¿Por qué será que cuando hablamos de los ingleses nos imaginamos tazas de té, chalecos a cuadros y monóculos? Incluso cuando pensamos en el humor inglés, del que The Gentlemen: los señores de la mafia (2020), la nueva película de Guy Ritchie, tiene un montón, nos imaginamos escenas en las que dignos hombres trajeados con bastón hacen un chiste del que sólo pueden reírse, discretamente, el cerrado círculo de personas, adineradas y apuestas, que se encuentran presentes.
Y nada más lejos de la realidad. Es cierto que el humor británico es bastante particular, y más visto desde los ojos de los españoles, que tenemos un humor…digamos que nos reímos de nosotros mismos hasta cuando no deberíamos, y tampoco ayuda mucho el éxito de los Monty Python o de Rowan Atkinson con su Mr. Bean, sin ir más lejos, que nos hacen pensar que el humor inglés es absurdo y algo tonto. Se nos ha olvidado el auge de comedias de acción británicas como la saga Kingsman o la presencia de esta nueva The Gentlemen: los señores de la mafia, en las que se da cita una de las máximas del humor en Gran Bretaña: tómate en serio sólo lo inevitablemente necesario. Máxima que conlleva el evidente axioma de reírse de todo, empezando por uno mismo.
Así pues, lo que parecía una película clásica de mafiosos (y ya sabéis por aquí lo que me encantan las películas de mafiosos) es casi una comedia de enredos en los que la ironía, el saber estar, los lores y ladys ingleses y los juegos de poder se dan cita en una película que nos conquista con su ritmo trepidante, su bien elaborado guion, sus carismáticos personajes, su decente factura técnica y la inclusión, cómo no, del más agudo sentido del humor inglés.
El estilo del director Guy Ritchie, por el cual crea varias tramas que acaban entrelazándose y convergiendo en una gran catarsis, como vimos de forma clara en aquella estupenda Snatch: cerdos y diamantes, se da cita nuevamente en The Gentlemen, donde el detective privado Fletcher (Hugh Grant) explica a Raymond Smith (Charlie Hunnam), la mano derecha del traficante Mickey Pearson (Matthew McConaughey), por qué debe abonarle la cantidad de 20 millones de libras durante lo que es un interminable, aunque agradable flashback. Una trama compleja donde Big Dave (Eddie Marsan), editor de un tabloide, intenta airear los trapos sucios de Mickey, mientras los gansters Lord George (Tom Wu), Dry Eye (Henry Golding) y Matthew Berger (Jeremy Strong) intentan comprar el próspero y estable negocio del mafioso, y muchos canis, (sí, porque existe el cani inglés), drogadictos y aprendices de raperos van creando problemas. ¿Qué puede salir mal?
Un reparto coral estupendo
Inexplicablemente, Hugh Grant es un actor al que voy perdonando con los años lo mediocre que me ha resultado siempre, al ir eligiendo papeles que, sí, están hecho a su medida (y nunca mejor dicho, recordemos su odio por los difamadores), pero resultan interesantes y atrayentes. Él, en su papel del detective privado Fletcher, pone en marcha la maquinaria por la que medios de comunicación, traficantes de alta o poca monta, lores y drogadictos, intentan sacar tajada de la situación inicial: el traficante de marihuana Mickey Pearson quiere traspasar su negocio, para retirarse pacíficamente a vivir la vida junto a su enérgica e inteligente esposa Rosalind (Michelle Dockery).
Si el consigliere Raymond Smith destaca por su silenciosa presencia y sus discursos a lo Samuel L. Jackson en Pulp Fiction, en un papel que recuerda al de la mano derecha de Fisk en la serie Daredevil (¿qué sería de un mafioso sin un consigliere/amigo a su medida?), Jeremy Strong destaca por su papel de multimillonario estadounidense snob que parece que debe ocultar continuamente la salivación que le produce la presencia del dinero y un Collin Farrell, caricaturizado hasta el extremo en su papel de Coach, entrenador-padre-amigo, de todos los descarriados. Sólo cuatro ejemplos del buen hacer de los actores en esta película en el que la cámara termina de guiar sus actuaciones para hacernos sentir completamente partícipes de la acción que se desarrolla. Todo un logro en este séptimo arte plagado de clichés y papeles estereotipados.
Deseando reírme de los hipsters
Los thrillers cómicos suelen ser complicados porque es per sé difícil ofrecer algo nuevo. No es que exactamente sea lo que ofrece The Gentlemen, dado que su fórmula no es nueva, pero cuando las chaquetas de punto y las boinas a cuadros conspiran alrededor de mesas de té con cucos aparadores, sientes que la vis cómica es aún más fuerte. Ese asquete que suelen producir tanto los antiguos lores como los nuevos ricos se evapora al darte cuenta de que son parte de la función, son un elemento más para un nuevo gag divertido.
La ¿doble? moral del traficante de marihuana Mickey Pearson
No se mata. Ni por la droga ni con la droga. Así dicho (a ver, la frase es mía, quedaros con la esencia) suena estupendo. Los beneficios del cannabis y la marihuana son de sobra conocidos y nunca se ha conseguido matar a nadie a base de fumarlo. No obstante, sigue siendo ilegal (por eso es el malo-maloso-Mickey), así que, en una película cuya presencia policial es totalmente inexistente, no es él el malo realmente, sino aquellos que quieren trastocar sus negocios o que venden drogas que matan, como la heroína.
El discurso anti drogas duras es velado, pero está ahí. Puede ser una comedia, pero la gente sufre, muere, las vidas de los jóvenes se apagan, sus futuros se desvanecen, y Guy Ritchie, en su papel también de guionista, debía tenerlo claro cuando quiso sentar las bases del carácter de su protagonista, un hombre hecho a sí mismo, que cambió los ruinosos y paletos campings de caravanas de EEUU por los ambientes pijos de Oxford. Nada como vestir chaquetas de tweed color berenjena para sentirse parte de la aristocracia del país. Nada como visionar The Gentlemen y su fascinante paleta de colores, tanto literal como figurada, para profesar un amor profundo por la película.
Hipócritas, racistas, snobs, yonquis, supervivientes. Una amalgama de culturas y personalidades se da cita en el film de Guy Ritchie para confundirnos. No sabemos si nos encontramos ante una genialidad de película, o ante una ofensiva creación que ataca a todos y cada uno de los tópicos de la sociedad. No obstante, no os paréis mucho a pensarlo o no disfrutaréis de la película, ya he empezado diciéndoos que el humor inglés parte de poder reírse de uno mismo todo lo que pueda. Así que, ofendiditos fuera.