No es la primera vez que una adaptación de una obra de Terry Pratchett llega a la pequeña pantalla. De hecho, entre películas, videojuegos, ¡teatro!, animación o las susodichas series, Terry Pratchett, quien desgraciadamente nos dejó hace apenas 4 años, puede sentirse orgulloso del alcance de sus libros. Puede que no todas las adaptaciones dieran buenos resultados, pero sin duda no es el caso de Good Omens (Buenos presagios, 2019) que, en sólo 6 capítulos (y parece que se quedará así) destila todas las cualidades por las que destacaba el mismo Terry: sátira, fantasía, humor, excentricismo, y sí, teología y filosofía.
Estamos hablando de la primera adaptación póstuma de una obra de Pratchett que, de forma anómala (aunque no exclusiva, colaboraría también con Gray Joliffe o Stephen Baxter), escribió en 1990 de forma conjunta con el célebre escritor de fantasía Neil Gaiman (sí, el de American Gods) y que, por petición expresa de Pratchett en su testamento, Gaiman se vio obligado a terminar de guionizar y grabar. A través de Amazon podemos disfrutarla desde hace apenas unos días. Y no podría alegrarme más.
Ambientada en la época actual, la historia nos cuenta las peripecias del irascible demonio Crowley (David Tennant) y del refinado ángel Aziraphale (Michael Sheen) por evitar la venida del Anticristo sobre la Tierra, la batalla entre Cielo e Infierno y, en definitiva, el Apocalipsis. Para dos inmortales acostumbrados a la vida terrenal la mejor forma es tutelar al Anticristo, aún un niño, para influir en sus futuras decisiones. Un cambio de bebés hace que Warlock, el que creen hijo de Satán, crezca de forma normal, mientras que la encarnación del Mal, Adán (Sam Taylor Buck) crezca de forma anónima en un pueblecito ingles típico, siendo de carácter tierno, ecológico y amistoso.
Mientras, los cazadores de brujas Newton Pulsifer (Jack Whitehall) y Sargento Shadwell (Michael McKean) se huelen que algo raro está pasando, al igual que Anathema Device (Adria Arjona), bruja de ilustre estirpe. Por supuesto, tiene algo que ver que los ejércitos celestiales e infernales se estén preparando para la batalla y que se hayan enviado a los Cuatro Jinetes del Apocalipsis a hacer de las suyas en la Tierra.
Con el humor ácido por bandera
La serie mantiene el tono fresco e irónico de las producciones estilo La guía del autoestopista galáctico u otros libros de Douglas Adams o las películas de los Monty Python, con esa voz en off de tono tan inglés, refinada y cínica, que ya pudimos disfrutar en la adaptación televisiva de American Gods y que aquí interpreta la genial Frances McDormand en su papel de Dios.
El plato fuerte de la serie es sin duda su humor, original y mordaz, sólo ligeramente irreverente si nos centramos en el aspecto religioso, acentuado por unas actuaciones brillantes en las que el peso del guion cobra una especial importancia, habiendo sido simplificado un poco con respecto al libro. Ello no significa que nos encontremos ante una obra densa, puesto que el ritmo fluido, divertido y lleno de acción nos sumerge en un tipo de Apocalipsis para el que ningún espectador (excepto el avezado lector de las novelas de Terry Pratchett) está preparado.
A eso se le llama comerse la pantalla
Como tampoco estamos preparados para la estupenda sinergia que se da entre los dos protagonistas, Crowley y Aziraphale quienes, tras 6000 años (año arriba, año abajo) conviviendo, y mal que les pese a ellos dada su diferente naturaleza, entablan una profunda amistad con tintes de aquello que llamamos “bromance”.
Y muchos han sido los bromances que hemos visto en el cine (yo siempre pongo como ejemplo la relación entre Frodo y Sam); sin embargo, suelen darse entre hombres que, a la postre, tienen afinidades, son complementarios o comparten hobbies. En el caso de Good Omens, no podríamos encontrar seres más opuestos que un ángel y un demonio, cuya relación como representantes de Cielo e Infierno es lo que les hace estar en continuo contacto. Su bromance surge de la necesidad de una alianza al margen de lo que desean sus jefes (Jon Hamm como Arcángel Gabriel y Anna Maxwell como Beelzebub) e incluso ellos mismos, haciendo que la interacción entre los dos personajes sea auténtica, sincera y, finalmente, acaben entendiendo la importancia que el otro tiene en su vida. El resultado es que, sin renunciar a lo que son, acaban disfrutando de lo mejor que les ofrece el otro.
Así, Good Omens nos ofrece involuntariamente una moraleja que aceptamos de buen grado: la amistad te la encuentras donde menos te la esperas, y puede ser más gratificante de lo que nunca te habías imaginado. Los valores que muestran ángel y demonio nos acercan a los matices grises (nadie es siempre bueno, nadie es siempre malo) donde el bien común y el amor que se siente por el otro son más importantes que el placer propio. Así, frente a sucesos tan importantes como el Apocalipsis donde las fuerzas del Bien y del Mal planean a nivel cósmico, la serie destaca valores como disfrutar de los placeres cotidianos, de la amistad sencilla de un buen amigo, de la lealtad, la nobleza o de la valentía, mientras intenta hacernos recordar el valor inherente de la humanidad como ser vivo.
En definitiva, nos encontramos ante una serie muy bien dirigida por un inspirado Douglas Mackinnon, con unos valores de producción muy satisfactorios que inciden en mostrarnos no tanto unos efectos especiales complejos (destacar sobre todo los del último capítulo), sino una fotografía, vestuario, y caracterizaciones tan fluidas como el ritmo de la trama, que nos ponen en situación en cuestión de segundos, creando un universo rico en matices.
Una serie divertida, sin complejos, que no pretende tampoco darnos lecciones de metafísica o teología, teniendo su máximo exponente en ese sentido en la crítica que se hace del Bien y el Mal a través de los dos protagonistas que cuestionan las órdenes y aquello que es “inefable”; pero que sí que nos deja con la sensación de que, tal y como llevamos el mundo, el fin del mundo está cerca. Eso sí, si realmente va a llegar el Apocalipsis, espero que me pille cerca de Crowley y Aziraphale, así me aseguraré de que sea divertido.
Un comentario
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