Con algunas series no se trata de si han envejecido bien o mal, en si nos sangran los ojos viéndolas o si su calidad sigue incólume. Cuando volvemos a verlas queremos retornar a las sensaciones que nos embargaron. La ristra de series se nos hace infinita, desde Cheers, hasta Salvados por la campana, pasando por Cosas de Casa o Aquellos maravillosos 70. Volvemos a la niñez y al casposismo y por regla general acabamos encantados. Pero aparte de la gracia de disfrutar de un mero entretenimiento, hay series que consideramos atemporales, como Friends, o que sentaron cátedra, como Los Soprano y yo volví a verme El Príncipe de Bel-Air (1990-1996) pensando, ¿por qué disfrutaba tanto con el insoportable personaje de Will Smith?
Así es. He disfrutado ahora más de personajes como la prima Hillary (Karyn Parson) o el mayordomo Geoffrey (Joseph Marcell) que con el propio protagonista, quien es probablemente el personaje que peor ha envejecido de la serie. Yo he nacido y me he criado en España, desconozco el carácter de los jóvenes estadounidenses en general y de la comunidad negra de Filadelfia en particular, así que, si en su momento me costó entender la personalidad tan histriónica y desfasada de Will, tan irreal y exagerada hasta para la televisión, más me cuesta ahora al revisionar la serie no contener mis ganas de dar un guantazo con la mano bien abierta al protagonista por sus conductas tan tontas.
El Príncipe de Bel-Air tenía tramas tan costumbristas como variadas. Travesuras, conflictos, discusiones familiares, anécdotas que podían ser tanto divertidas como trágicas…y siempre el “adolescente” Will metiéndose en líos de faldas, haciendo enfadar a su tío Phil (James Avery) y a su primo Carlton (Alfonso Ribeiro) con estúpidas bromas sobre la gordura y calvicie de uno y sobre la altura y esnobismo del otro. Un personaje que acudía al caca-culo-pedo-pis y que sin embargo no sólo no era censurado, sino que era admirado por todos. Puede que sea una serie de ficción (basada por cierto en hechos reales) pero el ejemplo que daba en su momento ya me parecía terrible, así que puedo entender que a día de hoy ni se nos pasara por la cabeza comportarnos así.
Esto es así porque a día de hoy no podría crearse para el mundo televisivo un personaje tan machista como el de Will Smith, hablando y comportándose de la forma en que el joven lo hacía con las mujeres. No se trata de las tonterías y bromas que cualquiera podemos tener con nuestras parejas, payasadas que hasta encontramos tiernas cuando las hace alguien a quien queremos; es que la infinita fila de despampanantes e irreales niñas-mujeres que desfilaron durante las 6 temporadas que duró El Príncipe de Bel-Air aguantaban situaciones casi de acoso (¿se os ha olvidado cómo se acercaba a bailar?) y actitudes que resultaban de todo, menos de galante admirador. Mi experiencia con la serie, que tan nostálgica me parecía, se empañaba con algo que a mi alrededor calificaban de “es que era lo que hacía gracia en aquella época” y que yo cuestiono pues no recuerdo ninguna serie con un personaje tan histriónico y payaso.
Pero dejando de lado esta cuestión del personaje de Will Smith (interpretado, todos los sabemos, por Will Smith) que puede que no preocupe a muchos, la serie de El Príncipe de Bel-Air trataba temas realmente importantes de forma continua. El trabajo del tío Philip, primero como abogado y después como influyente juez, hacía que los temas legales se tratasen una y otra vez y, frente a ellos, la madurez, la responsabilidad, el racismo o la discriminación, todos ellos temas de gran importancia en una serie que trata de cómo un chaval (o 5, si incluimos a los 4 primos del protagonista) crecen y se convierten en personas de provecho.
Los 80-90 fueron la gran época de las sitcom, comedias del día de día, de enredos, de personajes que veías crecer con cada temporada que pasaba y con los que podías tener tus mini sesiones de empatía. Una fórmula de éxito asegurado que se ha repetido a día de hoy sólo en contadas ocasiones (Cómo conocí a vuestra madre, The Big Bang Theory y poco más) y que muchas veces se terminaba por no saber cómo continuarla. Uno de los grandes problemas de las series todavía a día de hoy, pero que con El Príncipe de Bel Air se siente con bastante fuerza.
Yo desconozco las razones por las que la serie finalizó, es un tema que no me suele importar, pero sí que es cierto que notaba que la serie terminaba de forma abrupta, sin dar realmente un final al protagonista y eso me ha llevado a pensar, ¿y si el objetivo de la serie era decirle al personaje: “y ahora, vuela”?
Tras cómo terminó la 5ª temporada me parecía absurdo cómo empezaba la 6ª y el rumbo que tomaba. Era como un reinicio que no podía arreglarse en una sola temporada y que no aportaba nada a la trama, un Will Smith que de repente volvía a ser un crío, como si todas esas vivencias en Los Ángeles, con una familia estructurada que le apoyaba, no hubieran servido para hacerle madurar, pese a las tiernas escenas en las que el tío Phil y Will se sinceraban respecto a sus sentimientos.
No obstante, pese a lo mal que puede haber envejecido, El Príncipe de Bel- Air ha aportado a la cultura popular momentos muy míticos que a día de hoy se siguen recordando y un doblaje al castellano maravilloso con expresiones como “pa´ habernos matao´” que no tiene precio. No recordamos el machismo de Will, los momentos de vergüenza ajena del protagonista, ni lo sosa que era la segunda tía Vivian, ni lo absurdo de incluir un crío en la 4ª temporada, sino que nos quedamos con el baile de Carlton, el saludo de Jazz y Will, el tío Phil echando a Jazz por la puerta, así como algunos capítulos muy míticos que no nos importa visionar de manera aislada.
Es una pena pensar que El Príncipe de Bel-Air a día de hoy no habría podido existir como serie. Tiene cosas muy buenas que son las que la convierten en una serie de culto y supongo que también la razón por la que hay una película (Bel-Air, 2019) homenaje, o que recientemente se estrene un especial sobre el elenco. Más productos llegan de El Príncipe de Bel-Air y eso sólo proviene del cariño que se le tiene a la serie. Simplemente mi reflexión viene por lo que pudo ser y lo que finalmente fue, que no, que esta vez no fue fruto de la época en la que se realizó, sino de una serie de desafortunadas decisiones.