiga una muerte; con películas estilo Little Nicky, El día de la bestia, El laberinto del Fauno y cosas así.
No quiero decir que Horns sea una película de coña o de fantasía; Ignatus `Ig´ Perris (Daniel Radcliffe) sufre demasiado la muerte de Merrin Williams (Juno Temple), como para pensar siquiera eso, pero no sé si acaba de encajar bien la idea de aunar el drama y el misterio o el thriller policíaco, con los cuernos nada metafóricos que le crecen a Ig en la cabeza, a la vez que desarrolla la habilidad de sacar las verdades más truculentas de la gente. Ig usa su nuevo poder para resolver el asesinato, dando lugar a situaciones dantescas, muy propias de su director, Alexandre Aja. Y esto no tiene porqué ser necesariamente malo, puesto que el resultado es una película muy especial, y que desde luego, no deja indiferente.
El problema de la cinta, sin embargo, no se encuentra en esa mezcla de mundo terrenal e inframundo, ni siquiera es un problema de guión (recordemos que es una adaptación de la novela del mismo nombre de Joe Hill). Quizás, lo que hace a Horns ganarse el apelativo de rara es la dirección. Esos flash-back tan largos (sobre todo en las escenas de la niñez), esas pausas excesivas, esas escenas lentas, esas secuencias raras que pretenden introducirnos en la vida de pesadilla que está sufriendo Ig pero que, debido a los parones de ritmo del film, no consiguen acabar de encajar. Todo genera un tufillo de comedia negra o de sátira pseudoreligiosa que, o bien te encanta, o bien la detestas.
La parte más desconcertante, sin embargo, es la inclusión y tratamiento del elemento religioso. No sabemos porqué de repente Ig es el anticristo. No sabemos por qué, o por qué a él precisamente le es concedido ese “don”. El popurrí de crucifijos, serpientes, símbolos, y cuernos, no consigue envolvernos ni convencernos de que es una película sobrenatural, sino más bien ponerse a la altura de las películas de serie B.
¿Es la intención del director que dudemos de si es todo imaginario o no?
Pues es la actuación de Daniel Radcliffe, la que nos hace dudar de todo. Sin duda, su personaje no sabe cómo actuar, no se muestra como un todopoderoso que juzga el bien y el mal. Sólo es un hombre atormentado que usa como puede su nuevo poder, sin haberlo llegado a entender. Desde luego, su aparición en pantalla, emotiva y cruda, es lo que nos hace recordar que, pese al gore, el bizarrismo y el lenguaje obsceno, Horns es una película de amor.
Quizás por ser una película de amor descuadra tanto el ver a personajes tales como sus padres Derrick (James Remar) y Lydia (Kathleen Quinlan), su hermano mayor Terry (Joe anderson), o su mejor amigo Lee Tourneau (Max Minghella) que, en vez de ser dulces porque el momento lo requería, desatan los más reprimidos pensamientos. Una forma que tiene la película de informarnos, una vez más, que todos llevamos dentro un demonio.
No acaba de posicionarse y encajar pero, pese a ello, Horns es una película entretenida, con buenas actuaciones, giros inesperados, toques justos de gore y “fantasía” como para que satisfaga a aquellos que están cansados de más de lo mismo.
(6,5 / 10)
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