Soy un detractor de los dramas. En primer lugar porque me cuesta sentirme en comunión con el personaje tipo de este género narrativo; Million Dollar Baby me pareció un chiste de mal gusto. Soy de esos que piensan que el mejor drama moderno son los 5 primeros minutos de Up; sin una sola palabra, directos, emocionales, sin artificios, una verdadera, cotidiana y sincera historia de amor que no necesita más de 300 segundos para hacer que se te revuelvan las emociones.
Además, me fastidia ver cómo año tras año las películas de lágrima fácil se apoderan de todos los premios y estatuillas en detrimento de otros géneros cinematográficos solamente porque los jueces son personas que se han cansado de soñar y de vivir aventuras en pos de las historias viscerales de desgarradora muerte familiar.
Un monstruo viene a verme es, casi, distinto a los demás dramas.
Connor (Lewis MacDougall) es un chaval de 12 tiernos años al que la vida no le está poniendo las cosas nada fáciles. Sus padres están divorciados y su madre (Felicity Jones), con quien vive, está gravemente enferma de un cáncer. Su abuela (Sigourney Weaver) quien les echa una mano en casa, no es precisamente el ser más cariñoso del mundo y encima el pobre chico es víctima de bullying en el colegio; el drama está servido.
Una noche, Connor recibe la visita de un gigante (Liam Neeson) de madera, el cual le promete 3 historias que le ayudarán a superar este momento tan difícil que le ha tocado vivir. Así es como el drama familiar de Connor se mezcla con las fantasiosas visitas del gigante y sus historias de mundos lejanos, donde nada es lo que parece.
Seguro que a estas alturas más de uno/a ya habéis pensado en El laberinto del Fauno, y no os falta razón, ya que Un monstruo viene a verme tiene un corte muy similar a la fantástica película de Guillermo del Toro: infante rodeado de una situación muy difícil que escapa a sus fantasías. Sin embargo, y por desgracia, Un monstruo viene a verme tiene bastante menos que ofrecer como filme.
En esencia, Un monstruo viene a verme es un viaje por nuestros secretos mejor guardados, por ese rincón que tenemos en lo más profundo de nosotros mismos reservado para meter las cosas que no queremos que nadie vea, nunca. Es una historia sobre despedidas y sobre aprender a decir adiós, aligerada por un gigante y sus fantasías, que le ponen un punto de color a un costumbrismo que de otra manera sería tan real como desgarrador.
Sin embargo, el largometraje poco o nada encierra en sus entrañas que nos vaya a sorprender, pues todos los acontecimientos que se desarrollan en él terminan exactamente igual que terminarían en cualquier otra historia costumbrista, es decir, tal y como se espera. De esta manera la cinta nos conduce durante sus 120 minutos a una inevitable conclusión que termina siendo menos emotiva de lo que debería por lo predecible de toda la situación, una verdadera lástima, ya que el camino que los personajes recorren hasta llegar al zenit es, en algunos momentos, realmente digno de ver.
Visualmente la película es intachable, con un buen uso de la fotografía, unos geniales efectos especiales y una animación técnica y artísticamente notable durante las historias del gigante. Sin duda la marca personal de J.A. Bayona impregna todo el filme con su esencia, como ya lo hizo con El Orfanato y con Lo Imposible.
Un monstruo viene a verme es, sin mucho margen de objeción, una buena película, una de esas que nos recuerda que ni los más poderosos pueden hacer nada contra la inevitabilidad del destino, que debemos aceptar la verdad que está dentro de nosotros mismos, aunque duela, y que en Inglaterra llueve todo el puñetero día.
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