“Me has manchado los zapatos”. Esta frase, que dice en un momento muy concreto de la película Levee, interpretado por el difunto Chadwick Boseman, es el resumen de una serie de acontecimientos que comienzan un día en que la banda de la estrella de blues del momento, Ma Rainey (Viola Davis), llega a un estudio para grabar un disco. Aquellos que ya hayáis visto la película, sabréis de lo que hablo, y aquellos que no, tened por seguro que si algo sabe hacer el teatro es precipitar los acontecimientos hasta hacer que momentos tan concretos tengan una relevancia catártica. Estoy hablando de La madre del blues (Ma Rainey’s Black Bottom, 2020) adaptación teatral de la obra de igual nombre de 1982 dirigida ahora por George C. Wolfe, que nos pone en la piel de dos personajes que se encuentran en diferentes momentos de su vida personal y profesional. Uno ansía lo que la otra tiene, la otra disfruta del fruto de su esfuerzo sin olvidar por qué está ahí.
Levee, el trompeta de la banda de Ma, llega al estudio de grabación con unos zapatos nuevos. Es negro, tiene 32 años, trabaja por cuenta ajena y es ambicioso. Esos zapatos tan caros le recuerdan a dónde quiere llegar, cuando la gente se los vea puestos sabrá que está triunfando, que su trabajo no es físico y lo asociará con una serie de valores positivos. Los zapatos son el símbolo del éxito.
Ma Rainey es una cantante de blues. Es negra, exitosa, liberada y tiene muy mala leche. Lo primero que hace al llegar al estudio es cambiarse sus costosos zapatos por unas cómodas alpargatas. Ya ha triunfado, está en la cima, los negros la han convertido en leyenda y los blancos pierden el aliento por cumplir sus deseos. Ahora puede quitarse su símbolo del éxito y seguir siendo la gran madre del blues.
Lo he dejado muy masticado, pero quiero que entendáis que, además de un buen guion adaptado, unas interpretaciones fantásticas, un ritmo continuo y dinámico y una fotografía y vestuario que bien le han hecho ganar sus dos Oscars (amén de otros premios) La madre del blues usa ambos personajes y su calzado para decirnos: cuidado con el éxito. Y es que los zapatos siempre han tenido en su esencia un propósito práctico, pero su mensaje y simbolismo pueden llegar a ser su verdadera intención.
Si tuviera que analizar la película en base a sus zapatos estaría entrando en un pedacito de la Historia en el que se narra la cultura afroamericana en general, el género de la música blues en particular y, como vehículo para hablar de ambas cosas, la historia particular de dos personas que han elegido el éxito como forma de exigir sus derechos.
Quizás es porque con la Pandemia los teatros están cerrados o restringidos que la gran y pequeña pantalla se están llenando con adaptaciones (recordemos El Padre o Sentimental) algo que siempre había pasado, pero que cuando el productor es Denzel Washington que hace poco nos deleitaba con Fences (tanto esta como La madre del blues obras de August Wilson), entiendes el resultado de lo que ahora intento analizar. La madre del blues no será la primera obra que trate de hacernos entender el por qué la cultura negra es como es; todos sabemos que el color de la piel no debería delimitar nuestros derechos, pero allá en el Chicago de 1927, cuando tantas injusticias se cometían contra las personas de raza negra, no puedes más que meterte de lleno en ese contexto si quieres entender no ya la Historia, sino la película.
La madre del blues presenta un personaje por cada forma de entender la vida que tenía la comunidad negra. Desde el que quiere luchar y reivindicar de manera violenta, hasta el servicial que espera su turno, pasando por el que sólo quiere hacer su trabajo e irse. Glynn Turman como el pianista Toledo, Michael Potts como el contrabajista Slow Drag, Colman Domingo como el trombonista Cutler, Taylour Paige como la novia de Ma, Dussie Mae, Dusan Brown como el sobrino de Ma, Sylvester. Todos personajes creados para, con su forma de ser durante aquella calurosa tarde de grabación, dejarnos la impronta de la clase de personas que conformaban el espectro de los negros en EEUU.
La música como arma.
Y por encima de todos ellos, la música. Porque, sí, hay momentos en los que blancos y negros interactúan fuera de la zona de control de estos últimos (el choque con el coche, la compra de la Coca-Cola), pero en el estudio de grabación, donde la melodía y la voz de los negros es indiscutiblemente superior, Ma pone sus reglas y lucha por el control de su música. La música es el vehículo (como ya vimos hace nada en Green Book) a través del cual tanto Ma como Levee pretenden posicionarse de forma superior a los blancos, cada uno mostrando su versión de “Black Bottom” según sus objetivos. Ya tienen zapatos, no son esclavos, su proceso de integración dentro de la sociedad parece (que no es) que se está llevando a cabo. Pero desean el reconocimiento, el respeto y un éxito que consideran merecido.
A través de diálogos frescos, trágicas historias y un color sepia que inunda nuestra pantalla, La madre del blues pretende contarnos, de otra manera diferente a lo ya mostrado, cómo el poder corrompe, cómo las experiencias pasadas conforman cómo somos en el presente, y cómo esa testarudez que hace que tanto Ma como Levee sean incapaces de ponerse de acuerdo entre ellos sólo beneficia al hombre blanco, volviéndose a repetir la consigna de aquel dicho que reza “juntos somos más fuertes”.
El cuento de la lechera
Levee, encorsetado en sus creencias, es incapaz de trabajar en equipo. Despreciando la sabiduría de sus mayores, se encierra en la ironía por la que quiere prescindir del pasado sin ser capaz de olvidarse de él. Su cerrazón, reflejada en la obsesión por la puerta cerrada del cuarto de ensayo, le hace olvidarse de las verdaderas metas. Ese mismo afán porque se le escuche es el que provoca que sintamos que el reparto coral de La madre del blues sea tan desigual (y que a mí me cueste designarlo como tal).
Pero el resultado es igual de desgarrador. Reconozco que, cuando comencé a visionar esta película sólo tenía ganas de escuchar la voz de Gertrude “Ma” Rainey y mecerme con una buena banda de blues (lo más parecido que, con el Covid, tengo de un concierto, jeje), pero a medida que la adaptación de esta obra de teatro avanza me doy cuenta de que no sólo voy a “ver a negros quejándose de cosas de negros en 1927”, sino que es una obra que explora el Sueño Americano y las dos caras de la moneda, el éxito y el fracaso.
Me gustaría deciros, queridos lectores, que es la historia de cómo un hombre luchó por sus sueños de manera digna y elocuente, de cómo alguien cambió la Historia en pro de corregir las desigualdades sociales, pero que eligió mal sus métodos; pero en realidad, ya seas blanco o negro o lo que sea, es la historia de cómo alguien escogió el camino fácil y egoísta para hacer las cosas. Y eso, al final, siempre pasa factura.
La madre del blues
Destaca en:
- Buena adaptación de una obra de teatro.
- Las completas y complejas actuaciones de Chadwick Boseman y Viola Davis.
- La estupenda ambientación en 1927 a todos los niveles.
Podría mejorar:
- La música es el vehículo, pero no el fin, si esperáis una película musical os decepcionaréis.
- Se siente un poco como un Slice of Life al que le falta algo para, definitivamente, aportar.