Un hombre se despierta al anochecer. Mientras se fuma un cigarrillo con medio cuerpo fuera de la ventana mira cómo el cielo va oscureciéndose y sombras furtivas van adueñándose de la ciudad. Ese hombre tiene un restaurante que abre a las 0:00 y permanece atendiendo a pintorescos y diversos clientes hasta las 7:00. Es la historia del dueño de La Cantina de Medianoche.
Hubo un tiempo en que yo fui como ese chef. Trabajaba de noche y cogía el coche para ir a trabajar cuando la gente se iba o a dormir o de marcha. Como decía la Sacerdotisa Roja, “La noche es oscura y alberga horrores”, pero también traía historias fantásticas y dignas de ser contadas. La Cantina de Medianoche (Midnight Diner, 2009-2019) nos cuenta en cada capítulo la historia de una o dos personas. Agridulces historias, algunas con final feliz, otras no, pero que nos llenan el corazón de paz, de melancolía o de reflexiones sobre las que pensar.
La comida como vehículo conductor de la historia
Es el estilo japonés de contar las cosas. La Cantina de Medianoche usa el entorno de la rica y variada gastronomía japonesa para contar las historias de los parroquianos. Cada plato que prepara El Maestro está relacionado con alguna vivencia del protagonista de la historia en particular, siendo muchas veces el vehículo conductor de la misma, y otras veces sólo un acompañante de la trama, cual observador pasivo. Las menos, podríamos considerarlo un Macguffin.
Para todos aquellos que conocemos la cultura nipona no nos extraña este entorno tan particular (un izakaya de 12 asientos en el distrito de Shinjuku donde todo tipo de trabajadores nocturnos se dan cita para pedir: “Maestro, ¿tienes ingredientes para prepárarme tal o cual plato?”) ya que la comida es un componente muy importante en la vida diaria de los japoneses. El mimo con el que cocinan, la importancia de los tiempos, los olores, los sabores y todo el ritual que rodea tanto a la comida en sí como lo que se podría llamar el arte de comer, propician que no sean historias contadas en un restaurante porque, claro, en algún sitio tenían que ocurrir, sino que, como ya he dicho, la comida es el vehículo para que los problemas de cada comensal salgan a la luz.
Así, tenemos 5 maravillosas temporadas de La Cantina de Medianoche (durante las dos primeras temporadas con la coletilla añadida de Historias de Tokyo) con capítulos de 20-25 minutos autoconclusivos en los que la dinámica es siempre similar: el chef, conocido simplemente como Maestro, prepara alguna especialidad japonesa, ya sea por iniciativa propia o por petición de un parroquiano. Este plato está hilado de una u otra manera a la historia del cliente, que siempre se resuelve de manera inesperada. Pese al tono alegre que suele tener la trama, aderezada muchas veces con las conversaciones divertidas que mantienen los habituales del restaurante, no todos los finales son felices, adoptando algunos los tintes dramáticos de los que ha estado bañada la historia, y dando como resultado un tono melancólico.
Y es que la melancolía también suele ser un componente habitual en las historias japonesas. En La Cantina de Medianoche este sentimiento suele generarlo la comida, que es evocadora, cálida, recuerda tiempos mejores, y que nos transporta, ya sea por medio de flashbacks o conversaciones del protagonista al origen de su problema; aunque también puede ser generada por la propia historia en sí.
El Maestro funciona como una suerte de Señor Miyagi que a veces da consejos, es testigo de las historias y alivia los problemas a través de su cocina y de una escucha activa. También a él lo recorre un halo de melancolía no resuelta dado que nunca se sabe nada de su pasado ni se trabaja su presente. Está interpretado magistralmente por Kaoru Kobayashi y es el único personaje que aparece en todos los capítulos.
Frecuentan el restaurante otros personajes, algunos clientes habituales y otros que sólo aparecen cuando la trama tiene que ver con ellos. Es frecuente que estas mismas historias involucren a los primeros cuando aparecen los segundos, lo cual crea una hermosa sensación de unidad, como si la cantina fuera un microcosmos lleno de magia donde todo puede ocurrir.
Nunca pasa nada bueno después de las 02:00
Esta frase estaba incluida en un capítulo de la serie Cómo conocí a vuestra madre y, aunque estaba contado en clave de humor, no dejaba de tener algo de verdad. Algo tiene la noche, con sus luces y sombras, que aúna tres elementos: fiesta, problemas y melancolía. Todo ello genera tantos buenos recuerdos como malos, pero en el universo japonés creado en La Cantina de Medianoche deja siempre una lección de vida de corte filosófico, pero siempre adaptada al día a día, que no dejará a nadie indiferente.
Uno de los problemas ante los que se suele enfrentar la gente cuando visiona productos orientales es el ritmo lento de las historias y la complejidad de las enseñanzas. Afortunadamente, La Cantina de Medianoche es capaz de equilibrar perfectamente estos dos aspectos para dejar un sabor de boca muy agradable y que merece tanto las 5 temporadas que le han brindado de la mano de Joji Matsuoka, como las dos películas posteriores y, por supuesto, el éxito que tiene el manga del mismo nombre en el que está basada, obra de Yaro Abe.
Un estudio de la sociedad japonesa
La Cantina de Medianoche pretende ser precisamente eso, un retrato amable y multidiverso de la sociedad japonesa. Salary man, bailarinas, yakuzas, taxistas, estudiantes o barmans… todos tienen cabida en el pequeño izakaya del Maestro y todos son atendidos con amabilidad y, en medio de ese entorno de paz, nos cuentan sus problemas que, contra todo pronóstico, no por menos cotidianos resultan menos interesantes. Si los personajes resultan a veces un poco estereotipados no se le puede reprochar precisamente por eso, porque son humanos que pretenden mostrarnos que, ya sea de día o de noche, en oriente o en occidente, los problemas son comunes a todos los hombres.
Y como son comunes a todos los seres humanos, se trata sin duda de una serie costumbrista y ataca los problemas habituales: amor, trabajo, familia, dinero… pero, como se trata a su vez de una serie con un gran componente melancólico, trabaja sobre todo el tema de la soledad consiguiendo transmitirlo al espectador de manera magistral, sin por ello hacer perder la dignidad de la persona que, de madrugada, acude en solitario a un bar nocturno a llorar sus penas al camarero. ¿Nos suena? Porque os aseguro que cada capítulo de La Cantina de Medianoche es belleza, es respeto y es delicadeza. ¿Qué me ha conquistado esta serie por todo esto? Y por mucho más, lo que daría yo por tener un rincón así en Madrid donde siempre me espera un chef que está dispuesto a escuchar mis problemas sobre el amor y los sueños perdidos, todo aderezado con algún plato que reconforte el corazón. Lo que yo llamo “Un bar de viejos de toda la vida”. Vamos, vendido.
La Cantina de Medianoche
Destaca en:
- Nunca se hace pesada, monótona o repetitiva.
- No tiene actuaciones espectaculares, pero sí convincentes.
- Es estupenda para conocer algo más la gastronomía japonesa.
- Qué delicia volver a ver Shinjuku de noche.
Podría mejorar:
- Pocas pretensiones, son capítulos autoconclusivos que muestran belleza y calma.
- La sencillez de algunas historias hará que os parezcan poco interesantes.