Tengo la convicción de que los seres humanos nos dividimos en dos, aquellos que odian la Navidad, en todos o algunos de los sentidos, y aquellos a los que nos encanta, también en todos o algunos de los sentidos. Como pertenezco a este segundo grupo, algunos sufrís en Generación Friki el análisis de, sobre todo películas, temáticas cuando van llegando estas fechas. Y así es como hemos llegado a Klaus (2019), la nueva película de animación (distribuida en Netflix como su primera película animada original) y que me llamó la atención por estos tres detalles: está realizada por un equipo español, es una comedia de temática navideña y es animación de la buena.
El resto del análisis es para todos los demás que con estos detalles no os habéis enganchado.
La historia narra el origen ficticio de Santa Claus, cogiendo como base a Jesper, el hijo mimado de un próspero comerciante dedicado al negocio postal que, viendo cómo su hijo derrocha su vida e intentando enseñarle el valor del trabajo, le envía a un lúgubre pueblo en la isla de Smeerensburg, en el Círculo Polar Ártico, para que, alejado de la riqueza, consiga poner en marcha el servicio postal, bajo ultimátum de desheredarle.
Jesper pronto comprobará que el pueblo está dividido en dos facciones permanentemente enfrentadas en rencillas sutiles o guerras abiertas, encontrando como único aliado a un solitario leñador llamado Klaus, fabricante de juguetes. Pronto ideará un ingenioso sistema para desarrollar su labor como cartero que traerá inesperadas consecuencias.
Una historia muy bien hilada
La ópera prima del director Sergio Pablos, ayudado al guion por Zach Lewis y Jim Mahoney y con producción de SPA Studios resulta ser una divertidísima comedia de acción frenética con personajes simpáticos y bien trabajados que nos regala un derroche de gags no sólo por medio de diálogos destornillantes al más puro estilo El emperador y sus locuras, sino visuales, a través de la creación de una historia y un universo muy bien trabajados en los que se indexarán con inteligencia todos los mitos y leyendas relacionados con la figura de Santa Claus y con una estética parecida a la que estamos acostumbrados a ver en películas de Tim Burton como La novia cadáver o Pesadilla antes de Navidad.
Por supuesto, las comparaciones con estas y otras películas de Disney serán inevitables, pero el estudio se desmarca a través de una animación tradicional extremadamente pulida con unos toques de 3D para el color y algunos efectos lumínicos, y una gama cromática muy bien escogida en el diseño de personajes, consiguiendo darle personalidad a todos sus protagonistas, haciéndolos únicos y dando como resultado una película visual y técnicamente estupenda.
Y al igual que ocurre con las películas de animación para adultos mencionadas, o las de otros estudios como Ghibli o Dreamworks, Klaus se presenta como una película que, aunque no esconde dobles significados o lecturas para adultos y lecturas para niños (es lo que es, y en ese sentido es facilísima de seguir), tiene el mérito de mostrarse inteligente, con un humor ingenioso, y se aleja de todo aquello a lo que pudiésemos ponerle el apelativo infantil o empalagoso.
Porque, no lo neguemos, las películas navideñas suelen tener un tufillo ñoño que hasta a mí me desagradan. Tienes que recurrir a joyas como Tokyo Godfathers o Un Cuento de Navidad para encontrar una película que no acuda a la lágrima fácil o el sentimentalismo barato. Por ello, es meritorio también que Klaus no sólo sea una divertida y hermosa película, sino también una película con todos los valores asociados a la Navidad y que posiblemente acabe siendo un clásico instantáneo con un hueco en nuestra videoteca al lado de Love Actually y Qué bello es vivir (aunque mis opciones sean otras, ya lo sabéis).
El valor del trabajo bien hecho.
Es más, Klaus supera a muchas de las producciones del género en cuanto a moraleja a seguir, puesto que no sólo ensalza los valores de la amistad, la familia, la generosidad o el amor puro y desinteresado, sino también el valor del trabajo bien hecho y de la necesidad de la generosidad social, partiendo de un cartero egoísta, un juguetero enfurruñado, una maestra que ha perdido la esperanza en la educación y una sociedad enfrentada, desde los niños hasta los adultos.
Es cierto que desde el principio el padre de Jesper dice claramente que su intención es que su hijo viva sin depender de la fortuna de la familia (aunque está claro que lo estaba haciendo), pero el propio Jesper se nos muestra como una persona que, cuando se ve en la necesidad, saca a relucir sus habilidades, demostrando ser emprendedor, ingenioso, trabajador, paciente e incansable. Es posible que más de uno enarque la ceja ante esta oda al trabajo bien hecho, pero no puedo por menos que estar agradecida a que el estudio creador de Klaus haya decidido hacer suya la moraleja de esta historia. Y que sigan así.
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