Ver No mires arriba (Don’t Look Up) cuando salió en el 2021 en Netflix fue como contemplar la historia alternativa y quizás más real de la novela de ciencia ficción Seveneves. Un meteorito va a estrellarse contra la Tierra y, al contrario que en la novela, el mundo no cree a los dos científicos que descubrieron tal hecho. A partir de ahí, cualquier cosa puede pasar, pero No mires arriba está centrada en la profunda estupidez del ser humano, que en su afán materialista es incapaz de ver el peligro inminente, hasta el punto de convertirlo en un show. En el camino a lograr su propósito, que alguien les escuche, los astrónomos Randall Mindy (Leonardo DiCaprio) y Kate Dibiasky (Jennifer Lawrence) también se verán arrastrados por esa vorágine de irracionalidad, reaccionando cada uno de manera diferente.
La construcción de la película se diferencia precisamente de cualquier otra película de catástrofes en que no hace hincapié en el hecho de que la Tierra corre peligro y hay unos héroes que van a salvarla. Aquí se sabe desde el primer momento que, efectivamente, el mundo va a desaparecer y lo que resta es saber cómo afronta cada uno ese hecho.
Obviamente, una película con tal argumento no puede desaprovechar el hacer una crítica de nuestra sociedad desde todos los puntos de vista posibles. Quizás la más obvia sea la visión que tenemos de los políticos (interpretados por Meryl Streep como la presidenta Janie Orlean y Jonah Hill como su hijo y jefe de su gabinete) más preocupados en su imagen pública que en cumplir sus promesas electorales y/o en ser buenos líderes. Pero no podemos olvidar que ellos usan los medios de comunicación y las redes sociales (centrados sobre todo en los personajes de Cate Blanchett y Tyler Perry) para hacer calar su mensaje y, por tanto, que los receptores son un público que, de tan saturado como está de noticias, impactos audiovisuales y escándalos, es incapaz de discernir entre lo verdaderamente importante y lo superfluo. Y eso es lo que debería de darnos miedo: que nos hemos vuelto insensibles, cínicos, indolentes. Ajenos a todo lo que no seamos nosotros mismos.
El paralelismo entre la Pandemia y el pedrusco estrellándose están también ahí. Han sido (y siguen siendo) unos años muy difíciles para todos. El estrés, el dolor y la ausencia de una zona de confort han sido nuestros compañeros en el día a día. De la misma forma que nuestros protagonistas han ido viendo crecer su frustración a medida que las opciones para salvar el planeta se esfumaban, también nosotros hemos intentado convivir con la ansiedad y la incertidumbre. Y eso genera empatía hacia No mires arriba, hacia su mensaje, hacia sus protagonistas y hacia las decisiones que constantemente se toman y con las que no estamos de acuerdo. Al igual que los científicos, somos marionetas y poder enfadarnos contra alguien o sentirnos libres de culpa es tremendamente liberador.
Así que volvemos a tener sobre la mesa dos puntos de vista. El espectador que se avergüenza de sí mismo porque ve cómo sus propios congéneres manipulan la información para poder estar tranquilos con lo que digieren; y el espectador que quiere poder echarle la culpa a alguien de lo que pasa porque, ¿qué poder puede tener él, infeliz ciudadano de a pie? Pero lo curioso es que en ambas opciones la decisión la tiene el propio individuo. No mires arriba no es sólo un título adecuado para una película, es un mensaje de advertencia a toda la sociedad, ya sean los que manipulan desde el poder de sus puestos de trabajo como los que permiten esa manipulación rascándose la barriga desde el sofá. Es una llamada de atención a la responsabilidad de cada uno.
Adam McKay (La gran apuesta, El vicio del poder) tomó la decisión de realizar No mires arriba no tanto como un drama sino como una sátira social en la que poder tanto desesperarse como reírse de uno mismo. Incluyó la presencia del típico Elon Musk/Jeff Bezos/Mark Zuckerberg de turno que debe surgir en todas las generaciones, ahora interpretado por Mark Rylance, incluyó los fanáticos religiosos, incluyó los negacionistas, incluyó la prensa amarillista, incluyó los famosetes que no saben de nada, pero quieren hablar de todo (interpretados por Scott Mescudi y Ariana Grande) incluyó los patriotas exaltados… incluyó hasta a una presidenta de los EEUU que hacía sugerencias loquísimas (ejem) como respuesta a momentos de crisis. Todos los espectros de la sociedad, de Nuestra sociedad.
Es una buena película. Interpretaciones, ritmo, guion, desarrollo, dirección… poco se le puede achacar a No mires arriba desde el punto de vista formal, menos aún a actores de la talla de Melanie Lynskey, Ron Perlman o Rob Morgan. Suena a película de drama fácil, con su meteorito precipitándose hacia la Tierra y sus personajes rocambolescos, pero en realidad su crítica, su mensaje y su forma de transmitirlo lo acerca a esas películas que podremos revisionar de vez en cuando y que sentiremos que tiene relevancia dentro del séptimo arte porque sí, se aleja de las posturas facilonas para ofrecer incomodidad al espectador. Luego ya veremos lo que ocurre en las galas de premios, pero confío en que cuando la vuelva a visionar siga sintiendo que la cinta me sigue aportando… cosa que será fácil porque, seamos sinceros, la gente es imbécil.