Desde que vi el anime Yuri on Ice me siento más abierta a ver animes o películas que traten sobre patinadores. Quizás es que toda mi experiencia previa sobre películas de patinadores era una película ñoña de sobremesa llamada Ice Princess (Soñando, soñando…triunfé patinando en España) que me tragué porque quería ver cómo actuaba Kim Cattrall fuera de Sexo en Nueva York, o quizás es porque el género nunca me pareció que diera mucho de sí.
Por ello, es estupendo que aparezcan películas como Yo, Tonya (2018) que nos muestren más en profundidad el duro mundo del patinaje artístico, y que se alejen también de esa imagen idealizada que solemos tener aquellos que sólo tenemos contacto con este deporte cuando son las Olimpiadas o cuando nos da por deslizarnos con más o menos gracia en la pista de al lado de casa (en mi caso, literalmente).
Pero aun con todo, un biopic sobre una patinadora que, por resultar demasiado paleta, perdió su oportunidad de brillar en la pista de hielo no resulta tampoco muy atractiva. Estos últimos años hemos tenido demasiados biopics y he llegado a la conclusión de que no todas las vidas de las personas son tan interesantes como para contarlas en una película peeero que con cierto esfuerzo de guionistas y directores pueden salir cosas curiosas. Así, El instante más oscuro, sobre Winston Churchill, resultó muy entretenido e instructivo, mientras que la historia sobre Jackie Kennedy resultó bastante aburrida. La lista últimamente ha sido larguísima (El gran showman, Sully, Figuras Ocultas, Big Eyes, The imitation game…) pero las que más me recuerdan a Yo, Tonya son la película del año pasado protagonizada por Jennifer Lawrence llamada Joy y la protagonizada por Julia Roberts, Erin Brockovich (2000).
Estas películas en particular tienen todo eso que les encanta a los americanos, que es recordarse su “Sueño” a través de historias de superación de personajes variopintos estadounidenses. No hablamos de ese “basado en hechos reales” que impregna todas las películas que se hacen, sino más bien ese personaje con el cuál quieren que cualquier americano pueda identificarse.
Con Yo, Tonya esta identificación puede hacerse de una manera casi perfecta. Por mucho que veas el biopic sobre Gandhi o sobre William Wallace, o sobre Stephen Hawking, sólo podrás admirarles desde la lejanía y sentirte un poco miserable porque, en tu día a día, será raro que puedas enfrentarte a lo que ellos pasaron. Pero Tonya, con toda su ambición, su mala educación, sus sueños y su miserable vida, es el reflejo de muchas de nuestras vidas: una persona normal y corriente que quiere salir adelante y que no le queda más remedio que luchar y seguir avanzando para conseguirlo.
No encajaba con el ideal americano
Lo que diferencia a Yo, Tonya de todas esas películas de princesitas o de adorables jovencitas que persiguen su sueño (y el cine yanqui está llena de ellas) es que es justamente su perfil lo que hace que sea rechazada. Ella no responde al ideal americano de patinadora; es mal hablada, con cero empatía, carente de elegancia y buenas formas…alguien a quien te da miedo presentar en público porque no sabes por dónde te va a salir.
Esta situación genera en la película los temas más importantes a debatir. Por un lado, el debate sobre los favoritismos en el deporte de élite, por otro, el bajo nivel educativo de cierta parte del pueblo americano y el actual tema de la violencia de género.
Tonya era una deportista de élite, una de las grandes promesas del patinaje artístico estadounidense con muchas papeletas para participar y ganar en los Juegos Olímpicos en la década de los 90. Si bien todos conocemos deportes que requieren inversiones de dinero bastante grandes (polo, golf, esquí, equitación…) y que acaban siendo patrimonio de los más pudientes, Tonya se sentía discriminada porque su escaso estipendio no la permitía estar a la altura de las demás patinadoras. No obstante, hacía oídos sordos a su mayor problema y la verdadera razón de que los jueces, que debían haber sido más imparciales, le restaran nota en las competiciones: su agresivo e incontrolable carácter.
Por mi experiencia personal, la competición a nivel profesional genera muchas inseguridades. No obstante, no sé si por el tipo de deporte que yo practicaba (artes marciales, más rudo) o por el que practicaba Tonya (patinaje, más elegante), las inseguridades pueden verse más marcadas si te ves obligada a adoptar un rol con el que no te sientes identificada (como es el caso de la protagonista).
En el caso de Tonya, y enlazando con el segundo problema, se juntaba además el hecho de su bajo nivel educativo. Las personas como ella reaccionan de manera violenta cuando se sienten atacadas, y la forma verbal, que es la que ella no domina, se ve sustituida por los insultos y las palizas.
Esto explicaría, y enlaza con el tercer problema, el tema de la violencia de género. Jeff, el marido de Tonya, hace uso de la fuerza bruta cuando se queda sin recursos lingüísticos con los que argumentar. El hecho de que Tonya, pese a su fuerte carácter, acepte los maltratos, tanto de Jeff como de su madre, como una forma de educación, no hacen sino sostener la teoría de que la película quiere mostrar que hay mujeres que, al sufrir maltratos en su día a día, lo ven como algo habitual y no lo sienten como un impedimento para que esté ligado al amor, llegando a considerarlo como una forma más de demostrar afecto.
Pero no todo son cosas malas, por supuesto. El hecho de que Tonya tenga tantas simpatías entre el público se debe precisamente a su carácter tan auténtico. En la lejanía, en alguien famoso, las excentricidades están permitidas y hasta gustan. De alguna manera, responden a las palabras de Lope de Vega en su Arte nuevo de hacer comedias, cuando escribía los versos aquellos: Y escribo por el arte que inventaron / los que el vulgar aplauso pretendieron / porque, como las paga el vulgo, es justo / hablarle en necio para darle gusto.
Aunque esto, por supuesto, dice bastante de quiénes eran los que simpatizaban con Tonya.
Siguiendo en esta última línea, aquello que dice la película de que la gente necesita a alguien a quien amar y alguien a quien odiar es posible que sea cierto, pero la experiencia creo que a todos nos ha demostrado que es más fácil amar a alguien agradable que a alguien desagradable. Ser auténtica, en el caso de Tonya, también la hace tener mal carácter, ser palabrotera y ser, en general, un mal ejemplo.
La entrevista se ha puesto de moda
Respecto a la forma de contar la historia, uno de los recursos que facilitan narrar los sucesos es mediante la entrevista. Es un recurso complicado de hacer y que quede bien. Entrevista con el vampiro lo realiza de forma magistral, siendo las melódicas palabras de Louis un acompañamiento para todo ese universo. La serie Los Soprano hace uso de las entrevistas como recurso narrativo, añadiendo tanto comicidad como tragedia. La película Jackie, sin embargo, aburre con su continuo uso de la entrevista que deriva en más monólogos de la actriz. Sin embargo, en Yo, Tonya, lo que podría haber resultado un abuso de las entrevistas realizadas a los diferentes personajes da realismo a las escenas mientras te percatas que la película podría haber funcionado igualmente bien sin ellas. Esto no hace sino aportar riqueza visual y de contenido a la historia.
Las actuaciones
Como pasa con muchos biopics, la fuerza interpretativa está en la protagonista, en este caso interpretada magistralmente por Margot Robbie. Afortunadamente, el peso de la historia se completa de forma muy satisfactoria con los personajes de su madre LaVona Fay Golden (Allison Janney), su marido Jeff Gillooly (Sebastian Stan) y el amigo de su marido, Shawn Eckhardt (Paul Walter Hauser).
Sin duda, en una película de diálogo, y más aún si es un film biográfico, es fundamental que las actuaciones sean convincentes. El realismo con el que los actores retratan, no sólo la historia de Tonya y sus allegados, sino el ambiente en el que están inmersos, con su decadencia, su sencilla visión de las cosas y ese estilo de vida tan redneck, hacen que dejes de pensar en un biopic para pensar en historias y personas de carne y hueso.
En términos generales, Yo, Tonya se merece varios de esos Oscars a los que está nominada este año. Con un buen ritmo, una excelente dirección y unas actuaciones estupendas, resulta un entretenimiento formidable tanto para los que busquen una historia entretenida como para los que quieran escarbar un poco más.
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