A modo premonitorio o catastrofista cerré el año 2019 viendo la segunda temporada de The end of the f***ing world, una serie de la que analicé su primera temporada (basada, recordemos, en una novela gráfica de Charles Forsman) y que me pareció que, con su último capítulo, cerraba de una manera muy satisfactoria una trama original y muy bien llevada. No obstante, en lo que consideré una forma de seguir sacando material de una serie que había tenido mucho éxito, Netflix nos trajo una segunda (y ya sí que seguro final) temporada y ahora que he remontado la cuesta de enero y no voy a caer en la tentación de hacer un análisis excesivamente existencialista, me dispongo a analizarla porque, sí, queridos amigos amantes de las historias en las que los protagonistas las pasan putas, The end of the f***ing world todavía tenía algo que mostrarnos.
Y en general, la segunda parte de The end of the f***ing world mantiene el estilo de la primera parte: un road trip lleno de enredos y humor negro con situaciones rocambolescas en la que se sigue hablando del autodescubrimiento, la madurez, el amor y, de una manera más palpable esta vez, de asumir nuestras emociones.
En una época en la que intentamos por fin analizar nuestros sentimientos y no reprimirlos, en superar nuestros traumas y no esconderlos, en reafirmarnos en lo que somos y no en lo que la sociedad espera de nosotros, The end of the f***ing world viene a ser un soplo de aire fresco reivindicativo de la complejidad de los seres humanos, lo contradictorios que a veces resultamos y a la aceptación de que aquello que queremos y necesitamos no siempre resulta ser lo mismo.
Y la madurez no les llega a todos a la vez, ni de la misma manera, ni parece consistir en lo mismo para todos. La trama pone de relieve que la definición de éxito, dependiendo del contexto en el que vivas o la etapa de tu vida en la que estés, varía ampliamente su significado.
En esta segunda temporada nos encontramos a un James y una Alyssa con nuevos traumas a superar sin entender que primero hay que superar los pasados. Su búsqueda de ellos mismos y de su identidad se convierte en un suplicio desde el momento en el que niegan el pasado. Sin embargo, mientras a James las circunstancias le han vuelto, por un lado, una persona valiente que trata de enfrentar sus sentimientos, y por otro una persona cauta que prefiere ocultarse en las sombras; Alyssa se niega a llevar a cabo aquello que la psicología moderna le habría advertido que sería mejor para ella: consentir en sentir con fuerza, permitirse llorar por el pasado, asumir los traumas y luego poder seguir adelante con el convencimiento de que aquello que estás haciendo es realmente lo que quieres hacer.
Capas y más capas
Advertí que iba a ser un análisis acerca de los sentimientos. He empezado diciendo que la serie tiene buena trama, buen ritmo, es continuista con el tono y el humor, seguiremos odiando a Alyssa (Jessica Barden) y compadeciendo a James (Alex Lawther), es por eso que analizar The end of the f***ing world bajo el prisma de “os vais a divertir, podéis ver esta segunda temporada sin miedo” no tiene para mí tanto sentido como estudiarla bajo el foco de entender cómo es la mente de dos post-adolescentes que sí, que han vivido cosas fuera de lo común (a ver, es una serie, tiene que aportar algo de chicha, ahí está Naomi Ackie en su papel de Bonnie para complicar las cosas), pero que al fin y al cabo son jovencitos en esa fase de asumir tanto cómo es el mundo, como sus propios sentimientos.
Permitirnos ser imperfectos
Estamos demasiado acostumbrados a series en las que los adolescentes son lanzados, maduros, rebeldes con objetivos, y tienen que venir películas como Lady Bird o series como Sex Education, para recordarnos lo confusa que es esa etapa de la vida, lo perdidos que nos encontrábamos todos a esa edad y la rabia, impotencia y odio generalizado que sentíamos por todo.
Y mientras estás así, realizas una búsqueda de identidad. Por ello, no debería sernos tan complicado de entender que James y Alyssa, a la vez que intentan hacerse un hueco en la vida y asumir sus sentimientos, pasan por esta fase y se permiten ser imperfectos.
No debemos olvidar que, pese a su ironía, su humor negro y el tono seco con el que hablan y actúan los personajes (o quizás precisamente debido a ello), se trata de una serie romántica, y únicamente los acontecimientos que se van sucediendo de manera vertiginosa son una excusa para hacer una introspección de uno mismo y permitirse entender cómo es el amor en esa etapa de sus vidas.
En general, hay que ir más allá de “los polos opuestos se atraen”, o “los que se pelean se desean” y demás sandeces que repetíamos en parvulario. Es obvio que la serie, una y otra vez, con su estética visual, su medición de las distancias entre personajes, su tono seco, la música escogida, etcétera, nos está diciendo que James y Alyssa son personas destinadas a no estar juntas, que pese a lo cerca que están no podrían ser más diferentes y que, en general, como pareja sólo se hacen daño.
Una reflexión sobre el amor
Nicolas Cage en la película Hechizo de Luna tiene un monólogo sobre la imperfección de los seres humanos y nuestra necesidad de amor que bien podría ser el epílogo de esta serie. Podemos sentir miedo, podemos actuar rechazando al que nos quiere bien, podemos no enfrentarnos a las situaciones adversas, pero al final, el amor (el retorcido, el sencillo, el interesado, el incomprensible…cualquiera) está ahí, hermoso e imperfecto para arreglar nuestras vidas.
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