Ahora mismo parece que entre las opciones en el cine tengo también una amplia gama de películas de temática religiosa. Está en cartelera Pablo el apóstol de Cristo o María Magdalena. No obstante, igual por crecer viendo pelis de romanos y clásicos de los grandes, esta sencilla película llamada Las sandalias del pescador (1968) protagonizada por el gran Anthony Quinn me ha vuelto a llamar más la atención que las películas actuales y me he decidido a dárosla a conocer.
Las sandalias del pescador está basada en un superventas escrito por Morris West y nos cuenta la historia de Kiril Lakota (Anthony Quinn) un obispo ucraniano que lleva 20 años de condena a trabajos forzados en una prisión soviética. Su carcelero, el presidente Piotr Ilyich Kamenev (Laurence Olivier, casi nadie, vaya) le libera al objeto de que en Ciudad del Vaticano trabaje como asesor, pensando que será un buen intermediario en sus comunicaciones con la Iglesia.
El destino lleva a Kiril a ser nombrado, primero cardenal y después Papa, pese a sus reticencias, y a trabajar por evitar una guerra nuclear debido a una disputa comercial entre la Unión Soviética, EEUU y China. Este enfrentamiento llevará a este recién nacido Papa, Cirilo I, a tomar decisiones controvertidas.
La humildad y el liderazgo
Frecuentemente se admite que las personas de carácter más agresivo son las que tienen más capacidades de liderazgo. Se amilanan menos, tienen más confianza en sí mismos, y suelen tomar decisiones de las que luego no se arrepienten (para bien o para mal). Kiril/Cirilo responde al tipo de ser humano humilde, con una fe sencilla y sorprendentemente moderna (fijémonos que hablamos de la década de los 60) que se embarca en una aventura que se le antoja demasiado grande.
Al contrario que en otros gremios, siempre se ha apreciado en los líderes religiosos que posean esta virtud de la humildad como no se le exige a ningún otro líder. Cirilo no sólo resulta ser humilde, sino que siente una gran inseguridad hacia sus propios actos, al considerarse más cerca del pueblo llano que parte de aquellos que se sientan en sillas de poder. Dicho en palabras del propio Laurence Olivier en su papel de presidente “habla con la voz de Dios para la cuarta parte del mundo” y eso, de cualquier forma que se lo mire, es una gran presión.
La presión, en todas sus formas
No obstante, no es el único que siente una gran presión en la película Las sandalias del pescador. La mayoría de los personajes, tanto principales como secundarios, viven acongojados por grandes presiones; algunas de carácter más privado, otras de carácter más público. En el primer grupo tenemos a la Dra. Ruth Faber (Bárbara Jefford) sufriendo bajo el peso de las infidelidades de su marido, el reportero George Faber (David Janssen) y sin saber cómo actuar. Así mismo, tenemos también las del propio reportero de televisión que, quizás influenciado por lo que pasa a su alrededor, tampoco se siente cómodo con la situación.
En el segundo grupo tenemos, por supuesto, tanto a los cardenales, como al Papa, como a los líderes de China y la Unión Soviética. En este último caso, el primer ministro Piotr es el más preocupado por la situación global, al borde de la revolución.
Lo curioso es que el hilo argumental más interesante, así como el más controvertido, es el protagonizado por el padre David Telemond (Oskar Werner), un teólogo con ideas que entran en controversia con los dogmas de la Iglesia Católica. Puede que a día de hoy no nos parezca extraño que en el propio seno de la Iglesia se debatan estas cuestiones, pero seguramente que en la época en la que se desarrolla la película, posiblemente antes del Concilio Vaticano II (por detalles que muestra la película), las creencias del padre David sean tan controvertidas como el resto de tramas de la película.
Me recuerda a alguien que conocemos bien
Como si de una premonición se tratase, nuestro actual Papa Francisco I resulta una persona con una personalidad muy parecida al personaje de ficción Cirilo I. Ambos son extranjeros (recordemos que es habitual, por no decir tradicional, que el Papa sea italiano), ambos de origen humilde, muy cercanos al pueblo, y con privaciones de tipo ordinario en su día a día. El caso de Cirilo I por supuesto es más extremo; 20 años de trabajos forzados no son moco de pavo y, o te sumen en la desesperación, o te templan en carácter de una forma que no puedo ni imaginarme; pero el papel que ambos juegan para mejorar las relaciones políticas con regímenes diferentes está ahí.
No hay decisiones fáciles
Probablemente, una de las escenas que más me gustan de la película, por su sencilla emotividad, es cuando los cardenales Leone (Leo McKern) y Rinaldi (Vittorio De Sica) proponen a Kiril Lakota como Papa, y el asombro y renuencia con el que éste quiere renunciar al cargo.
La actuación de Anthony Quinn tanto ahí como en el resto de la película es sin duda excelente. Muestra dignidad, sencillez y esa afabilidad que te hace sentirte cómodo cuando estás en su presencia. No obstante, tanto la película como el personaje que interpreta Anthony Quinn, trata sobre el liderazgo y, si ya es difícil alimentar el cuerpo, más lo es calmar el espíritu. El tema de la soledad en el liderazgo, pues, también se trata en el film como consecuencia evidente del cargo ostentado.
El sacerdote Kiril Lacota, a saber si influenciado por el marxismo o simplemente por ideas muy cristianas, manifiesta en sencillos diálogos sus opiniones sobre la revolución sin violencia, la cuerda floja moral por la que andamos los seres humanos y la lucha por los hijos de Dios.
Puede que todo esto nos haga pensar en una película excesivamente ambiciosa: los dramas internos de los protagonistas, el análisis de la actuación humana, la crítica política, el examen del funcionamiento del Vaticano…y posiblemente así sea, no llegando a ahondar en ninguno de ellos, y cometiendo su gran fallo. Cualquier espectador se sentirá complacido con la película, pero con ese poso de que dos horas y media no daban para mostrar, aparte de tanta belleza visual, actuaciones comedidas y banda sonora magnífica, soluciones convincentes a todos los conflictos que plantea.
Para el bueno de Kiril, él al final acaba encontrando su camino, intentando no dejar de ser quien es, pero aceptando la autoridad que su cargo de Papa le confiere. Esto acaba dando a Las sandalias del pescador un equilibrio que nos permite terminar la película con una sensación de tranquilidad y cierta satisfacción por pensar que todo está en su sitio. Sí, es ficción, pero todo lo que se nos plantea nos deja el poso de la duda… ¿sería posible?[amazon_link asins=’B000VJKUI2,8498728495′ template=’ProductCarousel’ store=’generacionfri-21′ marketplace=’ES’ link_id=’9b0a49cb-3199-11e8-8851-2f13362d207e’]