REVOLUTIONARY ROAD: como Casa de Muñecas pero con gritos

Me viene a la cabeza esa canción de Sabina que dice: “y la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido”. En cierta manera uno de los mayores miedos de la gente con aspiraciones es quedarse estancada. No tiene tanto que ver con la ambición y el éxito como con la simple necesidad de sentirse vivos, puesto que, por lo menos terrenal, sólo tenemos una vida y es una lástima desperdiciarla viviéndola de forma absolutamente anodina.

Posiblemente en la cabeza de nuestros dos protagonistas no estuviera la idea de dejar de ser responsables, de tener una casa, sacar a sus hijos adelante y tener un trabajo decente, sino que, mientras hacen todas esas cosas, sean felices por estar haciendo lo que desean, no lo que la sociedad les impone. O quizás es que llegaron a la conclusión de que es imposible sentirse realizado si no se está a gusto con lo que se tiene.

Una vez escuché a un ponente en una conferencia hablar de que, si no hacemos aquello que nos apasiona, la vida no vale la pena; o, en otras palabras, que la vida es demasiado corta para desperdiciarla en cosas que no nos llenan. Puede ser una de las razones por las que yo, la que firma estas palabras, escribo y escribo, aunque a veces tenga miedo de que nadie lo lea. Podría tener trabajos más lucrativos o estables, pero si al final no te llenan…ni siquiera vale la pena planteárselos.

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Así, encontrarse con Revolutionary Road (2008), basada en la novela del mismo nombre, y protagonizada por dos peces gordos como son Leonardo DiCaprio y Kate Winslet en lo que durante años se llamó la “Titanic 2”, vuelve sobre la idea que en prácticamente todos los géneros del cine hemos visto alguna vez: gente insatisfecha con su vida que quiere darle un vuelco. Mejores trabajos, mejores parejas, vidas más estimulantes… desde Anacleto Agente Secreto y Espías en el cine de acción, pasando por La boda de mi mejor amiga en comedia romántica, recordando Eyes Wide Shut en el drama, pasando por muchos de los clásicos de la literatura rusa adaptados a la gran pantalla (sin ir más lejos, Anna Karenina, que guarda un parecido asombroso con Revolutionary Road) y sí, una de las obras de teatro más queridas para mí como es Casa de Muñecas.

Sin embargo, Revolutionary Road es extremadamente visceral, auténtica y, sin duda, amarga, dato este último que quizás provocó que a los americanos no les acabase de convencer la cinta, acostumbrados como están a que las cosas acaben bien, el sueño americano siempre se cumpla y etc, etc. Y es irónico, porque ya no sólo es que la mayoría de sus relaciones no acaben bien (véase el altísimo número de divorcios) sino que hijos, trabajo, casa grande y coche aún más grande sigue siendo el sumun del éxito y la felicidad para muchos de los americanos (y sí, posiblemente para la mayor parte de los seres humanos).

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Y probablemente la clase media, causante del despliegue económico del planeta, sea más que necesaria, pero no puedo más que entender que la gente aspire a ser recordada, que quiera hacer algo más en la vida que lo que parece que la vida le ofrece (no puedo evitar acordarme de: Planta un pino, ten un hijo, escribe un libro), decir, como Jamie Lee Curtis en Mentiras Arriesgadas (1994): sólo quería poder decir “joder, yo hice esto”, agobiada como estaba ante su monótona vida.

Y estas reflexiones también me provocan un sentimiento de rechazo al estilo de “problemas del primer mundo”, pero yo no estoy aquí para juzgar que April y Frank deberían estar contentos por no tener que pasar las de Caín diariamente para su supervivencia, sino reflexiono acerca de la importancia de, dentro de nuestra pareja, tener un proyecto común y cómo esto debería ser compatible con la realización personal de cada uno.

Ignoro si Sam Mendes pretendía mostrar esta misma reflexión que extraigo yo de la película, pero no cabe duda que no es la primera vez que una película suya muestra las miserias de los matrimonios y la importancia de la persona como individuo (recordemos, fue también el director de la brillante American Beauty en 1999), y de cómo, en esa “carretera” que es la vida y que sólo tiene una dirección, siempre va a existir gente a tu alrededor que te tira para abajo (en este film, Kathy Bates, Kathryn Hahn, David Harbour) o te tira para arriba (Michael Shannon).

Un film para soñadores y valientes

El éxito no está al alcance de cualquiera. Los Ángeles ha perdido la cuenta de la cantidad de jóvenes talentosos que intentan abrirse paso en el mundo de Hollywood. Y también ha perdido la cuenta de cuántos de ellos siguen trabajando de camareros porque la cúspide de una pirámide siempre es un espacio muy pequeño.

Musicales como Chicago o La la land nos muestran este mundo desde diferentes puntos de vista, pero está claro que el tema es recurrente y, desde Bar Coyote, pasando por Mulholland Drive, pasando por Tenacious D, tenemos todos los ejemplos del mundo con protagonistas de todo tipo para ilustrar lo difícil que es la carrera hacia el éxito. Y no se trata sólo de nombrar a toda esa gente que intentó triunfar y, según por dónde vaya la película, lo consigue o no; sino que todos esos sueños implican un cambio y lo difícil que es seguir siendo nosotros mismos mientras lo intentamos. ¿Hasta dónde tenemos que llegar para sentirnos vivos? ¿Debían pasar los protagonistas de Revolutionary Road por la infidelidad, la paternidad o maternidad, el cambio de trabajo o el éxito social para sentirse vivos, ya no realizados, sino vivos?

Revolutionary Road nos habla del miedo al cambio, de la incómoda comodidad de la vida cotidiana, de lo que implica luchar por los sueños, de la importancia de remar juntos en la misma dirección y, por supuesto, criticar el estilo de vida americano.

Esto no significa que las vidas anodinas sean malas, ojo. Los mejores amigos de los Wheeler, Milly y Shep Campbell se sienten, en general, a gusto con sus vidas y la chispa que necesitan en su día a día ya la ponen los Wheeler. Dicho de otro modo, su amistad con sus vecinos es lo que da interés y glamour a sus vidas, pero ellos no la necesitan dentro de su hogar.

No es fácil asumir que tu vida no es lo que querías que fuera

Es una cinta amarga, realista, sin pizca de humor y que te pega en la cara con su filosofía y, quizás por todo ello más difícil de digerir para el público medio. No obstante, muy recomendable tanto para aquel que guste de ver ficción más sesuda, como para el que sienta que quiere hacer algo con su vida y también necesite un empujón, sin importarle si conseguirá o no sus metas, sólo poder sentir que su vida no es una mierda.

No sé si es por causa de Revolutionary Road, pero pienso que es posible que lo importante sea simplemente el camino, y la sensación de haberlo intentado; no tanto llegar a cumplir ese sueño americano a la perfección ¿quién dice que ESE tenga que ser TU ideal?, como de haber sido libre mientras luchabas por aquello que te hiciera feliz y de no renunciar a tus sueños a la primera dificultad. Nadie dice que sea fácil, pero, bueno, al final, lo miras y es gratificante. Yo, mientras, seguiré escribiendo y escribiendo.

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Revolutionary Road

8.5

NOTA GLOBAL

8.5/10

Destaca en:

  • Tratamiento de los personajes
  • Los temas que toca, importantes en cualquier momento de la vida
  • La forma en que rompe con el sueño americano clásico
  • Las actuaciones de los dos protagonistas

Podría mejorar:

  • La posible sensación amarga que os dejará en la boca después de verla
  • No hay sorpresas, su guion no deja lugar a equívocos respecto a lo que va a pasar en cada momento.

About Susana "Damarela" Rossignoli

Susana Damarela es fundadora de Generación Friki. Gran apasionada de la lectura y el cine, puede leer un libro cada día de la semana sin despeinarse. Como novelista ha publicado La Ciudad que Olvidamos (2024) y está centrada en la publicación de nuevos títulos. También le encanta el deporte, el rock, las juergas y el kalimotxo. Sus juegos favoritos son el Tetris y el Starcraft II.

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