La historia del cine (del mismo modo que la Historia con mayúsculas) se define por la dialéctica entre líneas de fuerza que confluyen en un evento de tal magnitud que se convierte en un cambio de paradigma. La aparición del sonoro. La aparición de la televisión. Tiburón, Star Wars y la creación del blockbuster moderno. Los Soprano y la tercera edad de oro de la televisión. Juego de Tronos. Netflix y la masificación del sistema de streaming.
Netflix nació en 1997 creada por Reed Hastings (matemático y ex – miembro del Cuerpo de paz) y Marc Randolph (empresario de software en Silicon Valley). En su origen, Netflix operaba como un videoclub online que enviaba los VHS por correo postal. El servicio contaba con una peculiaridad muy atractiva: sus clientes podían puntuar las películas que alquilaban. Este modelo de negocio (que hoy puede parecernos desfasado) acabó con la todopoderosa cadena de videoclubs Bluckbuster.
En 2007, la empresa introdujo la posibilidad de visualizar su catálogo en streaming. En 2013, Netflix lanzó por todo lo alto su primera producción original: House of Cards, comandada nada menos que por David Fincher. Esto supuso un cambio definitivo (para bien y para mal; más para mal que para bien) en el paradigma de consumo.
La irrupción de Netflix lo cambió todo.
HBO (y sus seguidoras en la ola de la tercera edad de oro, como Showtime o AMC) mantenían un modelo de programación, digamos, tradicional: la emisión de un episodio semanal en un franja horaria muy definida. Netflix, en cambio, desechó ese modelo de consumo.
Todavía se discute que papel jugó el big data (estrategia de marketing construida a posteriori o herramienta efectiva) a la hora de reunir a dos personalidades tan rentables como David Fincher y Kevin Spacey en un nuevo proyecto; pero el caso es que el 1 de febrero de 2013, Netflix estrenó todos los episodios de la primera temporada de House of cards. A la vez y en streaming.
Y el mundo cambió para siempre, otra vez. El resto es historia: Narcos, Stranger Things, binge watching, Élite, La Casa de Papel.
Mientras tanto, los responsables de Juego de Tronos se enfrentaban a la más difícil de las papeletas: cómo no morir de éxito. Pero sin saberlo, HBO iba a contribuir de manera decisiva en el desarrollo de la “era del contenido”.
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La tercera temporada de Juego de Tronos se desarrolla en las Tierras de los Ríos y se centra en el final de la Guerra de los Cinco Reyes. Después del Aguasnegras, Robb Stark y Stannis Baratheon están perdidos, aunque todavía no lo saben. Los dos articulan el principal leitmotiv de la serie: el amor es la muerte del deber.
Aunque el amor de Robb por Talysa (Oona Chaplin) y el de Stannis por Melisandre sean muy distintos, el final de ambos hombres será a la postre el mismo.
Perdida en los bosques de las Tierras de los Ríos, Arya se encuentra con la Hermandad sin Estandartes, uno de los nuevos elementos más atractivos de esta temporada. Comandada por Beric Dondarrion (Richard Dormer) y por Thoros de Myr (Paul Kaye), la Hermandad se compone por forajidos y desertores que luchan por salvar al pueblo en mitad de la guerra. Una suerte de renovación de los Hombres Alegres de Robin Hood.
Es bien conocida la afición de los escritores anglosajones por convertir en héroes a forajidos (Dick Turpin, Robin Hood, el propio Arturo), pero, como siempre, el tratamiento del tropo por parte de Martin va un poco más allá, escarba un poco más profundo.
La Hermandad sin Estandartes es en realidad un grupo conversos a la fe de R´hllor. No dudan en cometer tropelías (como vender a Renly o secuestrar a Arya), si el fin de sus medios es la conquista del oro. La excusa es, así fue y será, que el oro les permite continuar la lucha; no se dan cuenta de que la maldición del oro es el origen de la lucha.
Mientras tanto, más allá del Muro, Jon Nieve conoce a Mance Rayder (Ciarán Hinds, quien ya interpretó a Julio Cesar en Roma) y se une a los salvajes, aunque en su interior surge la duda: ¿no será la unión entre salvajes, norteños y sureños la única posibilidad de sobrevivir a la guerra contra los caminantes blancos?
En Essos, Daenerys conquista las ciudades de Astapor (en una de las mejores secuencias de la serie, y eso es decir mucho), y Yunkai. A su corte se unen Barristan Selmy (Ian McElhinney), Missandei (Nathalie Emmanuel), Gusano Gris (Jacob Anderson) y Daario Naharis (Ed Skrein), todos ellos muy importantes en el futuro de la serie.
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Volvamos a las Tierras de los Ríos. La tercera temporada de Juego de Tronos también se centra en el camino de redención de algunos de sus más icónicos villanos. Esta redención pasa, como no podía ser de otra manera, por la aplicación de un sufrimiento desmedido.
Jaime Lannister pierde una extremidad a manos (y perdonen el chiste) de Locke (Noah Taylor; Vargo Hoat en los libros). Siguiendo su historia aprenderemos, como siempre, que la verdad está oculta muchas brazas por debajo de lo que a simple vista se percibe.
Por otro lado, la redención de Theon (torturado y mutilado salvajemente por Ramsay Bolton – Iwan Rheon) y El Perro (quien rescata a Arya de la Hermandad sin Estandartes) todavía tardará unas temporadas en completarse.
La redención es el tema que vertebra esta tercera temporada.
Y ahora sí. Ha llegado la hora de ponerse en pie y aplaudir una de las filigranas de guion mas aplaudidas de la historia de la televisión: la Boda Roja.
¿Las claves de este arriesgado pero a la postre exitoso movimiento? El uso eficaz de una de las máximas de la escuela norteamericana de guion: el final de una trama debe ser tan inesperado como inevitable.
En un segundo visionado de la serie, el espectador puede percibir la maestría con la que los guionistas del show mostraron y a la vez ocultaron las semillas que conducirían a la caída de Robb Stark y su casa.
Que esta caída sea ejecutada por norteños (quienes hasta este punto de la serie podíamos considerar como “los buenos”, a pesar de las atrocidades que los habíamos visto cometer) solo redondea una jugada maestra. Benioff y Weiss no quisieron diluir el golpe de la Boda Roja convirtiendo a Cat Tully en Lady Corazón de Piedra.
Mencionaba más arriba la importancia de HBO en la “era del contenido”. Tanto impacto había tenido la Boda Roja en los lectores de los libros que muchos decidieron grabar a sus amigos (seguidores de la serie, pero no lectores) mientras veían el capítulo.
Podemos encontrar aquí un antecedente necesario de las prácticas de los contemporáneos creadores de contenido. Muchos de ellos todavía acostumbran a subir “vídeos de reacciones en directo”.
La tercera temporada de Juego de Tronos fue nominada a dieciséis premios Emmy. Acabaría llevándose cuatro. El episodio Las lluvias de Castamere (3×09) ganó el premio Hugo a Mejor Presentación Dramática.
Así, HBO encaraba la cuarta y (a juicio de este humilde escriba) mejor temporada de Juego de Tronos.
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