A estas alturas da la sensación de que hablar de la temporada 4 de La casa de papel no tiene mucho sentido. Con esto de la cuarentena devoramos las series y me he encontrado pocos que se hayan cuestionado si valía o no la pena invertir su tiempo en seguir viendo una serie que, al término de su primera temporada (partes 1 y 2), daba la sensación de que no tenía mucho que seguir aportando. No obstante, el fenómeno mundial que supuso, no su lanzamiento, sino su inclusión en el catálogo de Netflix, ha provocado que mucha gente quisiera hacer un montón de dinero contando más de lo mismo. Y así, nos encontramos en su momento con otro arco argumental, otro atraco y una temporada 2 / parte 3, seguida ahora de una temporada 2/parte 4 y que sí, dará paso a una temporada 2 / parte 5 en la que a saber si ya se detienen.
¿Y qué es más de lo mismo? Pues atracos, huidas, peleas, giros de guion, mucha violencia explícita y, sobre todo, mucha pasión en las interacciones entre los personajes. Este último detalle es la fórmula que ha hecho que millones de espectadores hallamos seguido viendo esta serie con interés, ese punto casi de culebrón, porque, ¿cuándo hemos visto una película o serie donde los atracadores no sean fríos y calculadores, dando esa imagen de perfectos profesionales? Pienso en la saga de Ocean Eleven, o en El Golpe, o incluso en Prison Break, y aunque las cosas se vayan de madre los protagonistas mantenían siempre el tipo. En La Casa de Papel parecen todos disfuncionales, incapaces de seguir órdenes, nulos para mantener a raya sus emociones y sí, por supuesto, no entendiendo que las relaciones personales hay que dejarlas fuera.
Pero es precisamente esa idea de “familia” la que hace que te encariñes con todos. Y la serie lo hace muy bien. Personajes carismáticos con problemas mundanos, con traumas, con personalidades tan trabajadas que sientes con intensa fuerza miedo, asco, rabia, ternura, empatía, hacia cada uno de ellos. Pueden gustarte más o menos (yo sigo odiando a Tokio con todas mis fuerzas, pero Úrsula Corberó hace un papelón), pero el fantástico elenco hace que prácticamente te olvides desde el minuto uno que son ladrones cometiendo crímenes.
Y para seguir hablándonos de estos personajes y sus motivaciones nada mejor que volver a los flashbacks. Sabemos así más de El Profesor (Álvaro Morte), de Berlín (Pedro Alonso), de Bogotá (Hovik Keuchkerian) y de Palermo (Rodrigo de la Serna) aclarando en cada momento lo que los guionistas de La Casa de Papel consideran necesario explicarnos. El punto negativo de todo esto es que apenas avanza la trama, suceden pocas cosas y, aunque al usar los mismos recursos narrativos y el ritmo enardecido no se nota tanto, algunos la sentirán una cuarta parte que funciona a modo de relleno.
Estos recursos narrativos siguen estando inspirados en el estilo anime, incluyendo giros de guion, ases en la manga y presentaciones de las situaciones y soluciones, con ese protagonista que sabe más que nadie y cuyas medidas a los problemas son narradas como sólo el anime sabe hacerlo, música y fotografía incluida. Para aquellos duchos en este estilo de animación japonés, no hay más que acudir al popular sheinen Death Note.
Así mismo, personajes como César Gandía (José Manuel Poga) o la inspectora Sierra siguen dando mucho juego, sabedores también en esta vez los guionistas que se necesitan personajes al mismo nivel intelectual del Profesor, pero también que planten cara a los ladrones en el cuerpo a cuerpo. De esta forma, los conflictos son tanto físicos y enmarcados dentro del atraco a la reserva de oro del Banco de España (Gandía contra todos), como verbales, ya sea por teléfono o presenciales, entre Sierra y El Profesor y, una novedad deliciosa, entre las dos inspectoras (interpretadas nuevamente por Luka Peros e Itziar Ituño).
La serie se ha españolizado más aún de lo que ya se la sentía y, por una vez, en esta cuarta temporada, no siento vergüenza ajena de ello, sino que dan ese toque de humor que tan necesario es en series con un ritmo tan acelerado como esta. Paellas, fútbol, referencias literarias y musicales, jamón ibérico, vino, siesta, toros…en fin, mucho cliché, pero en términos agradables que nos recordarán que estamos viendo una ficción.
Pero es complicado hablar de ficción con una serie que está revolucionando el mundo con su pegadiza Bella Ciao y su mensaje de resistencia. Antes comentaba que se nos olvidaba que eran ladrones que no paraban de cometer crímenes, pero lo cierto es que, ya no la serie, sino el propio planeta Tierra se ha identificado con esta lucha, usando los símbolos que enarbola La Casa de Papel (mono rojo, careta de Dalí) para hablar de lucha, de resistencia, de acabar con la opresión y la corrupción (que una serie española sin política de por medio…poca serie española es), de unión entre pueblos, culturas, asociaciones de personas que sienten y padecen lo mismo.
Recuerdo cuando alzábamos el puño y cantábamos el Bella Ciao de Boikot en los conciertos; muchos no éramos oprimidos como aquellos guerrilleros, pero sentíamos la lucha de clases y las injusticias sociales. Es asombroso que una serie de entretenimiento, con el clásico argumento sobado de “vamos a robar lo imposible”, haya llegado a tocar los corazones de países enteros para que todos volvamos a cantar el Bella Ciao por los problemas de ahora. La semana pasada analizaba Unorthodox y hablaba de la importancia de la música como símbolo de libertad, hoy vuelvo a sentir lo mismo con una canción que llevo toda la vida cantando, pero que ahora, al igual que vosotros, siento como mía. ¿Quién sabe? Igual acabamos cantándola en los balcones en vez del Resistiré durante la cuarentena.
La casa de papel (T2, Parte 4)
Destaca en:
- Mantiene la esencia de todo lo que nos gustaba.
- Sigue habiendo una gran inversión en producción.
- Siguen hablando de temas de actualidad de gran calado social.
- Las sorpresas y giros de guion.
Podría mejorar:
- Objetivamente, pasan pocas cosas en esta cuarta parte.
- Las secuencias de disparos no son siempre creíbles.
- Lo de Belén Cuesta suena casi a “deux ex machina”, igual que otros trucos sacados de la manga.
- Algunas situaciones han quedado inverosímiles.