La industria del videojuego siempre ha estado en deuda con un puñado de gurús y compañías que, de no ser por ellas, se habría estancado (incluso quizás muerto) durante años. Sin duda nombres como John Carmack, Gabe Newell, los hermanos Houser y otros muchos han ayudado a definir el paradigma de los videojuegos modernos, pero nadie ha hecho por estos tanto a lo largo de su historia como lo ha hecho Nintendo y sus cabezas pensantes.
Y aunque en estos tiempos revueltos Nintendo sea más conocida por sus cajas de cartón (hablamos de Nintendo Labo) y su rotundo Zelda BOTW, la batuta de la compañía nipona siempre ha estado en las manos de Mario; el fontanero que de una manera o de otra ha sido el pionero en explorar nuevos terrenos en busca de la nueva vuelta de tuerca jugable.
La curiosidad: la próxima frontera.
Si me preguntaran sobre cuál es la nueva lección que Nintendo se ha propuesto enseñarle a la industria con Zelda y con este nuevo Super Mario Odyssey mi respuesta sería clara: Nintendo quiere explotar nuestra curiosidad.
En realidad, la premisa es la misma que ya exploraba en Zelda BOTW, pero mientras en este la pregunta era: ¿qué habrá tras ese valle?, en Mario Odyssey es: ¿qué pasa si hago esto?
Mario Odyssey es un juego mucho más contenido en cuanto a extensión que la mayoría de los juegos de mundo abierto. De hecho, el nuevo juego del fontanero se distancia del principio de un solo mundo gigantesco que tan de moda está ahora y adopta la filosofía de aquel Super Mario Sunshine a la hora de presentarnos sus escenarios: medianas porciones de terrenos divididos en mundos que podemos abarcar en múltiples alturas y direcciones. Con la diferencia de que esta vez, a parte de una pequeña misión principal en cada mundo, no existe ni un orden ni un sentido específico en el que abordar los mapas; están ahí para que los exploremos, para que nos perdamos y, sobre todo, para que experimentemos con cada elemento, pues creedme si os digo que prácticamente nada en Super Mario Odyssey está donde está por casualidad.
Así, con el cambio de filosofía, en el que la recolección de elementos en el escenario deja de estar estructurada, también cambiamos en la cantidad de ellos contenida en cada mapa, y si los anteriores juegos de la rama 3D de Mario contaban con algo menos de la centena y media de estrellas en total (depende del juego), Super Mario Odyssey se va de madre con un total de 836 lunas escondidas entre los diferentes escenarios.
De esta manera nos encontramos con las lunas más evidentes: las que el juego nos obliga a completar cada vez que aterrizamos en un nuevo mundo. Las menos evidentes: las que podemos encontrar por el camino o en recodos del escenario poco accesibles. Y las destinadas a los expertos: aquellas que se encuentran en zonas del escenario que, a priori, parece imposible llegar, u otras que se esconden tras misteriosos puzles y otras que nos obligan a acabar el juego antes para tener acceso a ellas.
Cada uno de los 17 mundos esconde una cantidad que oscila entre las 24 lunas hasta las 104, y si bien muchas de ellas podremos recogerlas con suma facilidad (demasiada en ocasiones) otras suponen un auténtico dolor de cabeza incluso para los jugadores más dedicados.
La curiosidad mató premió al gato
Pero lo que late dentro del corazón de Super Mario Odyssey no es su afán por querer hacerte recolectar lunas como si no hubiese mañana. El verdadero motivo de Odyssey es empujar al jugador a experimentar con todos y cada uno de los elementos del juego, así nace Cappy.
Cappy es la nueva y flamante gorra de Mario, que aparte de estar dotada de vida propia, nos surte de un nuevo paquete de movimientos nuevos que nos permitirán saltar más lejos y más alto que nunca. Pero sobre todo nos permitirán tomar el control de una enorme cantidad de elementos vivos (y muertos) que pueblan los diferentes escenarios sólo con lanzarles la gorra.
En un momento somos Mario Troglodita, vestidos para la ocasión en una de las tiendas que tiene el juego en cada nivel, y en el momento siguiente somos una tortuga, o un Goomba, o un pez, o un dinosaurio, o un cohete… y disponemos de nuestro propio set de movimientos que nos facilita llegar a lugares que el propio Mario no podría con su forma habitual.
De esta manera (y de muchas, muchas otras) Super Mario Odyssey nos anima a que nos sumerjamos en un mundo en el que cada rincón está ahí para ser explorado, y no os penséis que aquella lejana meseta del horizonte está puesta como mero decorado; hay una manera de llegar, siempre la hay, Nintendo lo sabe y ha puesto una de esas malditas lunas ahí, esperándote, por si pensabas que habías “roto” el juego al llegar aprovechándote de algo que creías que era un glitch. En ese momento, cuando descubres esa luna en aquel recóndito e imposible lugar, es cuando Nintendo te mira directamente a los ojos y tú, escéptico empedernido, por fin comprendes por qué es siempre Nintendo la que inventa y las demás las que imitan (al menos en cuestión de diseño).
La tecnología al servicio del gameplay, nunca al revés…
Y aquí viene otra de las señas de identidad de la casa. Nintendo es una compañía que nunca ha estado demasiado preocupada por las capacidades técnicas de sus máquinas, pero a su vez ha sabido exprimirlas como nadie para conseguir productos de enorme belleza, siempre bajo la premisa de que lo primero es la jugabilidad, después todo lo demás.
Super Mario Odyssey podría haber sido más bonito, pero Nintendo decidió que los shaders, el césped híper realista y los formidables efectos gráficos vanguardistas no eran tan importantes como tener 60 frames por segundo estables como una roca en cualquier situación, y dejarme que aplauda esta decisión:
Aun sabiendo que el juego podría haber alcanzado nuevas cotas de belleza de haber dividido entre dos el framerate, el resultado final de Super Mario Odyssey a nivel visual es excelente, siendo probablemente el titulo más redondo en este sentido de Switch hasta el momento. Como siempre, llega acompañado de un poderoso diseño artístico, que, sin salirse del tono de la franquicia, nos lleva a explorar lugares increíblemente bellos, deliciosos mundos fantásticos en los que perdernos, explorar y descubrir sus 836 misterios.
Hoy en día crear un juego que suponga una revolución en cuanto a diseño es prácticamente imposible, pero de vez en cuando aparece un juego que da un paso más allá ayudando a un género, o a varios, a evolucionar. Mario Odyssey, al igual que Zelda BOTW, pertenecen a este segundo grupo, títulos que deben de estar siempre en la biblioteca de cabecera de cualquier aspirante a diseñador de videojuegos.
Sin embargo, no podemos olvidar que Super Mario Odyssey sigue siendo por concepto un juego de base sencilla. No es la épica aventura cargada de dramatismo y matices de The Witcher 3, ni tampoco es el basto y orgánico mundo emergente de Zelda BOTW. Sus objetivos son mucho más humildes en última instancia, y aunque todo lo que hace roza la perfección, es difícil superar a los más grandes, aunque solo sea por la falta de ambición que (por motivos evidentes y comprensibles) ostenta Super Mario Odyssey.
Conclusión:
¿Qué dice la prensa?
En este caso las reviews de la prensa estaban disponibles el mismo día del lanzamiento del juego.
Super Mario Odyssey tiene un promedio de 97 en Metacritic otorgado por la prensa y un 8.9 otorgado por los usuarios.
Prensa nacional:
Meristation: 9.7
3DJuegos: 10.0
Vandal: 9.6
Prensa internacional:
IGN: 100
Edge Magazine: 100
Destructoid: 95
¿Qué dice Generación Friki?
Super Mario Odyssey es la mejor versión posible de un videojuego de Mario (hasta la fecha), y esto, para el que lo sepa entender, son palabras mayores. Un juego que prácticamente alcanza la perfección dentro del espacio limitado en el que decide moverse, un juego que de haber mirado más allá podría haberse coronado de nuevo como el más grande. Pero Mario es humilde como su padre (Shigeru Miyamoto) y al igual que él, ha tomado la decisión de hacerse a un lado para dejar que los más jóvenes tomen el mando.
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