¿Quién es Totoro? Iconográficamente hablando es el Mickey Mouse de los japoneses. Todo un símbolo de la fantasía, la candidez y la imaginación. ¿En la película? Aparte de abarcar todos estos atributos, es el dios del bosque, aquel que hace crecer los árboles y soplar el viento, con la particularidad de que sólo es visible para los puros de corazón.
Con este sencillo motivo como principal estandarte, Miyazaki nos cuenta Mi vecino Totoro (1988), la historia de dos hermanas, Satsuki y Mei, que se mudan con su familia a vivir al campo. Allí pronto conocerán a los habitantes de la “casa encantada” y del cercano bosque, que les harán vivir mil aventuras.
Con una animación 100% tradicional, y unos cuantos años a sus espaldas, nos encontramos con un clásico japonés, lleno del inconfundible estilo del Estudio Ghibli, que ha enternecido a todos aquellos que la han visto por la sencillez de sus diálogos, la ternura de sus personajes, y esa especie de teletransportación a través de la Naturaleza y la vida rural de los años 50, a un mundo…sencillamente mejor. No es de extrañar que Totoro, carismático y poco hablador, se haya convertido en la mascota del Estudio Ghibli desde entonces.
Una de las cosas que sientes cuando terminas la película es que apenas ha pasado nada ¡es verdad! La grandeza de esta obra no reside en su complejo argumento, sino en la existencia ¡a día de hoy! de una película que logra conmover sin necesidad de acudir a melodramáticas escenas. La película transcurre plácidamente (evidentemente hay problemas que resolver y escenas tristes), pero la personalidad de los protagonistas y secundarios logra recordarnos una cosa que casi parece olvidada a día de hoy: el ser humano es bueno.
Tanto para aquellos adictos a las películas de Miyazaki como para los profanos, destacar que los elementos comunes a sus obras siguen estando presentes aquí: esos protagonistas femeninos, esa manía de hacer que las cosas o las personas vuelen, ese toque mágico que rodea el argumento…incluso en el diseño de los personajes es posible encontrar siempre el “toque Miyazaki”. También resulta mágica esa banda sonora, compuesta por Joe Hisaishi, tan tradicional que hoy en día cuesta encontrarla en una película de dibujos animados: fresca, dulce, alegre.
En fin, que en una época en la que Disney triunfaba y Japón sólo era relacionado con la violencia y sus contenidos no aptos para niños (a pesar de que Ghibli ya había estrenado El Castillo en el cielo o Nausicäa y el Valle del Viento), sale de la maravillosa mente de Miyazaki esta deliciosa obra. Una forma única y conmovedora de volver a nuestra infancia. Sólo así conseguiremos ver a Totoro.
(8,5 / 10)
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